No nos hagamos los sorprendidos, lo advirtieron muchos, especialmente a finales del siglo XX, desde el informe Los límites del crecimiento (1972 y 2012 última actualización en francés) encargado al MIT por el Club de Roma, coordinado por la biofísica Donella Meadows, ya se sabía que «no puede haber un crecimiento poblacional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados», ¡y era previo a la crisis del petróleo! Los poderes internacionales y nacionales no hicieron caso a cuestiones como la capa de ozono, cambio climático, todo eran supercherías de ecologistas trasnochados. No inversión para I+D+I, sólo armamento.
La paradoja es simple, los ricos eran más ricos y los pobres más pobres. La clase medía resistió arruinándose y endeudándose. Y los políticos se olvidaron de la ciudadanía, el malestar en la política avanzó peligrosamente, problemas del modelo de representación política por una crisis de incompetencia que conduce a la peligrosa deslegitimidad, descontento y desafección de los ciudadanos con respecto a la política. ¿Qué pedían éstos? Transparencia, participación y que los gobiernos fueran competentes, efectivos.
La sociedad vivía al margen, “porco governo”, en una cultura zombie postmoderna que deja atrás valores como sacrificio, esfuerzo, en la que triunfa el ocio como un fin en sí mismo, lo rápido, lo banal y trivial, todo tiene que ser fast desde el comer hasta el vivir. “La prioridad del individuo sobre la sociedad de la que es miembro” (Finkielkraut dixit). Una sociedad que pretende ser eternamente adolescente donde la ética del éxito es el nuevo vellocino de oro, todo ha de ser nuevo y joven. Serlo ya es un valor positivo. Y viene la política que padecemos hoy, la que titubea frente a la pandemia, los que se quieren aprovechar de los muertos para sus intereses políticos (muy alejados del interés general, se desprecia al experto que es un científico cuyos protocolos son a base de prueba y error). Es la política adolescente, repleta de prejuicios e ignorancia. Y surgen los nacionalismos, la xenofobia y el racismo, y los delirios de viejos modelos dinamitados por la historia en nuevas pseudoformulaciones. No es el bien común, dirían los clásicos. Es que no ha lugar para la prudencia, el acuerdo, las buenas formas, en una situación de alarma mundial.