También citaba como ejemplo, según los hosteleros ubicados en pleno centro urbano, que “la caja” va disminuyendo progresivamente por falta de ingresos diarios producidos por las importantes restricciones a las que están sometidos para frenar el virus, entre ellas la reducción de aforos y la imposibilidad de servir en el interior de los establecimientos.
Igualmente lamentaban el excesivo “celo” de los agentes de la autoridad que realizan periódicamente inspecciones en los espacios públicos habilitados al efecto, con lo que, según afirman, “espantan a la clientela” que decide no acudir más a los locales para consumir con la grave repercusión negativa para estos empresarios.
Hoy, Lunes día 28 de Agosto –cuando escribo esta entrega- han transcurrido cuatro días desde que vieran la luz las anteriores líneas. En este breve espacio de tiempo un propietario tradicional del sector ubicado en la principal arteria urbana vuelve a quejarse amargamente del –reitera- excesivo “celo” de los agentes de la autoridad que velan por el cumplimiento de las normas dictadas. Concretamente se le ha abierto un expediente sancionador por carecer, en la terraza de su negocio, de licencia de música, durante una de las inspecciones rutinarias.
Vaya por delante la necesidad de respetar las órdenes gubernativas y proceder a sancionar en caso de incumplimiento. Nada que objetar. Ahora bien, entiendo que en estas circunstancias, un hilo musical eleva el ánimo para rememorar la Feria de Septiembre y en este momento donde nos hallamos inmersos, lo adecuado sería advertir previamente al infractor para que no vuelva a reincidir en la falta cometida, y si no cumple, entonces sanción al canto. El silencio, no es una vacuna contra la pandemia.
Así van los hosteleros y comerciantes a pesar de las ayudas prometidas, camino del cierre patronal. Ayer ya se manifestaron los autónomos, mañana puede surgir otro segmento afectado por el virus si se sigue “ahogando” al comercio y hostelería, porque ya se sabe que “a perro flaco todo son pulgas”.
Si (
No(
