Al dormir la noche, salgo del barrio profanando rutinas, costumbres y silencio. Me adentro en el asfalto, único, solo acompañado del ronquido de un motor modulado por mi puño, guiado por la luna en la distancia. Marcho despacio, flanqueado a la izquierda por la materia oscura del vertiginoso acantilado y, a la derecha, por el blando mar engalanado de luces mortecinas en la distancia. Cuando los demás mueren unas horas de sueño, yo vivo, animal nocturno, con vista de lince, ojos de búho y mirada de gato.
En Almería, mucha gente teme y evita el barrio de Pescadería. Mi vida transcurre en él. Me levanto a las 3.15. Conduzco por la carretera de la costa despacio, silente, solo, disfrutando de la mirada del mar en la noche profunda. Entro en la lonja del puerto. La taberna “Casa Julio” abre a las 3.30. Allí tomo el primer café. En la madrugada, es mi oficina. Escribo, leo, o contesto mensajes de redes sociales, los vuestros, entre el silencio y la niebla, esperando a que las traíñas, barcos de pesca de cerco, esas luminarias que desde la costa se observan como fuegos fatuos sobre la mar, regresen sus pescadores sobre las 5.30 de la madrugada.
Los días de espesa bruma, paseo por los muelles de este puerto venido a menos, olvidado, entre redes abandonadas, esqueletos de barcos, deshechos y ensueños de buques fantasmas. De lejos, rompe la cortina de bruma el grito de un saludo, una broma, una maldición o una blasfemia. “El Portugués” siente mis pasos. Se alza de entre los cartones de su improvisada cama e intenta dirigirse a mí en línea recta cuando se lo permite la resaca. Como siempre, con un gruñido me pide un cigarro. Llegan los pescadores. Son gente ruda, curtida y sencilla, que no simple. Son los amigos con los que tomo café, converso, bromeo, aprendo. Va a amanecer… Sin embargo, disfruto a diario de horas de magia antes de que el mundo enloquezca.
Raúl Jiménez Sastre
Escritor y director de la editorial Firma RJS
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