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RAÍCES NEGACIONISTAS, por José Biedma López

'Pájaro del No', JBL, técnica mixta, 2021.
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"Pájaro del No", JBL, técnica mixta, 2021.
RAÍCES NEGACIONISTAS, por José Biedma López
Me pregunto cómo es posible que personas bien educadas e inteligentes, competentes en sus respectivos oficios, piensen que las vacunas –así, en general- son el arma de una conspiración internacional o un instrumento del diablo o un estigma con el que desea marcarnos el Anticristo. El problema guarda parecido con este otro: ¿Por qué desde hace dos siglos se multiplican las filosofías de la angustia y el desarraigo? Filosofías y nihilismos de la fragmentación y la deconstrucción, en lugar de pensamientos de la unidad y la concordia de lo humano; soledades desesperadas en vez del reconocimiento y construcción cooperativa de lo conveniente.

Seguramente –y esto quizá aclare ambos interrogantes- el negacionismo saque su savia del hecho de que el individuo corriente se siente cada vez menos dueño de su medio, ese nicho artificial de instituciones, papeles, teleburocracias, permisos de acceso, acreditaciones públicas, reconocimientos oficiales…, un tecno-mundo y una icono-esfera que se desarrolla cada vez más rápidamente, al margen del individuo y fuera de su control. Las máquinas, los poderes, las administraciones, ¡en España, cuatro!, pesando sobre los tributos y la producción del individuo, legislando e imponiéndole exigencias cada vez más sofisticadas al pechero contemporáneo, la inmensa y sufrida clase media que produce y tributa en los países civilizados.

El universo y sus fuerzas, con el aviso de cambio climático, y la espada de Damokles del desastre ecológico, el colapso energético, los movimientos migratorios descontrolados, el envejecimiento de la población, la esterilidad de la juventud... En fin, todas estos contextos se le aparecen al individuo cada vez más como generalización de la amenaza, y eso cuando la persona buscaba en esas tramas y enredos una ampliación de la protección y de su seguridad.

Cada vez resulta más fácil pensar la hipérbole –o paradoja- de que el garantismo de nuestra legislación protege al delincuente y desprecia y olvida a sus víctimas, particularmente si al delincuente le asiste algún tipo de motivación política. El caso reciente de un anciano que da con sus huesos en chirona por defender su casa a escopetazo limpio, ante un ladrón que esgrimía una motosierra, escandaliza a cualquiera; como el caso pintoresco del okupa que denuncia al propietario por cambiar las llaves de su casa (la del propietario, suponemos, aunque tal vez sea mucho suponer para quien desprecia el derecho de propiedad, ¿ajeno?).

Tal vez la necesidad obligue, pero en muchos casos no es la necesidad sino la artificiosa victimización del vago o de la engreída lo que se convierte en patente de corso con probóscide chupadora de parásito o parásita o parásite, que los hay de todos los géneros habidos y por haber. Para el varón ordinario y la mujer común, que trabajan, reciclan y no arrojan sus basuras a los arcenes de las carreteras o en las cunetas de los caminos, no incendian bosques, ni okupan lo que no es suyo, el temor a ser verdaderas víctimas del “sistema” es creciente, o el miedo a convertirse en huéspedes involuntarios de los victimizados por su origen, raza, nación u orientación sexual. De ahí una suerte de paranoia (miedo compulsivo e impreciso) que se expresa en negaciones, protestas, rechazos y quejas incesantes, que tienen su raíz en una situación, que puede ser muy variada, de inadaptación o fracaso. Y ya tenemos una víctima más reivindicando chupar de la teta común.

El anarquista, el refractario, el réprobo, el poeta maldito, el profeta apocalíptico, el blasfemo, el abstencionista, el pasota listo y el libertino astuto…, facilitan argumentos y coartadas a muchos inadaptados, delirantes leves, crispados y fantaseadores de escenarios distópicos, y esto sucede tanto a izquierdas como a derechas (con los movimientos llamados de “defensa social”, por ejemplo, en Francia).

La actitud que llamamos “negacionista” revela con frecuencia un fracaso precoz del contacto afectivo con la comunidad, tal vez bajo una educación excesivamente autoritaria o, lo que es más frecuente hoy, demasiado complaciente, en la que se confunde tolerancia con complicidad y en la que, al lado de los derechos, no se exigen obligaciones.

La existencia cotidiana ha perdido su proyección trascendente, ya no consagra ni un solo minuto, no digamos un día, a lo divino (verdad, belleza, bondad). Para muchos jóvenes, el trabajo de los días hábiles sólo se justifica por el maratón de juerga de fin de semana, que puede empezar los jueves. Por eso el botellón adquiere un carácter sagrado, “es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, etc.”, que el joven defiende, su derecho al botellón, incluso a pedrada limpia contra la policía (local, autonómica o nacional).

El ciudadano se asfixia existencialmente (metafísicamente hablando) y para más inri ahora también físicamente hablando, porque le imponen una mascarilla y dos o tres pinchazos (de dudosa eficacia y cierto riesgo letal) y hasta le requieren un título de “vacunado” si quiere viajar o sacar los pies del padrón.

Sin embargo, para nada sirve la ruptura si negamos la realidad del mundo que nos rodea o una porción considerable de esa realidad, en concreto la más amable, solidaria, positiva y sabia. De vacunas entiende la población lo que un comunista de hermenéutica bíblica. Por tanto, lo sensato es superar nuestros temores y resquemores para hacerle caso al que entiende, o sea a los bioquímicos, a los boticarios, a los médicos y a los sanitarios en general.

¡Claro que la realidad tiene luces y sombras! ¡Claro que las farmacéuticas buscan beneficios que repartir con sus accionistas! Y paradójicamente, las sombras son más obscuras cuanto más intensa es la luz. Es lo que pasa en los países “avanzados”, sociedades del bienestar en las que el individuo tiene casi garantizada la satisfacción de sus necesidades básicas, sobre todo en el caso de minusvalías o discapacidades severas (me refiero a lo que con eufemismo antinómico se llama hoy “diversidad funcional”), mejor suerte pero más lloriqueos y depresiones, en comparación a lo que sucede en los países en los que el Estado no garantiza nada de nada y hasta menos que nada si quienes mandan son “señores de la guerra”. ¡Las quejas contra el Estado son mucho más audibles en los países con Estado, burocracia y administración hipertrofiados, paternales “matrias”! Un guineano –lo sé por experiencia- está encantado si le vacunan gratis…, como agradecido queda si logra, tras diez años de penosas labores eventuales despreciadas por el aborigen u oriundo, un DNI cuyo número no empieza por X y que da derecho a trabajar y a recibir y prestaciones…

Si vaciamos el contexto social de sentido, si lo contemplamos como si fuese absurdo, como si las convenciones cívicas fuesen las de una obra de Ionesco o de Beckett, se asentará en nuestro entorno la desconfianza y el terror (un inmenso parque temático zombi) y la persona se pondrá a sí misma en un perpetuo estado de alerta, de réplica, de reivindicación y queja, ignorando las dimensiones de expansión, acogida, confianza, don y perdón, que son también constitutivas de su ser. Y es que tanto el rechazo, la ruptura y la negación, como el asentimiento y la aceptación son modos esenciales de la persona.

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
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