OPINION

“Hay gente pa’tó”, por José Biedma López

Domingo 12 de diciembre de 2021

Eso dijo Olegario el Gaditano, expresando la extrañeza y tolerancia de un avisado ciudadano de mundo. Sin ir más lejos, Olegario tenía tres hermanos a los que su padre había nombrado Primicio, Arsenio y Primiano. Eso fue hace tiempo cuando los padres ponían a sus hijos los nombres de los abuelos, sin importar los de los protagonistas de las telenovelas, turcas o colombianas, que estuviesen de moda.



Se puede decir más fino: Maravilla considerar la diversidad de lo humano, de sus condiciones e inclinaciones, de mujeres y varones. Lo que a unos le parece ambrosía y manjar de dioses, otros lo desdeñan con asco. Los hay que ansían conversación y compañía, otros desdeñan el trato y el contacto y se retiran a sus soledades.

El obscuro azar y la coctelera de los genes actúan como caleidoscopio; miras por él y no recuerdas jamás dos combinaciones cristalinas iguales. Además, aunque se dieran, resulta que los cristalillos, además de estar sujetos las leyes físicas, tienen voluntad propia, o sea libre albedrío y caprichos singulares y, según estos, que empiezan por decir no a la madre, al padre o al orden establecido, cada cual se talla a sí mismo según sus diferentes aptitudes y estimas, o sea, como decía el Sabio de Chilluevas: ca’uno es ca’uno y su ca’unez.

Cuenta Séneca de un tal Senecio que forjó su vida según el lema “vaca grande ande o no ande”. Por eso compraba caballos monstruosos, bebía en jarrones, calzaba zapatones con retacos y aborrecía a las mujeres chicas (y eso que suelen ser mejores paridoras que las grandotas). No comía higos porque decía que habiendo brevas era de razón despreciarlos. Vestía túnicas que le arrastraban por el suelo…, así que todos le llamaban “Senecio el Descomunal”.

Plinio cuenta de Marco Crasso que no se rio en la vida. Del mismísimo Sócrates se dice que jamás se le vio ni alegre ni triste. Quienes le conocieron cuentan aptitudes extraordinarias del Tábano de Atenas, maestro de la Ética y ejecutado en el 300 a. C. por corromper a la juventud: que soportaba fácil el hambre y la sed pero que, abundando la comida y la bebida, era capaz de comer y beber más que nadie, que pisaba la nieve descalzo, soportaba las penurias sin queja y era capaz de resistir todo el día de pie y de controlar el sueño.

De Pomponio el poeta, se dice que nunca estornudó; de Antonia, la hija de Druso, que nunca escupió. Dice Pontano de sí que nunca sintió cosquillas en parte alguna y que hasta le molestaba que le rascasen los pies. En el Libro de las cosas celestiales se da noticia de un tipo que nunca bebió ni agua ni vino (y por entonces no existía “la chispa de la vida”) y una vez que el rey de Nápoles Ladislao le hizo beber se dolió mucho y sufrió colitis aguda.

Teofrasto, eminente naturalista y discípulo de Platón y Aristóteles, cuenta de un tal Philino que se sostuvo toda su vida sin comer ni beber otra cosa que leche. El Estagirita escribió de una moza a la que criaron con venenos y se sostuvo con ellos (hoy pasa mucho). Alberto Magno, el inmortal maestro de Tomás de Aquino, cuenta de una niña de Colonia que se habituó a nutrirse con arañas que ella misma cazaba y que engordó con ello.

San Agustín en La Ciudad de Dios refiere a un personaje que era capaz de menear las orejas independientes, como hacen caballos y perros; y de otro, que hacía lo mismo con el pelo sin usar la mano ni menear la cabeza, de manera que los cabellos se echaban solos adelante y atrás, ¡bizarra habilidad!

Hombres ha habido capaces de imitar a las aves tan perfectamente que las engañaban, otros con vista de halcón, corredores extraordinarios como Aquiles, al que Homero llama “el de los pies ligeros”, parangón de la joven Atalanta, a la que ningún pretendiente pudo ganar en la carrera, salvo Hipomenes, pero fue porque la distrajo echándole en el camino manzanas de oro. Virgilio cantó que Camila, reina de los volscos, disparaba el arco con precisión y destreza dignas de Diana, que partía en dos a una avispa por la cintura a doscientos metros, o más.

Plinio da testimonio de una prensión manual tan fina (tengo para mí que era mano de fémina) que dejó escrita la Iliada en un solo pergamino que cupo en una cáscara de nuez. Yo mismo creo haber visto un Evangelio de san Juan tallado en un grano de arroz en el Museo de lo diminuto atesorado en un autobús. Aunque, ahora que lo pienso, no sé si fue un sueño. Seguro, no obstante, es que Calícrates, extraordinario escultor, labraba en marfil hormigas y mosquitos tan perfectos que se les tenía por reales con tal de que se les examinase con lupa.

Hoy tenemos el “mal de ojo” por superstición, pero qué duda cabe que hay miradas poderosas que conturban, fascinan o enamoran… Cada cuerpo es distinto como la huella digital o la planta del pie, y un mismo virus –como estamos comprobando con el sinense- deja a unos incólumes, a otros los avasalla un tiempo, y a otros mata. ¡Hasta dicen que el sudor de Alejandro el Grande olía a perfume embriagador! Y sabemos que hay sudores y alientos que malogran amistades.

La diversidad humana es sin duda, un valor. No extrañe que haya que prestarle mucha atención en la escuela. Puede suceder que el niño o la niña que parecen torpes para muchas cosas sean habilísimos en otras. Algunos se tienen por inútiles hasta que encuentran “su elemento” que, según

Hacer lo que a uno le gusta, hacerlo bien y que le paguen por eso, es una de las mayores satisfacciones que puede ofrecer esta vida. Es el milagro de la creatividad humana, que a veces pugna dramáticamente con el sentido común y la opinión dominante.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm