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VERGELES Y FRUTAS, por José Biedma López

Ilustración: G. Gallesio. Pomona italiana (1817-1839), detalle de castañas en rama.
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Ilustración: G. Gallesio. Pomona italiana (1817-1839), detalle de castañas en rama.
miércoles 23 de septiembre de 2020, 14:17h
VERGELES Y FRUTAS, por José Biedma López
El huerto del claustro de las antiguas abadías como los vergeles señoriales de la Edad Media evocaban el Jardín del Edén. En su centro, el Árbol de la Vida y de la Redención. No lejos, una fuente cuya agua escurre por cuatro brazos simulando los cuatro ríos del Paraíso: Pisón, Gihón, Tígris y Éufrates. Cuando se lo podían permitir, estos huertos cerrados contenían almendros, cerezos, membrilleros, manzanos, perales, higueras, granados, nísperos, frambuesos y moreras negras. Los campesinos no disfrutaban del manjar de sus frutos; se limitaban a coger hierbas comestibles, raíces, bayas y cerezas de monte, recurso este último tan apreciado que se prohibió su tala en Francia hacia 1669. Con las de la sierras sevillanas se fabrica todavía hoy un licor extraordinario, el sabroso Mihura.

Entre el siglo X y XI los árabes introdujeron el naranjo en Europa, procedente de China. En realidad era el bigaradio de frutas amargas que los musulmanes llamaban narandj. Sólo se consumían para medicamento y perfumería. El bigaradio se cultivaba en cajas que se guardaban en invernaderos para preservarlo de las heladas. Uno de estos árboles, el “Gran Condestrable”, se sembró en Pamplona en 1421 y la reina de Navarra lo regaló al condestable de Borbón que lo cultivó en Chantilly. Luego el rey Francisco I lo plantó en Fontainebleau. Por fin en 1686 Luis XIV lo trasplantó en Versalles donde lució venerable en su invernadero. El naranjo dulce, especie pacientemente mejorada por los chinos, no llegó a Europa hasta el siglo XV traído por los portugueses.

Los árabes también difundieron por el Mediterráneo el limero y más tarde el limonero. Los romanos sólo conocían como cítrico la cidrera que habían importado de Persia. El mandarino llegó a Europa hacia 1820 y el pomelo de Malasia a principios del siglo XX. Los árabes aclimataron los albaricoques en España desde el siglo IX. De Italia llegaron los melocotones (poco apreciados al principio), los melones y los cantalupos que cultivaban los monjes para los sumos pontífices. Pablo II en 1470 y Clemente VIII en 1605 murieron tras sendos golillones. Y es que la gula siempre ha sido considerada por la iglesia una falta grave, pero con especial “dispensa” dentro de los pecados capitales.

De Asia llegaron los ciruelos silvestres en el siglo XVI, que pasaron por Italia y fueron hibridados con variedades autóctonas. Las ciruelas claudias, suculentas y “caguetosas” –como las llamaba mi abuela- deben su nombre a la desafortunada reina Claudia de Francia (1499-1525), feucha y coja, pero excelente alma. La hicieron casarse en 1514 con un primo alemán, el ambicioso Francisco, duque de Angulema, porque era la primogénita de Luis XII. Convertido en rey, Francisco I la abandonó y ella vivió retirada en los jardines de Bloix, que cuidó y donde murió con 26 añitos. Se hizo querer por su dulzura, piedad y generosidad, así que Pierre Belon (1517-1564), excelente naturalista, le puso su nombre a un nuevo ciruelo que importó de Italia.

El Renacimiento italiano también marcó época en el mundo de las frutas. El jardín señorial hasta ahora confinado dentro de las murallas de los alcázares rodeó ahora a las fortalezas como un joyero, lugar de ocio, de placer, de romances y hasta hortal místico. Se trajeron plantas exóticas para enriquecer jardines y vergeles. La arboricultura se convirtió en arte. Solimán el magnífico mandó viñas de Oriente a Europa. A Luis XIV le volvían loco los melocotones y su jardinero consiguió producir en el norte de Francia higos con técnicas sofisticadas para complacer al Rey Sol, que en 1702 tuvo el privilegio de probar la primera piña procedente de los invernaderos de su hermano.

“La rosa es efímera”, tópico literario asociado al carpe diem. Todo el bello decorado de la flor se vuelve inútil “al final del día”, lindos accesorios que se mustian y caen a pedazos. Sólo en el centro del cáliz triunfa el ovario fecundado, promesa de una nueva planta. Sus paredes se transforman en fruto, los óvulos se convierten en semillas que contienen el embrión. Pero aún la existencia del fruto es fugaz, está concebida para que aves y animales diseminen sus semillas lejos. Hay frutas con hueso y con pepitas: drupas y bayas.

Sorprende saber que el melón es una baya, igual que los cítricos, bayas irreconocibles a las que se denomina hesperidios en honor al jardín legendario de las manzanas de oro. La fruta del granado, tan asociada al otoño, constituye ella sola un tipo aparte que los botánicos denominan balausta. Son los tegumentos de las semillas los que forman una pulpa rosada, ligeramente ácida y azucarada, mientras que el pericarpo (lo que está alrededor de la fruta) se ha vuelto coriáceo.

Muy diferentes son los frutos secos: castañas, avellanas y bellotas son aquenios que no se abren espontáneamente al madurar, formados por un solo carpelo y una sola semilla. Estrictamente hablando, ni la fresa ni el higo son frutas. La verdadera fruta de la fresa son sus aquenios, esas pepitas que crujen en la boca; la pulpa roja procede del receptáculo floral. El higo es todavía más sorprendente porque es una flor de flores que se ha cerrado sobre sí misma. Dentro, las florecillas femeninas, fecundadas por una avispa casi invisible que entra y sale por el ojo del higo, se han transformado en granos. Cuando estos receptáculos florales, lo higos, estallan en otoño y muestran su pulpa rojiza, las aves e insectos se invitan y diseminan lejos, con el abono de sus excrementos, las semillas maduras, puede que en la cornisa de una iglesia o de un palacio, en un padrón, un arcén, un tejado y hasta en el hueco de otro árbol... ¡Allí crecerá la higuera cimarrona, descendiente de aquellas que expandieron los Fenicios por el Mediterráneo hace miles de años!

Ilustración: G. Gallesio. Pomona italiana (1817-1839), detalle de castañas en rama.

Blogs del autor. Filosofía y Crítica literaria:

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