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JUANA DE CASTILLA LA BELTRANEJA, por José Biedma López

JUANA DE CASTILLA LA BELTRANEJA, por José Biedma López
viernes 09 de octubre de 2020, 09:59h
JUANA DE CASTILLA LA BELTRANEJA, por José Biedma López
¿Era o no era Juana hija de Enrique IV de Castilla? Es más seguro que lo fuera de su segunda esposa, Juana de Portugal, hija de Eduardo I, rey del país luso. Aun esto se puso en duda, a pesar de que la legitimidad femenina siempre ha sido más fácil de probar que la masculina. Ya sabes, nunca digas de este vino no beberé ni este cura no es mi padre…

Al raro y original comportamiento del rey, apodado Enrique el Impotente, dedicó Marañón un sesudo libro en el que ensayó descifrar la compleja y controvertida personalidad del último de los Trastámara. El sabio doctor participó incluso en la exhumación del cadáver del rey en 1946. Al monarca de Castilla y León, príncipe de Asturias y de Jaén (primero y último) y conde de Barcelona, le atribuye una biografía clínica que incluye impotencia o displasia eunucoide, tendencias exhibicionistas, homosexuales y adúlteras. Que los nobles “adulteren” se comprende fácil si se piensa que sus matrimonios fueron impuestos por economía política.

Las originalidades de la personalidad de Enrique fueron aprovechadas por sus contrarios, la nobleza envidiosa y levantisca, para arremeter contra él y contra su privado, el ubetense Beltrán de la Cueva, y para impedir que su hija Juana gobernase, intentando primero que sucediese al rey su hermano Alfonso, y luego, muerto este, consiguiendo que reinase su hermanastra, hija del primer matrimonio de Juan II: Isabel la Católica, tía de Juana la Beltraneja.

¿De verdad era “La Beltraneja” hija del favorito del Rey? Desde luego, Beltrán era un gran "artillero", entró como paje en la corte y pronto consiguió el señorío de Jimena. A lo largo de su agitadísima vida reconoció a Nueve hijos de tres matrimonios y se le atribuyen dos o tres más, "naturales"… Pero probablemente Beltrán no fue el padre de Juana, lo que explicaría que no moviera un dedo para que su presunta hija natural gobernase. Almudena de Arteaga comienza su novela histórica sobre la destronada: La Beltraneja. El pecado oculto de Isabel la Católica (2001), describiendo la inseminación de la avergonzada reina mediante una cánula de oro, técnica desarrollada por un médico judío. Así pudo suceder que ordeñaran al rey, una y otra vez, hasta que Juana quedó preñada de Juana por inseminación “in cánula”. Por supuesto, noves increíble que la reina lo concibiera de otro.

El caso fue que su hija nació en Madrid en 1462. “Echa fama y échate a dormir”. Sí, pero peor: “Difama que algo queda” o “Cuando el río suena…” Los Mass Media, los de entonces y los de ahora mucho más poderosos, pueden acusar en su portada de adulterio a la portuguesa Juana –que desde luego pasaba por cachonda- y a Beltrán de advenedizo, o de asesina y lesbiana a una señora malagueña, y cuando se demuestra que la acusación es falsa y la inocente sale de la cárcel de papel y de fierro, la rectificación del periódico que la acusó en su portada aparecerá en la página catorce en letra chica. La multa por difamación la pagará el periódico o libelo con los beneficios de la difamación. La duda pesará ya siempre sobre la inocente Juana: Injuria, que algo queda…

Hubo entonces lenguas viperinas que llegaron a decir que había sido el mismo rey quien había favorecido las relaciones extraconyugales de la reina con su valido Beltrán. Hoy ni siquiera nos escandalizaría que rey, reina y privado, se montasen un trío. Historiadores serios arguyen que Beltrán no pudo ser el padre de Juana porque se hallaba lejos de la corte en el momento de la concepción.

Juana fue designada como heredera al trono a las pocas semanas de nacer. Más tarde, Enrique, presionado y débil, por el pacto de los Toros de Guisando (1468) reconoció a su hermana la infanta Isabel como princesa de Asturias y por tanto como heredera, lo cual echó más leña a la infamia de que Juana no era hija suya, ya que estaba dispuesto a descabalgarla del trono para dejárselo a la tía. Luego “donde dije digo digo Diego”, enfadado porque Isabel se casara con Fernando de Aragón, “tanto monta”, en lugar de hacerlo con Alfonso de Portugal (lo cual, dicho sea de paso, hubiera cambiado muy decisivamente el mapa político de la península), volvió a nombrar a Juana princesa de Asturias en 1470, declarando nulo el juramento de Guisando. “Como no soy río, me vuelvo”.

Juana fue ganando apoyos para su causa. En 1474 Enrique accede a discutir cordialmente con su hermana Isabel el futuro de la corona, pero su muerte en circunstancias sospechosas (rumores de envenenamiento) hicieron imposible el acuerdo. Hernán del Pulgar, secretario de Isabel lo explica así: “era hombre de buena complexión, no bebía vino; pero era doliente de la hijada y de piedra; y esta dolencia le fatigaba mucho a menudo”. ¡Balones fuera! Contra él, la Liga nobiliaria de Alcalá de Henares había vertido acusaciones como que favorecía a los judíos y musulmanes, responsabilizando a su privado Beltrán de la Cueva de todos los males del reino. Las acusaciones de homoxesualidad, que también se esgrimieron contra su padre Juan II, eran usuales entonces –como lo han sido hasta tiempos recientes- en campañas populistas de desprestigio. Pero los cronistas de la época también le atribuyen a Enrique amantes femeninas: Catalina de Sandoval, Guiomar de Castro, Beatriz de Vergara, si bien fueron uniones “vanas”, sin fruto.

El 13 de diciembre de 1474, su hermana Isabel se autoproclamó reina en Segovia y en 1475 estalló la guerra civil entre sus partidarios y los de su sobrina Juana. Partidarios de esta eran el marqués de Villena, el duque de Arévalo, el marqués de Cádiz, el gran maestro de Calatrava y el arzobispo de Toledo, entre otros, apoyados por el rey de Portugal Alfonso V, con aspiraciones de serlo también de Castilla, el cual mandó embajador a Roma solicitando dispensa por parentesco para casarse con Juana. Isabel, por su parte, contaba con la mayoría de la nobleza mejor armada y con el rey de Aragón. Con trece años, Juana trató de evitar la guerra civil, proponiendo una votación de los tres “estados”, “por personas escogidas dellos de buena fama e conciencia que sean sin sospecha”. Las ciudades más importantes de la época, de Castilla y de la Nueva Castilla (Andalucía), Sevilla, Toledo, y toda la región de Galicia, preferían a Juana como sucesora. Sin embargo, las armas decidieron y los partidarios de Isabel vencieron en Toro (1476) y Albuera (1479). Una fuerza en torno a cuatro mil soldados, ocho mil jinetes y treinta mil peones se impuso. La paz definitiva con Portugal se firmó ese mismo año. A Juana se le propusieron diversos matrimonios de conveniencia, pero se retiró al convento de Santa Clara de Coimbra (Portugal) y “a Excelente Senhora” murió en Lisboa en 1530.

Nunca dejó de considerarse la legítima reina de Castilla, aunque apenas intervino en las luchas que se libraron en su nombre. No se conservan sus restos, así que es imposible decidir si era hija de Beltrán o de Enrique IV “in áurea cánula”.

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