Leer implica un continuo diálogo, una danza invisible e íntima entre el lector y el escritor. No es una actividad pasiva, promueve el desarrollo cognitivo, estimula la concentración y la memoria, el razonamiento, las emociones, los sentimientos y la empatía. La palabra es tan importante para la compresión del mundo como para el conocimiento personal. Tenemos memoria semántica para explicar el mundo exterior y es necesario que almacenemos el mayor número de conceptos que nos permita cincelar nuestro pensamiento.
La carencia del dominio del lenguaje empobrece nuestras miradas; me apena, que se banalice los términos por desconocimiento de su significado. Creo que igual que existe una memoria individual, objeto de estudio psicológico y/o pedagógico, también hay una memoria colectiva, cuyos centinelas principales son los historiadores. Ellos, son los oráculos que analizan el pasado y diagnostican el futuro, los guardianes de los hechos acaecidos y los verdaderos estudiosos del lenguaje del pasado.
Dominemos el concepto, fomentemos la memoria, leamos los textos y escuchemos a los historiadores, para que nadie con una mentalidad de naftalina adultere con su aseveración y soberbia un hecho concreto de nuestra reciente historia. Los doctores del pasado le han respondido:” La Guerra civil se inició con un golpe de Estado”. Esto es historia, quien la conoce lo sabe.