Somos muchas las que utilizamos el término pragmatismo como sinónimo de práctico, de utilitarista. Realmente está relacionado con una corriente filosófica, tan idealista como subjetiva, que nace de una perspectiva desde la que William James y Charles Sanders Peirce consideran la verdad desde el punto de vista de la utilidad social.
Si la Unión Europea suele hacer gala de algo es de su pragmatismo. Pero a ese pragmatismo se llega tras desvirtuar la esencia del término y corromper su fragancia. Se tiende a abanderar la defensa de los intereses cotidianos de la ciudadanía frente a la grandilocuencia pomposa de la realpolitik. Luchar por el bien común dejando de lado los intereses materiales ajenos a las necesidades del pueblo. Sin embargo, en realidad lo que se persigue, y con ahínco, es frenar la toma de decisiones que podrían solucionar esos problemas de la gente tan excelentemente diagnosticados. Es cierto que “consideran la verdad desde el punto de vista de la utilidad social” Con matices: “la verdad” es pervertida hasta prostituirla vestida de satinada hipocresía y “la utilidad social” transformada en intereses de corporaciones concretas disfrazados de bien común.
Un ejemplo notorio en estos tiempos convulsos es no calificar de genocidio a la barbarie inhumana que se está ejecutando contra la población gazatí, ni tomar acciones contra el estado ejecutor para que cese la matanza. Cada día está más claro que para la UE no tiene ningún valor el artículo II de aquel documento aprobado por Naciones Unidas en 1948 (Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio) que expone:
“En la presente Convención, se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpretados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal:
- a) Matanza de miembros del grupo;
- b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo;
- c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial;
- d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo;
- e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo”
Pues bien, si aplicásemos la corriente filosófica pragmática las conclusiones son evidentes: la verdad es que se está cometiendo un genocidio en el que ya se han asesinado a cerca de 8.000 niños y “el punto de vista de la utilidad social” debiera estar absolutamente supeditado a los Derechos Humanos y obviamente a los de la Infancia.
No es necesario leer a Gramsci, “La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”, para percibir que la ortodoxia simbólica que cimenta la construcción de la identidad colectiva con la que tejer una ideología concreta se consigue con un hilo de oro que es el lenguaje y unas agujas de plata que son el discurso. La ficción de la legitimidad de la autoridad nace de la lengua, de su uso, de su aplicación junto a la fortaleza coercitiva del Estado.
Para oponerse a esta manipulación del pragmatismo, convertido en espuria política, es fundamental que la sociedad se active.
Me despediré con dos frases de Soul Etspes: “La grandeza de la palabra reside en la libertad” y “Lo que la fuerza no es capaz de doblegar lo puede hacer el lenguaje”.
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