Hace un año que, en prácticamente todas las cadenas de nuestras televisiones, los españoles pudimos ver, que, al amparo del artículo 61 de nuestra Carta Magna, una jovencísima heredera de dieciocho juraba la Constitución en el Congreso de los Diputados.
Según la RAE, un juramento es una afirmación o negación de algo, poniendo por testigo a Dios y he de reconocer que ese gesto, cuando se lleva a cabo con dignidad y el peso de una gran responsabilidad sobre los hombros, se convierte en un gesto excelso que va más allá de ideologías y conveniencias.
Nuestra princesa, legitimada por la Constitución y por la Historia, hizo ese juramento con la candidez, no exenta de una prematura y obligada madurez, de quien a sus dieciocho años daba muestras de una firmeza y una serenidad que destacaban tanto como su hermoso rostro y su franca mirada.
Los españoles vimos nobleza en su aspecto y, al menos yo, intuí en esa mirada el peso de una responsabilidad muy grande: la de representar a un pueblo rico en costumbres, tradiciones y forma de ser cuyos dirigentes, no sé por qué, se afanan en desquiciar.
En esa mañana del 31 de octubre escuchamos palabras como modernidad, tradición, disciplina, formación, compañerismo… Todo ello elementos clave de la estabilidad que nos ofrece una institución como la de la Corona cuya continuidad garantiza esta joven de ojos claros, mirada transparente y porte sereno.
En su impecable discurso, la princesa reafirmó su juramento afirmando que serviría a España y cumpliría la Constitución con humildad y sentido del deber, atendiendo a los intereses generales con entrega y capacidad de servicio.
"Me debo desde hoy a todos los españoles, a quienes serviré en todo momento con respeto y lealtad. No hay mayor orgullo", ratificaba la princesa, tras resaltar los valores que la Corona "representa" (la unidad y la permanencia de España) y al escuchar esas palabras no pude más que sentirme orgullosa de esa chica que hasta hace dos días era una niña.
Nuestra heredera de la Corona se comprometió a crecer como persona y, como palabras finales, palabras que todavía recuerdo, pidió su confianza a los españoles como ella la tiene en el futuro de España.
"Conduciré mis actos en todos los ámbitos de mi vida, atendiendo siempre los intereses de la nación. Observaré un comportamiento que merezca el reconocimiento y el aprecio de los ciudadanos. Cumpliré con mis obligaciones con total dedicación y una entrega sin condiciones, procurando siempre crecer como persona junto al cariño y apoyo de mi familia".
Desde aquel día marcado por los discursos y bonitas palabras, nuestra heredera ha continuado su formación académica y militar, tiene su propia agenda oficial y se enfrenta a nuevos retos dentro de una monarquía renovada que, sin embargo, considero que no puede más que sentir cierto abatimiento ante el inútil desgaste político de muchas de nuestras instituciones que hoy parecen actuar bajo la presión de minorías que no velan por los intereses de ese conjunto de, pueblos, tradiciones y paisajes que, desde hace cientos de años conforman España. La tarea es complicada, pero siempre posible bajo el manto de la concordia, la armonía y el sentido de la franca hermandad una hermandad que hoy se viste de luto ante las inquietantes noticias que estos días nos vienen desde las regiones donde la gota fría otoñal ha mostrado su cara más destructiva y furiosa.