El sonido ondulante del silencio, una aspiración; y luego un “quejío” que rasga el “sentío”. Es lo que percibí, cuando escuché por primera vez a un intérprete de flamenco, y quedé, definitivamente, embrujada.
Aquí en Lorca recordamos, que desde que alguien tuvo la existencial necesidad de arrancar, mantener, sostener y elevar un tono, hacia el infinito de la desesperación, como un instinto primitivo de creación, unido al eterno encanto de la pena, se conjugaron unos arcanos misteriosos que hicieron emerger un genio único que salía de las entrañas, donde la carnalidad se convirtió en etérea, y de la garganta salió un sonido que ni es suave ni edulcorada, sino llena de amargura y profundidad. Todo macerado con un “duende”. Muy acertado, el Premio Cervantes y flamencólogo, Don José Manuel Caballero Bonald, cuando describe al “duende” como un punto de inflexión o vértice donde confluye el placer y el dolor, que transmite el cantaor o la cantaora, cuando se encuentra poseído por el mismo.
Ese “duende”, que pictóricamente Federico García Lorca, lo encontraba en las pinturas negras de Goya. Yo lo visualizo, cada vez que visito el Museo Reina Sofía, cuando entro, conteniendo el aliento, en la Sala del Guernica de Picasso, mentalmente despojo a todos los visitantes y centro mi ensoñación en la obra a solas, con un/a cantaor/a vibrando por soleás, tarantos o canto de trillas, ahí, poniendo voz al grito desesperado de la inmensa angustia universal, también lo percibo en la obra de Antonio Saura; y cómo no, aduendado se encuentra el Teatro Guerra de Lorca con los murales y fresco del pintor lorquino Muñoz Barberán, que entendió el paisaje y el alma de esta tierra, atrapando la luz mediterránea, similar a la descrita en “El Gatopardo” de Lampedusa.
Ese duende flamenco, lo tiene, el poeta más importante del siglo XX de la Región de Murcia, también flamencólogo, Eliodoro Puche, cuando nos muestra la angustia, el dolor y la pena individual que transmuta en universal en sus poemas desde la cárcel.
Este interés por el flamenco, su mundo, su duende, existe en Lorca, y cuando un cantaor o cantaora sostiene una nota en cualquiera de sus plazas, iglesias o en el teatro de esta ciudad, se enmudecen los muros y se consagra el arte. Y como decía Rimbaud, en su obra “Temporada en el infierno” : “ hay que ser absolutamente moderno”. Y hoy y ahora, el flamenco en Lorca está de moda