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 “Sobre manos libres de Carlos Piñana”, por Sonia Mª Saavedra

“Sobre manos libres de Carlos Piñana”, por Sonia Mª Saavedra

viernes 04 de febrero de 2022, 09:33h
 “Sobre manos libres de Carlos Piñana”, por Sonia Mª Saavedra

Ya son dos años los que llevamos con la amenaza de este maldito virus que tanto está afectando a nuestras vidas. Hace once días di positivo. Me tocaba recibir la tercera dosis de la vacuna a principios de Febrero, pero el virus fue más rápido y se adhirió a mi garganta provocándome durante dos días fiebre alta, dolor muscular y mucha tos. El desvelo que me produjo la fiebre y el dolor, procuré salvarlo con música, y uno de los álbumes que elegí para la ocasión fue “Manos libres de Carlos Piñana”, que no sólo me resultó balsámico, sino que, además, me inspiró alguna reflexión que otra:

Escuchando “Manos libres de Carlos Piñana” me entero de que “Año nuevo en Poznan” fue compuesto en una asombrosa e histórica población polaca mientras el maestro veía nevar desde la ventana de una habitación de hotel cuya panorámica, quizás con el río Varta de fondo, debía ser sencillamente magnífica. Recuerdo entonces que yo también vi nevar hace seis años desde una ventana de un hotel de Sarajevo que daba al río Miljacka. Llegué muy cansada, prácticamente exhausta; bajé a la piscina, donde hice algunos largos, y subí a la habitación desde donde ya no pude salir a cenar pues la fatiga era más fuerte que el apetito que no tenía. A la mañana siguiente me desperté temprano, como temprano me desperté todas las mañanas de aquel viaje que me llevó a Estambul, Sarajevo y Atenas. Alcé la persiana y observé que los montes que circundaban la ciudad estaban nevados y los copos caían silenciosos adornando un cielo gris que se llenaba de flores blancas de algodón.
Una guajira suena en este momento, y las vistas de aquella ventana se desvanecen entre los recuerdos de calles estrechas que pasan de la plata de una tarde de invierno al blanco de una primavera andaluza.

Las palmas marcan el ritmo de lo que escribo y una guitarra ofrece con rotundidad las últimas notas de una pieza que trasciende. El pentagrama cubierto de negro entabla, entre corcheas, redondas y semifusas un diálogo armónico más allá de lo estético. El arte brota como el agua brota de una fuente y entre los ecos de una guitarra el sentimiento acaricia la piel erizada de quien escucha.

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