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CIELOS, FILÓSOFOS Y PÁJAROS, por José Biedma López

CIELOS, FILÓSOFOS Y PÁJAROS, por José Biedma López
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lunes 04 de mayo de 2020, 11:38h

Según una aceptable etimología, la palabra griega que significa hombre (anthropos ἄνθρωπος) quiere decir “el que mira hacia arriba”, el ser que levanta su mirada hacia el Cielo. ¿Por qué ese interés de poetas y filósofos por la luna y las estrellas si no dan de comer? Bien porque de allí procedemos, físicamente somos polvo de estrellas; o bien porque hacia allí ascienden nuestras almas, exploradoras de mundos, nostálgicas de sus orígenes. Si sólo somos humus (> homo) terrenal, polvo y ceniza, no es menos cierto que la consideración de las cosas del Cielo nos eleva, sean imaginarias como ángeles y extraterrestres (todavía), o misteriosas e incomprensibles como supernovas y agujeros negros.

CIELOS, FILÓSOFOS Y PÁJAROS, por José Biedma López

Gadamer (1900-2002) explicó que el hoyo al que cayó Tales de Mileto suscitando las burlas de su criada, no era un hoyo. La buena mujer le dijo al sabio que más le valdría mirar dónde ponía los pies, antes que embelesarse tanto con las rutas de los astros… Ese hoyo era en realidad un primitivo telescopio –dijo el hermeneuta- que permitió a Tales prever con exactitud un eclipse de sol en 585 a. C. Los astrónomos actuales han confirmado la proeza del filósofo presocrático, considerado también el primer físico de la historia.

Sin embargo, quienes de verdad surcan el cielo, al menos el más próximo de la atmósfera, son las aves, como ahora los vencejos y las golondrinas que limpian de insectos gratis los cielos de nuestros pueblos y aldeas. Porque vuelan, cantan y construyen nidos, los hombres siempre han admirado a los pájaros. Platón afirmó que los hombres eran almas semi-divinas que habían caído y encarnado en la Tierra al perder sus alas, y esperaba que al alma (psique) excelente le rebrotaran apéndices plumosos para que así pudiera regresar a su jardín celestial, a su verdadero reino o al Reino de la Verdad. En la transmigración de las almas (metempsicosis) que describe en su Timeo, las mentes menos viles reencarnan en pájaros.

San Agustín hará de la tórtola y la paloma símbolos de los hombres espirituales. El cristianismo asociaba desde antiguo la paloma al Espíritu Santo y el laicismo moderno ha blanqueado a la columba para hacerla emblema de paz, paloma picassiana. A fin de cuentas, las aves son como nosotros: bípedas. No sorprende que el búho, ora mochuelo ora lechuza, represente desde la Antigüedad a la Sabiduría. Estos pájaros nocturnos, que algunos también consideraron de mal agüero, se mantienen alerta y atentos mientras la masa de los hombres duerme. La mayoría de los humanos –sentenció Heráclito, príncipe melancólico de Éfeso- viven sus vidas como en sueños, con escasa consciencia del racional fluir del gran río del Ser.

Platón se preguntó una vez cómo juzgarían las grullas a los hombres si pudieran hablar. Es conocida la definición académica del hombre como “bípedo implume”, de la que se burló el cínico Diógenes lanzando un gallo desplumado por encima de los muros de la Academia al grito de “¡Ahí tenéis al hombre de Platón!”. A Diógenes se le conoce sobre todo por sus ingeniosas salidas de tono, como a Schoenberg, pero el griego era un filósofo cachondo. Para poder parangonarse con el humano, al ave le faltan manos –decía Aristóteles-, ¡pero no le sobran alas!

A los filósofos siempre les ha sorprendido la habilidad de la golondrina, elegante acróbata, para construir sus nidos, más sorprende aún que sean capaces de atravesar el Sáhara hidratándose sólo con los insectos que cazan al vuelo. A las golondrinas se atribuye el compasivo acto de liberar al Salvador de su corona de espinas y Plinio cuenta que son capaces de curar los ojos de sus polluelos con una brizna de la hierba celidonia.

La habilidad de loros y córvidos para imitar el lenguaje sorprendió a Aristóteles, el cual escribió que “emiten sonidos articulados”. Locke cuenta en su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) que el príncipe Mauricio de Nassau mantuvo un diálogo inteligente con su loro, buen conversador. Por su viva inteligencia y su comportamiento social, al loro lo hemos imaginado ingenioso protagonista de un montón de chistes. El águila, por su parte, emblema del Evangelista de la Luz, el misterioso y profético Juan, discípulo predilecto de Jesús…, el águila ha merecido siempre todos los respetos como reina de las aves y símbolo imperial.

Claro que no todas las aves merecen un buen tratamiento filosófico. Están los pájaros bobos, los ilusorios que atiborran el cerebro de los bobos, los “pájaros de cuenta”, los pajarracos carroñeros, esos buitres, cuales codiciosos herederos, que acuden a limpiar huesos de difuntos; o los pájaros ladrones, como la urraca, ¡pobrecilla!, su mala fama le viene de su tendencia a acarrear piedras brillantes al nido, y es verdad que hay quien ha encontrado en sus refugios anillos de oro. Hoy se ve a las urracas como a las cogujadas, esas alondras con peineta (Galerida cristata), merodeando en las cunetas de las carreteras y autovías, oportunistas y mendicantes, al acecho de la sustancia de los insectos y pequeñas criaturas que involuntariamente atropellamos con nuestras veloces fieras mecánicas, también llamadas coches.

Apiadado de cogujadas y urracas, pienso que en estos días de escaso tráfico esas avecillas nos estarán echando de menos, tal vez lamenten a su manera que ya no seguemos para ellas la vida de bellas mariposas ni machaquemos erizos en celo ni destrocemos zorros y linces deslumbrados, ni matemos tantos bichos transeúntes como exterminábamos antes de la Pandemia (a. P.).

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