Estos días están siendo demasiado intensos en nuestra geografía. Las riadas de Valencia, Albacete, Málaga y otras provincias han causado daños inmensos difícilmente reparables: casas, comercios, talleres, carreteras, vías de tren, puentes, cosechas, ganados y vidas humanas. Sí, vidas humanas, demasiadas vidas humanas (alrededor de trescientas) y un torrente de lágrimas por todo lo que se ha perdido. Lágrimas de emoción que no cesan cuando comprobamos la solidaridad constructiva del pueblo y lágrimas de dolor ante tanta desgracias y devastación.
Las imágenes no cesan en todos los canales, y así debe ser. No podemos pasar página y olvidarnos de todo; debemos de estar alerta, preparados para cualquier tipo de ayuda, incluso para una nueva desgracia, y, en medio de toda esta situación, la indignación vuelve a surgir cuando, ante una hecatombe de tal magnitud, hay quienes, politizando todo cuanto acontece, provocan actuaciones violentas que nacen de la rabia justificada, pero también de una inoportuna crispación. No es momento para llamar asesino a nadie, no es momento para añadir dolor al dolor. No es momento para esconder la cabeza debajo del ala, no es momento para reproches sino para reflexionar y edificar sobre lo que nunca debió hacerse o se hizo mal. Ahora toca reconstruir y mantenerse unidos en una diligente reconstrucción. El tiempo pondrá después a cada uno en su sitio y podremos analizar con calma lo que pasa en estos días de incompetentes ascendidos a cargos, oportunismo, relaciones clientelares y pérdidas de tiempo en políticas inútiles.