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Operación' Salvar al rey'
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Operación" Salvar al rey"

lunes 23 de julio de 2018, 20:32h
Tras el éxito de Bostwana, llega la segunda parte.Nueva operación de salvamento de la monarquía española. La anterior, en 2014, concluyó con la abdicación de Juan Carlos I a favor de Felipe VI.

Al parecer y por lo que parece la operación se cerró en falso. Entonces quedaron entonces muchas asuntos pendientes, asuntos que ahora empiezan a salir a la luz después de conocerse en estos días por boca de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la princesa alemana que fue amiga íntima del hoy rey emérito, los tejemanejes del hombre que los españoles hemos mantenido durante 40 años. Quien habla no es cualquiera , es su más estrecha colaboradora en sus andanzas financieras.

Hasta este momento el gobierno de Pedro Sánchez se ha limitado a ignorar esas revelaciones, dar largas y proteger al rey que es tanto o más que proteger la corrupción e incumplir lo prometido, algo que le han echado en cara no solo los grupos que le apoyaron sino también el propio Partido Popular. ¿Va a poder mantener el psoe solo como está esa posición? Si lo hace deberá añadir a sus siglas la M de monarquico y la C de corrupto, porque el asunto es gravísimo y no puede sino defraudar a una gran parte de los simpatizantes socialistas que le dieron su apoyo a Pedro Sánchez.

Que los diarios de mayor difusión y las cadenas televisivas de mayor audiencia hayan colaborar con la Corona en un pacto de silencio obviando, minimizando o matando al mensajero, no evitará que la tormenta crezca. Algunos ni tan siquiera hanmencionar de pasada las grabaciones de la princesa alemana.

Por el momento Podemos e Izquierda Unida han pedido que el parlamento, los tribunales y el Ministerio de Hacienda investiguen con urgencia cuánto hay de verdad en el asunto.

Este Miercoles el hombre que dirige el CNI a la par que alcahueta de amorios de nuestro rey dará explicaciones a puerta cerrada aunque nos resulte vergonzoso que en su quehacer deba encargarse de asuntos de cama por muy reales que sean. Encima del tapete es que Juan Carlos I podría haber tenido o tener cuentas en Suiza, y quien sabe en qué otros sitios más, que esas cuentas se nutrían de las comisiones que el entonces rey de España obtenía por su intervención en contratos del Estado, que al menos una parte de esos fondos fueron blanqueados, que para ello utilizó al mismo testaferro, Arturo Fasana, al que recurrió el jefe de la Gürtel, Francisco Correa, que el monarca pudo solicitar que se le incluyera, a él o a una persona interpuesta, en la amnistía fiscal que Cristóbal Montoro decidió en 2012 y que posteriormente fue declarada inconstitucional. Y que el verdadero jefe de la Nóos era Juan Carlos de Borbón y no su yerno, Iñaki Urdangarín.

Todos y cada uno de esos extremos, y unos cuantos más de similar porte, circulan desde hace unos cuantos años en los círculos bien informados. En ambientes empresariales y periodísticos existe la convicción generalizada de que el hoy rey emérito se ha venido embolsando cantidades fabulosas por su participación en los negocios de estado desde finales de los años 70. Empezando por los contratos para el suministro de petróleo árabe y terminando por el del Ave a La Meca, que según Corinna zu Sayn-Wittgenstein le reportó 80 millones de euros. Hace ya 20 años que la revista norteamericana Forbes evaluó la fortuna que el rey había obtenido por esa vía en 1.500 millones de dólares. Y es muy posible que esa cantidad siguiera creciendo.

Que en las revelaciones de estos días aparezca como protagonista el comisario José Manuel Villarejo, el personaje más oscuro de las cloacas del Estado español, no rebaja un ápice la gravedad de las acusaciones. El jueves estará delante del juez. Pronto esta ra Corina y el expresidente de Telefónica Juan Villalonga. ¿Seguirá adelante el excomisario o pactará para salir de la cárcel diciendo que lo dicho por Corina es falso y que rey emérito es un santo varón.

Pero lo importante son los hechos que han salido a luz. Es obvio que tienen que ser investigados, tal y como ha pedido la asociación de técnicos de Hacienda, Gestha. Aunque solo sea para comprobar que los eventuales delitos de comisiones ilegales, blanqueo de dinero y fraude fiscal se cometieron sólo cuando Juan Carlos era rey y, por tanto, era inimputable, o también después.

El Estado no puede mirar hacia otro lado. Silenciar el ataque que está en curso contra la monarquía no es una buena estrategia. Los medios que han participado de esa conjura se han cubierto de gloria. El gobierno, con la declaración de su portavoz Isabel Celaá – “afortunadamente las grabaciones no afectan al jefe del Estado Felipe VI. Son antiguas, ni las consideramos”- también.

Mirar para otro lado no vale para mucho. Porque el asunto está en la calle. Y la calle está muy caliente en todo lo que tiene que ver con la corrupción. Acaba de caer un gobierno, el de Mariano Rajoy, justamente por culpa de la misma y la mayor parte de la opinión pública ha aprobado que Pedro Sánchez haya ganado la moción de censura. Un nuevo tiempo que quiere huir de los males del pasado se está abriendo espacio con el apoyo de la mayoría de la ciudadanía. ¿El salvamento de la monarquía es razón suficiente para cargarse de un plumazo las esperanzas de normalización de la política española?

La respuesta no es fácil. Porque si el intento de Corinna, Villarejo, Villalonga y quienes estén detrás de ellos tiene éxito y el rey emérito es imputado por la justicia, Felipe VI, su heredero, quedaría en una situación de enorme debilidad, si no institucional sí política, que podría hacer peligrar la continuidad de la monarquía misma. Y más si las cantidades ingentes que se embolsó su padre siguen en cuentas extranjeras.

¿Está España preparada para una república? Está claro que no. La división de las fuerzas políticas, la imposibilidad de entendimiento alguno entre la izquierda y la derecha en cuestiones mínimamente importantes, la crisis catalana y otras muchas debilidades de nuestro sistema hacen impensable que un presidente republicano elegido por una mayoría seguramente exigua, ejerciera como jefe del Estado con un mínimo de eficacia y sin el riesgo de provocar un drama político aún mayor.

Tristemente, la monarquía sigue siendo la menos mala de las soluciones de compromiso. A pesar de todos los desmanes de quienes la encarnan. Hasta las mentes más lúcidas de la izquierda radical lo han visto así desde hace tiempo. A su pesar.

Pero, ¿cómo salvar a nuestra monarquía, la única que tenemos, de un ataque que seguramente es poderoso, que ya lo está siendo, sin confirmar, una vez más, que la oportunidad política de su existencia asegura la impunidad de la familia real?

Desde luego, no callando las verdades, porque eso indignará a demasiados españoles. Con los que habrá que contar para salir de este atolladero, si es que se puede. El momento requiere de políticos de altura, que tengan el valor de decir la verdad, que hay maneras de decirla, pero también la capacidad de reconducirla, imponiendo cambios y con el máximo apoyo de la opinión pública, hacia caminos que eviten trances traumáticos. Y también de medios de comunicación que sepan ir más allá del mero contubernio con el establishment. Veremos en breve lo que tenemos de verdad.

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