Érase una vez en el Colegio Notarial de Madrid, donde se celebró ese enlace, siendo el fedatario público el artífice obstinado.Si él oficiaba,no hay templo más noble en la toda la Villa de la Corte que el palacete de su sede profesional.La novia olvidó el ramo en casa, hubo que dar la vuelta en el “uber”. Su conductor ni se inmutó:"no se preocupen,nos dará tiempo",decía.El novio, salió del vehículo como una exhalación y precipitadamente subió al ático y bajó. A su regreso portaba las turgentes peonías. Se reinició la ruta. Llegamos a tiempo.
En la puerta esperaban los progenitores del contrayente,el primo notario y su esposa(era divertido,parecían un obispo anglicano y señora).Subimos por la escalera de mármol al salón de celebraciones. Y aunque sabía que tenía que decir unas palabras después de la aceptación de los derechos y deberes matrimoniales, tuve que improvisar, apabullada por la visión que me evocaba el lugar, la maravillosa escena del “Gatopardo” de Visconti, cuando en un salón, parecido al que nos encontramos, otra pareja, representada por Alain Delon y Claudia Cardinale, giraban y giraban en un baile de ensoñación, iluminados por las luces de los candelabros y las lámparas bajo la mirada del actor Burt Lancaster, que representaba al príncipe Fabrizio, sosteniendo la esperanza vital del cambio para que todo permaneciese.
La luz del abrasador mes de Julio en Madrid se infiltraba por las ventanas, iluminando mágicamente el instante de ese compromiso personal que determinará sus vidas; y entonces, el salón se transformó en el escenario de una historia de cine.
Les recordé que todas las civilizaciones regulan las relaciones afectivas, y que aquellos artículos del Código Civil que de forma solemne y rigurosa les leyó el Notario, les habla del respeto, de las obligaciones, de la igualdad y de la ayuda mutua, pero ninguno susurra sobre el amor, ello sólo pertenece a la forma indescriptible de los enamoramientos, no se puede regular.