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TROMPETAS RUSAS, por José Biedma López

Cada hoja es especial, cada pez es único, cada viviente. Cada persona es 'especie aparte', decía Unamuno, por eso cada muerte es trágica con independencia de su edad y nación.
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Cada hoja es especial, cada pez es único, cada viviente. Cada persona es "especie aparte", decía Unamuno, por eso cada muerte es trágica con independencia de su edad y nación.

Los periódicos españoles dedican la máxima atención a quienes no quieren ser españoles y a quienes reniegan del idioma español, a veces, sin temor a contradecirse maldiciéndolo ¡en español! Todo el mundo sabe quien es el presidente de la Generalidad catalana, pero pocos recuerdan el nombre del presidente de Castilla-León, el de Murcia o el de Canarias. Nuestro periodismo, aún el más “cultural”, apenas muestra interés por la cultura hispanoamericana que se ha escrito o se escribe en nuestro idioma, ese que hablan y estudian con provecho centenares de millones de personas en todo el mundo: Andrés Bello (maestro de Simón Bolívar), Juan Bautista Alberdi (autor intelectual de la constitución argentina), el mejicano Justo Sierra (fundador de la Universidad Nacional de Méjico), el cubano José Martí, el argentino Alejandro Korn, autor de La libertad creadora (1922), el humanista mejicano Antonio Caso, los argentinos Vicente Fatone y Alberto Rougès, Alfonso Reyes (regiomontano universal y considerado por Borges “el mejor prosista del idioma español de cualquier época)…, son nombres desconocidos en el panorama intelectual español.

TROMPETAS RUSAS, por José Biedma López

Nos preocupamos por lo que quieren hacer con su libertad quienes han tenido y tienen el privilegio de participar de la común, porque desean comer en mesa a parte y dicen querer una libertad más propia. ¿Y si la quieren para tirarse por un barranco? Pues vale. Lo peor es que sólo lo harían en manada o detrás de un caudillo carismático, y muchos inocentes, incluso inocentes mayorías, sucumbirían bajo las pezuñas del enloquecido rebaño, incapaces de resistir la estampida...

Schopenhauer ya se apercibió de que todo aquel que cuenta con suficientes talentos como para nadar solo, o perseguir la felicidad independiente, tiene en poca cosa la circunstancia casual del lugar o la tribu en que por azar le nacieron, pero el espíritu de muchos es monótono, como el de esas trompetas rusas que tocan una sola nota, esto explica a la vez que sean tan fastidiosos y tan gregarios los fanáticos “necionalistas”; necesitan el concurso de otras trompetas para poder entre todos hacer sonar la melodía, siempre la misma, con la letra del himno patrio, que suele ser violenta, cuando no sanguinaria.

Cuanta mayor penuria intelectual, mayor hambre de acompañamiento, mayor necesidad de envolverse en una bandera para ser alguien. Amar a los padres y ser agradecido con el terruño en el que crecimos o en el que pacemos es de bien nacidos, ¡por supuesto!, sin embargo, el “necionalista” extremoso carece de la necesaria capacidad abstracta para universalizar el sentimiento de sociabilidad extendiéndolo más allá de la manada restringida a la que llama “pueblo”, y por ende, también está privado de la viva curiosidad que siente el hombre de talento por enriquecer la propia perspectiva con la foránea y hasta con la completamente extraña, o la más próxima del maketo o del charnego. Su identidad no se afirma en el amor propio, sino en el odio o el desprecio al vecino, incluso si este es primo hermano.

Quien se ama lo suficiente, ¿para qué quiere nación? o ¿qué más le da una nación que otra? Preferirá, sin duda, aquella donde le dejen formar su interior con libertad y que consienta aglutinar bajo leyes justas a más gente... Ya lo decía Séneca, ¿en qué constitución preferirá vivir el sabio?, en cualquiera en la que le dejen luchar por su alegría. En este sentido, las gentes que hablan español constituyen una “matria” o una patria tan extensa, cosmopolita y étnicamente diversa como formidable, aunque no le atribuyamos a nuestra lengua el protagonismo mesiánico que le arrogó el vasco Juan Larrea. Pero ni a Baroja ni a Unamuno ni a Larrea les reconocen o les leen los “nacionalistas” euskáricos, precisamente por su hispánica universalidad y escaso provincianismo, el mismo desprecio que sienten los catalanistas a ultranza por Marsé, que en paz descanse, o por d’Ors, filósofo y esteta de altura.

Al nacionalista extremoso su exceso de gregarismo y de sociabilidad le viene de su propia vulgaridad, pues en efecto, al fanático “necionalista” le es más fácil envestir o resistir a los demás que aguantarse a sí mismo. Por eso es incapaz de sentarse sólo en una mesa. Es la propia monotonía de su ser lo insoportable para cada uno de ellos, pues 'omnis stultitia laborat fastidio sui'. Lo antes dicho: da igual que la casa esté ardiendo, los negocios se arruinen y los viejos se mueran, su trompeta sólo toca una nota, siempre la misma.

En este sentido es posible que Schopenhauer tuviera razón cuando afirmaba que la sociabilidad de cada cual está en razón inversa de su valor intelectual y que la soledad es patrimonio de espíritus superiores. Un hombre cultivado –advirtió Pascal- es aquel que puede permanecer solo y tranquilo en una habitación bien ventilada y provista de buenos libros. El nacionalista, para calmar su ansiedad, su temor a la soledad, generado muchas veces por una bipolaridad conflictiva y contradictoria, por causa de lo que también es y no quiere ser, tiene que meter a todos sus familiares en la habitación para estar contento, y a los familiares de los familiares, y luego cerrar la habitación a cal y canto para poder distinguir a los "nuestros" de los "otros". Y soportará las ocurrencias más estúpidas, incluso los crímenes más odiosos, por percibirlos como propios. “Es un asesino, vale, ¡pero es de los nuestros!”.

Hay que tener una mente completamente alienada y un corazón muy podrido para albergar en él homenajes y plácemes a cuatro asesinos que saltaron por los aires preparando un atentado terrorista contra inocentes.

Sólo creyendo que hay otros inferiores, a los que bestializa o barbariza, puede sentirse superior el “necionalista”, especialmente si su creencia y perspectiva monolítica es continuamente reafirmada por la de sus parientes... "mi primo el de Bilbao", ya sabes. Ciertamente su valor predilecto no es la libertad, sino la seguridad que ofrece el establo, el olor habitual a engrudo del parentesco, ¡ah, lo que tira la sangre!, ¡cómo si la hubiera de distintas categorías y colores!

Serían grandes solitarios, gente de verdad independiente, libre de consignas y del corsé de las ideologías, quienes conformarían una sociedad cosmopolita cuya constitución se cumpliera e hiciera compatible por fin (fin de fines) seguridad y libertad, competencia y orden, excelencia y equidad…, pues quien no soporta la soledad individual no ama la libertad. Y es piedad inútil y atención contraproducente mostrar interés por quien no está en condiciones de reconocer el interés que hay en vos.

Más nos valdría mirar a Occidente buscando amigos, a Portugal, o a Hispanoamérica sobre todo. Fue ella la que curó al genial D´Ors de su prurito provinciano; a fin de cuentas, la Red de redes ha desaparecido el Atlántico.

Del autor:

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