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NI QUITO NI PONGO REY…, por José Biedma López

viernes 17 de julio de 2020, 09:32h
Lo de las etiquetas sí que es atroz. Al pobre Pedro I, rey de Castilla y de León entre 1350 y 1369, hijo de Alfonso XI y de María de Portugal, se le tildó de cruel, pero también de justiciero, cuando tal vez hubiera sido más apropiado llamarle el Impulsivo. Casó con Blanca de Borbón y enseguida hizo que dos obispos declararan el matrimonio nulo; a los tres días la abandonó y encerró en el Alcázar de Toledo al enterarse de que los franceses no pagarían la dote (1353). Las malas lenguas, que nunca faltan, cuentan que un ballestero la asesinó luego por mandato de Pedro. Mala decisión, que le enemistaría con la casa de Francia. Un año después se casa con Juana de Castro, a la que también abandona y en 1362 declaró en las cortes de Sevilla que su verdadero amor había sido María de Padilla, fallecida en 1361 y su amante desde 1352. Pedro hizo reconocer sus cuatro hijos: Alfonso, Constanza, Beatriz e Isabel, como legítimos herederos al trono, aunque de poco le sirvió. Estos líos traen los matrimonios por conveniencia, económica o política, pues la convención puede, pero la naturaleza siempre puede más.
Crónica del Rey don Pedro de Castilla.
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Crónica del Rey don Pedro de Castilla.
NI QUITO NI PONGO REY…, por José Biedma López
Estatua de Pedro I el Cruel orante, Museo Arqueológico Nacional.
Estatua de Pedro I el Cruel orante, Museo Arqueológico Nacional.

Los historiadores parecen estar de acuerdo en que de haber consolidado su trono Pedro hubiera modernizado Castilla dando más importancia y auge a la industria incipiente y a la actividad mercantil que a la agricultura y ganadería, poniendo fin al feudalismo. Pero la nobleza levantisca y cerril quería otra cosa. Todavía en tiempos de los Reyes Católicos la vida económica de Castilla seguiría dependiendo de la ganadería y de la agricultura, aunque los nobles habían cedido ya parte de su poder político y militar.

El desdichado Pedro I, nada más suceder a su padre, tuvo que hacer frente a una pandemia de peste negra que diezmó a la población. No le faltaba energía. Reunió Cortes en Valladolid (1351), fijó precios y salarios, declaró obligatorio el trabajo, dictó normas contra el bandolerismo e intentó limitar las arbitrariedades de la nobleza, primando el beneficio de los municipios y legislando para todo el reino sin tener en cuenta la inmunidad de los señoríos.

De casta le venía al galgo, ¡lo de fiero!, porque nada más morir su padre, su madre, María de Portugal, encargó la muerte de la adúltera Leonor de Guzmán, con la que Alfonso XI se había despachado a gusto engendrándole diez bastardos, entre ellos el conde de Trastámara, futuro Enrique II, feroz enemigo de Pedro y que se levantó contra el rey en Asturias. Pero Pedro venció a la nobleza sediciosa en 1352, unos rebeldes se sometieron, otros, los más díscolos, se exiliaron y el rey gobernó con ayuda de técnicos, juristas y burgueses. Pero la nobleza esperaba su ocasión, que llegó en 1356 con la guerra entre Castilla y Aragón por la hegemonía política y económica de la Península y el control del comercio en el Mediterráneo. La superioridad militar castellana era abrumadora, Enrique de Trastámara fue vencido en Nájera y se exilió en Francia, pero otro Pedro, el rey Ceremonioso de Aragón le contrató con sus tropas mercenarias, las Compañías blancas, bajo las órdenes de Bertrand Duguesclin. En la guerra de Aragón (1356-1361) Pedro contó con la ayuda del famoso Príncipe Negro de Inglaterra (Eduardo de Woodstock), pero la escuadra castellana, mandada por el genovés Bocanegra fue derrotada en Barcelona.

Tras la guerra de Aragón, Pedro todavía ganó varias poblaciones al Rey Bermejo de Granada, Abu Said. El moro vencido se presentó en Sevilla en son de paz y Pedro le mató de un lanzazo. La amenaza exterior y la inestabilidad interna seguramente afectaron el carácter del rey que no dudó en hacer purga sangrienta en su propia corte, enajenándose el apoyo de los pocos nobles que le habían sido fieles.

Por su parte, Enrique, que sería llamado luego el de las Mercedes porque reconstruyó ciudades devastadas por la guerra civil, tomó Calahorra y se hizo proclamar rey de Castilla en 1366. Hábil bastardo, transformó la disputa por el trono de Castilla-León en cruzada, al acusar a Pedro de ayudarse de musulmanes granadinos y de judíos (recaudadores de impuestos, médicos, boticarios, orfebres, gestores, mercaderes…). Con la ayuda de Francia, del papa y del rey de Aragón, Enrique se impuso en Montiel. El rey estaba sitiado y el “señor de la guerra” Duguesclin prometió a Pedro que le ayudaría a huir, pero le engañó atrayéndole a la tienda de Enrique. Los hermanastros, cara a cara, se enfrentaron, se acometieron...

Pedro I, aún guerrero vigoroso, iba ganando el forcejeo cuando Duguesclin ayudó al bastardo, quitándole de encima al rey legítimo con una famosa disculpa que se ha convertido en lugar común: “¡Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor!”, o sea, que al francés mercenario le importaba un bledo quien gobernase en España, pero, eso sí, cumplía su contrato con quien le pagaba, o sea, con el Trastámara. Eso cuentan que dijo Duguesclin mientras que Enrique, también llamado con propiedad Enrique II el Fratricida, aprovechaba la ventaja para acuchillar a su hermanastro un 23 de marzo de 1369, en el campo de Montiel.

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