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EL EROTIKÓN DE EMILIO LÓPEZ MEDINA, por José Biedma López

EL EROTIKÓN DE EMILIO LÓPEZ MEDINA, por José Biedma López
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viernes 01 de abril de 2022, 08:09h
EL EROTIKÓN DE EMILIO LÓPEZ MEDINA, por José Biedma López

Emilio López Medina ha parido su cuarta bestia: El sexo. No se inquieten, amado lector o estimable lectora, se trata de un ensayo filosófico, aunque se presente como colección de aforismos, que también los contiene. Los varones –por el momento- no podemos dar a luz nenes; de nuestros amores no pueden resultar sino buenas o malas obras. Incluso la paternidad (efecto buscado o accidental, daño colateral o contingencia) es también para nosotros deber, labor convencional, intencionalmente contratada o asumida.

El libro de Emilio, como mis cuentos, se ha impreso en Polonia (globalización). Pero no se inquiete, amigo, está escrito en correctísimo, claro y estiloso español, y sus reflexiones sobre el poder de ese dios, EROS, son de calado. Eros es –según algunos- el más antiguo de todos los dioses, salido del huevo del mundo, frescales divino al que teme hasta su mismísima madre, Afrodita, así como el resto de los olímpicos: “el más bello entre los dioses inmortales, desatador de miembros, que en los pechos de todos los dioses y de todos los hombres su mente y prudente decisión somete” (Teogonía, 120).

Los griegos primitivos describían a Eros como un ker o malicia alada, como la Vejez y la Peste. Y es que la pasión amorosa es personal y socialmente peligrosa. Emilio ordena el índice de su “bestia” según la secuencia latina: Erectio, introductio, agitatio, trepidatio, spasmus. Nada que ver con la ficción redundante y onanista de la pornografía, sino con una cavilación de altura, a veces socarrona, otras irónica, a veces amarga sobre este deseo de comunión y conjunción que nos conmueve hasta el moño, que nos revuelve o desgarra las entrañas, que nos deleita y frustra tan profunda y decisivamente.

Su visión general debe algo al pesimismo de Schopenhauer que veía en el deseo sexual “la maldad intrínseca del Genio de la especie”, pero se sobrepone al constatar que el sexo, “ese aparataje en torno al código genético y su expansión”, se impuso en el orden de la vida como triunfo ante la muerte. Tampoco cae Emilio en la misoginia del alemán. Eso sí, ve en el sexo una Voluntad ajena que nos usa como marionetas, una Intencionalidad Superior que inhibe transitoriamente la incompatibilidad, antagonismo y discordia entre los sexos, para garantizarse la replicación y diversificación de la vida, pues es evidente que no nos servimos a nosotros mismos cuando buscamos el acople genital fértil, sino que obedecemos a los obscuros designios de la naturaleza y de la especie. El orgasmo es el incentivo-trampa, el señuelo del placer más intenso que gozar se puede en este valle de lágrimas.

Uno siempre aprende de los libros de Emilio, que dan mucho que pensar y discrepar. En éste trata asuntos tan complejos y enigmáticos como fascinantes y escurridizos. Todos ellos involucrados por los cursos y meandros de la pasión amorosa: La belleza, “sin la belleza, el instinto sexual descendería a los niveles de una necesidad repugnante”; la esperanza, “los sueños son la primera materialización de la esperanza”; la ilusión, “no conozco un arma que produzca heridas más profundas que las ilusiones”; la incomunicación entre los géneros, “¿acaso podría saber el hombre cómo es el orgasmo de una mujer?”; la obscenidad, espiritualidad inversa que asume lo zoológico; la importancia del olor, el mayor afrodisíaco y crea dependencia; el matrimonio y sus complicidades; la traición y el desprecio u odio que resultan de ella; la infidelidad, sus causas y efectos; los celos y su infierno; el desamor y sus señales; la personalización del sexo; el esteticismo femenino…; y en fin, las razones del corazón y el corazón de las razones, pues “a la vuelta de los orgasmos, no antes…, son las pasiones –cumplidas- las que liberan la razón, no al contrario”. (Esta idea, a modo de conclusión final, se opone al ideal estoico de la a-patheia y parece más concorde con el evangelio de Epicuro).

Tiene claro Emilio que “el sexo no puede provenir del amor, sino al contrario. Luego el amor es una variedad, un matiz, una pulsión del sexo”. Por eso “el amor perdona todo al amado menos la falta de deseo”. Aunque es también cierto que el amor –que se dice y realiza de mil maneras (Ovidio)- “quiere su trozo de carne con guarnición de espíritu”. Es el alma la que seduce con su danza y su estriptis de los siete velos y lo más sexy de la persona, ¡por supuesto!, reside y se agita en la mente.

Late en el fondo de esta filosofía del sexo una sensación de desamparo, porque para el autor es un espejismo la reconciliación de las dos mitades en que se halla dividida la especie por un demiurgo cruel o por un hacedor “más allá del bien y del mal”. No obstante, alguno de sus aforismos sabe a jovial greguería: “el beso es la recarga de la batería genital en el enchufe de la boca”; otros suenan rotundos: “expulsado el semen, se acabó la rabia”; y hasta rurales, a propósito de la infidelidad: “cuando se abre un melón, ya no se puede cerrar… Es muy hortelano el pensamiento, pero es impepinable”.

Aún le quedan a Emilio aforismos y reflexiones en el bolsillo con que aclarar otros terrenos con la luz de su magín penetrante: tres “bestias” más, porque creo que son siete, como los pecados capitales.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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