OPINION

"Nacho Cano, el muso de Ayuso", escrito por Nacho Parra en la edición digital de Política y Prosa

Domingo 06 de octubre de 2024

El principal socio de ‘Malinche’ es el empresario sionista David Hatchwell, mediador para el descalabrado proyecto de Eurovegas en Madrid y presidente de la Fundación Hispano-judía



Es hablar de Nacho Cano y la imaginería popular se proyecta inmediatamente hacia aquel muchacho bajito de pecho esculpido, melena al viento y brazos en cruz sobre dos teclados, el Jesucristo del tecno-pop. Es el Nacho Cano de Mecano, el que todo el mundo recuerda. Junto a su hermano José María y la cantante Ana Torroja vendieron 25 millones de discos y dejaron un buen ramillete de himnos hedonistas como Maquillaje, Me colé en una fiesta, Barco a Venus, Hawaii-Bombay, Perdido en mi habitación, No controles, La fuerza del destino, Hijo de la luna, Cruz de navajas y muchos más. Criados en Chamartín, barrio rico de Madrid, Mecano siempre fue considerada la rama pija de la Movida.

Más difícil es imaginar al Nacho Cano de hoy, bastante fuera del foco público hasta hace poco. Las últimas dos décadas han transcurrido sin giras y una producción musical escasa. Si nos ceñimos a las canciones, la última con cierta repercusión fue Vivimos siempre juntos (1996). Su último gran éxito comercial fue el musical Hoy no me puedo levantar (2005), refrito de viejos hits de Mecano que acabó con agrias disputas entre los socios, concurso de acreedores y un impago de 5 millones de euros.

¿Mantiene Cano aquella habilidad pop para conectar con una gran masa intergeneracional o ya tan solo es un refugiado de la nostalgia al que miman ciertas élites políticas? Tras la separación del grupo en 1992 (que no se hizo oficial hasta 1998), intentó el éxito en solitario con tres discos irregulares entre 1994 y 1999. Su aparición en el Sonarama Ribera 2019, tras 20 años sin subirse a las tablas, fue un aislado acto de reivindicación. Su carrera parece abonada a la música por encargo, siempre al abrigo del PP.

En 2002, el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, con quien había coincidido de niño en un colegio de jesuitas, le encomendó una partitura para apoyar la fallida candidatura olímpica de Madrid. En 2008, Esperanza Aguirre, la misma que acuñó el término «mamandurria», le concedió 500.000 euros por actuar en el sarao de 1,2 millones que inauguró los teatros del Canal de Isabel II de Madrid, cuyos sobrecostes y corruptelas se saldaron con el encarcelamiento de su sucesor, Ignacio González, y un botín millonario requisado en cuentas opacas de Colombia y Panamá. En aquella fiesta hubo mucho más que Coca-cola para todos y algo de comer. Las crónicas sobre el estreno de A, que así se llamó el espectáculo dedicado al agua ideado por Cano, hablaban de un montaje «hortera» y «sonrojante». Aunque Aguirre defendió su calidad y anunció que A se estrenaría también en Las Vegas, Dubai, Hamburgo y Nueva York, tal cosa nunca sucedió. La mamandurria tuvo poco recorrido más allá de Madrid.

Entonces Cano pareció evaporarse. «Estoy cansado de tratar con políticos», dijo antes de instalarse en Miami en 2012, donde residió los siguientes diez años. Allí montó un lucrativo negocio de yoga, llamado Bikram Brickell, abierto las 24 horas y con clientes como Alejandro Sanz, Paulina Rubio, Britney Spears, Elsa Pataki… Cinco mil socios a 150 dólares mensuales. Hagan cuentas. Cano trabó amistad con el inventor de la técnica, el norteamericano de origen indio Bikram Choudhury, con quien se dejó ver a menudo por Ibiza. Todo bien, hasta que en 2017 el gurú recibió decenas de demandas por agresión sexual y homofobia que le obligaron a perder su negocio de 70 millones de euros y refugiarse en India. En su última entrevista antes de abandonar el país, Choudhury dijo: «¿Por qué tendría que violar una mujer? Habría filas de mujeres dispuestas a entregarse a mí. Incluso me envían un millón de dólares por una gota de mi esperma».

En 2019, tras la emisión en Netflix del documental Bikram: yogi, guru, predator, donde los testigos detallan la «naturaleza esclavizante» del líder de «la secta», muchos centros sustituyeron el término «bikram yoga». Hot Yoga Brickell se llama ahora el negocio de Cano, y a seguir facturando gracias a lo que él mismo llamó «una tortura edificante» de ejercicios posturales realizados a 40 grados de temperatura y 150 por ciento de humedad. Con orden de detención vigente en Estados Unidos, Choudhury siguió dando clases desde Murcia hasta Acapulco.

Espiritualidad ‘prêt-à-porter’

Cano nunca renegó del llamado Harvey Weinstein del yoga y siempre ha defendido las bondades de sus técnicas. Empezó a practicarlas en 2000, tras someterse a dos operaciones de estómago, consecuencia, según reconoce, de sus «años de desenfreno». Gracias al yoga asegura que dejó las «52 pastillas diarias» que tomaba para mitigar el dolor. Su viejo himno sobre la resaca, Hoy no me puedo levantar, había cobrado un nuevo significado.

Tras haber pasado algún tiempo en India con Teresa de Calcuta, tras haber abrazado esa espiritualidad prêt-à-porter tan propia de los famosos, tras años siendo tildado de «sabio» por su cohorte de colaboradores y por su ex, Penélope Cruz, tras años exhibiendo budas gigantes en sus mansiones, Cano fue muy claro en una entrevista publicada en 2008 en Ideal de Granada: «Nunca fui budista. Me gusta demasiado el mambo y las tías». Acaso escaldado por el más que turbio asunto de su gurú, Cano decidió dejar el negocio del yoga en segundo plano y volvió al Madrid de las cañas, la libertad y los ancianos abandonados en las residencias, donde Isabel Díaz Ayuso lo recibió con vítores a sus dotes emprendedoras.

Músico de la corte, ya sin disimulo. El muso de Ayuso. Primero se le encargó que interpretara la canción Un año más en la Puerta del Sol en la Nochevieja de 2020, como homenaje a las víctimas del covid. Frente al horror y la desidia, melodías blanqueantes. Dicen que su actuación fue gratis, como aquella Música para una boda que compuso para el enlace real de Felipe y Leticia, pero ya se sabe que estos favores se cobran en diferido. En 2021, el músico recibía la Gran Cruz del 2 de Mayo, la mayor distinción de la Comunidad. Cano se arrodilla ante Ayuso, simula devolverle el premio, elogia su gestión pandémica. Es el único galardonado que lleva micro. Un puro acto político, a dos días de las elecciones autonómicas que el PP gana con mayoría absoluta.

Una pirámide de 29 metros

Tres meses después, el 6 de agosto, Ayuso veranea en una de las dos mansiones, de 2.500 y 8.000 metros cuadrados, que Cano posee en Sant Andreu (Ibiza). El músico la recibe en el aeropuerto. Se dejan ver en restaurantes. Hablan de negocios y la cosa fluye. Veinte días después, el Ayuntamiento de Madrid anuncia la concesión de 19.000 metros cuadrados en el distrito de Hortaleza para que el artista levante una pirámide azteca de 29 metros y un aforo de mil butacas donde representar su flamante montaje, Malinche. El acuerdo contempla que Cano pagará menos de dos euros por metro cuadrado al mes, sin concurso de adjudicación. El pelotazo parece perfecto. El complejo prevé un parking subterráneo para 400 vehículos y zonas de restauración. Solo el furibundo levantamiento de los vecinos del barrio, que lo que reclaman es una biblioteca pública, trunca la operación. El musical se hará, pero en Ifema.

La detención e imputación de Nacho Cano el pasado mes de julio acusado de hacer trabajar en Malinche a 17 jóvenes mexicanos sin contrato en regla, sin permiso de trabajo, camuflados como turistas, con sueldos de 300-500 euros, hacinados en pensiones, con vales de 10 euros de dieta diaria y forzados a buscar un sobresueldo sirviendo copas en el bar del propio musical tras bailar o cantar en las representaciones, es el último episodio de un musical al que se le acumulan las controversias (la primera fue el abrupto abandono, poco antes del estreno, de la eurovisiva Chanel, tras meses ensayando el papel protagonista).

Con 12 millones de inversión y más de 22 millones de euros recaudados en dos temporadas, además de la suculenta caja del bar Templo Canalla, abierto antes y después de las funciones, no parece muy decente pagar 300 euros al mes a nadie, al margen de lo que acabe dictaminando la justicia. Tanto pedirle Ayuso a Sánchez que blinde Barajas y parece que su gran amigo, según recoge el sumario, andaba dando precisas instrucciones para burlar los controles migratorios.

En este contexto, resuenan aquellas palabras de Ayuso dirigiéndose a Mónica García de Más Madrid: «Antes de insultar a uno de los mejores músicos de España, que cuando tenía 25 años ya triplicaba el patrimonio que usted nunca conseguirá, le diré que viene a traer empleo, sueldos y turismo». El propio Cano recogió el argumento: «Solo digo a quienes me atacan que estoy pagando 150 nóminas. Si hay algo más socialista, que me lo cuenten». Tras su detención, su autodefensa se volvió más histriónica: «Van a por mí porque soy amigo de Ayuso»; «Es un complot bolivariano de Maduro y Sánchez»; «No soy un criminal. Criminal es la policía»; «Es como la Stasi. Una operación asquerosa. Esto es Venezuela». «Si me encontráis muerto en una cuneta ya sabéis quién ha sido»…

También dijo que, «si pudiera, contrataría a Ayuso». Por 300 euros lo tendría difícil. Cano sostiene que Lesly Guadalupe Orellana, la becaria denunciante que abrió la investigación, era «conflictiva». Ella asegura que fue apartada y coaccionada después de ver en una discoteca «algo personal de Nacho Cano que no debí ver”.

Ayuso, Isabel la Católica

El musical Malinche, en cuya elaboración Cano ha invertido 12 años, parece el último gran sueño de un gran megalómano. Que Madrid sea más que Broadway es un anhelo que comparte con la baronesa del PP. También hay una intencionalidad de reescribir la conquista de América. En la función 400 de Malinche, con Ayuso en primera fila, Cano dijo: «Hubo una reina inteligente, con mando, que dio dinero a Colón para que descubriera América y también se llamaba Isabel». Si Ayuso es Isabel Católica, él sería Cristóbal Colón. La indígena azteca Malinche, que se casó y tuvo un hijo con Hernán Cortés, es un personaje que en ni México se ponen de acuerdo sobre si fue víctima o traidora. Lo que Cano dibuja es una historia de amor romántico y de mestizaje, obviando que ella fue inicialmente forzada, como otras tantas indígenas a las que desposó y/o violó el sanguinario conquistador.

He aquí algunas declaraciones que demuestran que, como historiador, Cano no tiene precio: «México, Perú, Ecuador y El Salvador deben estar contentos porque llegasen los españoles. Si hubieran sido los ingleses, no hubieran dejado ni uno vivo. Llevamos los Derechos Humanos, fuimos capaces de abolir la esclavitud». «La Malinche fue una de las mayores propulsoras del cristianismo». «Antes de los españoles, México no era nada». «Si no hubiéramos descubierto América tú no tendrías ese iPhone, la Segunda Guerra Mundial la hubiera ganado Hitler…» Hubo un hervidero de respuestas en redes sociales, pero esta del historiador Manuel Márquez destaca por su contundencia: «La Historia es una asignatura que impide, si las has estudiado, hacer el ridículo. Nacho Cano, también puedes estudiar de adulto».

Más que reescribir la Historia, que también, el afán de Cano es edulcorarla para hacerla taquillera. «Los artistas sacan el lado positivo de las cosas. Los demás planos son secundarios. Malinche es mi visión de la jugada, sin buenos ni malos. Todos son buenos». Según esa fórmula, alguien, algún día, podría estrenar Gaza: el musical, una historia bailada, cantada y romantizada sin buenos ni malos. Si a Nacho Cano le diera por dirigirlo, es fácil imaginar el resultado. El principal socio de Malinche es el empresario sionista David Hatchwell, mediador para el descalabrado proyecto de Eurovegas en Madrid y presidente de la Fundación Hispano-judía, de la que Cano es miembro con mando. Hatchwell se jacta de ser «mentor de Ayuso» y habla de las indiscriminadas matanzas de palestinos como «una simple operación quirúrgica».


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