nuevodiario.es

NARCISO Y NARCISISMO, por José Biedma López

NARCISO Y NARCISISMO, por José Biedma López
Ampliar
jueves 30 de abril de 2020, 12:07h
Dicen que su madre se miraba en el espejo de sus ojos glaucos. Hallaba en ellos los jardines de las mejores esmeraldas. En su profunda y verde floresta se perdía. Sí, hermosísimo doncel recién entrado en la primavera de la vida, de prestancia varonil, escultórica figura, cabello ensortijado, tez nacarina y faz risueña. ¡Cuántas gracias divinas concentraba en sí aquel extraordinario muchacho, personificación de encantos naturales!, ¡gran cazador! (cazar era la forma antigua de hacer deporte con ganancia de necesaria proteína).
NARCISO Y NARCISISMO, por José Biedma López

Pero, como no hay pellejo sin mácula, su alma era insensible a todo amoroso sentimiento. Ni piedad, ni conmiseración sentía el espléndido mancebo, como si fuera una flor brillante pero carente de fragancia. Un trozo de mármol labrado por el mejor escultor y expuesto a la escarcha y a todas las inclemencias del tiempo se enternecería antes que el corazón de aquel gallardo mozo.

Así que, cuando después de interminables días de caza tornaba a su hogar, apenas vestido con un taparrabos, un arco atravesado al pecho y un carcaj a la espalda, las ninfas salían a su encuentro anhelantes de una sonrisa, mendicantes de una mirada dulce, para acabar ruborizadas y confundidas por la indiferente frialdad y el impío desdén de Narciso, que así se llamaba el tebano.

No había en Tebas y sus alrededores una ninfa que no pretendiera sus amores y hubiérase visto malpagada con el cruel desprecio de su soberbia indiferencia. Cierto día que Narciso husmeaba en el monte sus codiciadas presas, lanzó a los aires la palabra “¡unámonos!” con que solía reclamar a sus perros. Los montes repitieron: ¡unámonos, unámonos!, pero no eran los montes, sino la ninfa Eco que, abrasada en deseos de Narciso, cantaba aquello y corría con sus carnes y sus brazos abiertos a su encuentro, anhelosa de fundirse en cuerpo y alma con el recio ingrato. No hay que decir que Narciso, fiel a sí mismo y a su egoísmo, despreció a la ninfa, que lo maldijo. Y ya todo el coro de ninfas, náyades y dríadas, informadas del fatal desprecio, solicitaban a los dioses inmortales satisfacción a su despecho y un castigo para Narciso. Fue Eco quien ingenió una venganza ejemplar: el joven se enamoraría perdidamente de su imagen ilusoria.

Pronto cayó la venganza como una tormenta veraniega sobre el engreído y por eso, una mañana en que se hallaba jadeante de correr por verdes prados y de encaramarse audaz por riscosas laderas, cansado de acorralar y de rendir fiero las alimañas del bosque, sediento se detuvo en la margen de un torrente cristalino, donde sus aguas reposaban. Tendido en su rivera, apenas tendió la mano para recoger en su hueco el agua apetecida vio con asombro como surgía en aquel charco la más hermosa imagen que jamás hubiese contemplado. Por primera vez se encendió su alma hasta entonces fría. Extendió hacia aquel rostro bellísimo los brazos queriendo estrecharlo contra su pecho emocionado. Pero la apariencia fugaz se deshacía.

Ante la imposibilidad de satisfacer sus deseos, desesperado, loco, fuera de sí, arrojábale con furia puñados de arena por ver si del agua salía, instándole con gritos a que abandonase su cárcel quebradiza. Protestó y lloró y las lágrimas que caían al agua no hacían sino borrar su imagen ilusoria y disolver su figura. Saltó al espejo y en él se ahogó, ¡ay!, como sucede a tantas y a tantos.

Corrió la voz de su tragedia y ahora la venganza satisfecha, el odio inconstante, dejó paso a la nostalgia de la belleza para siempre malograda, estéril, perdida. Ninfas, náyades y dríadas buscaron el yerto cadáver de Narciso bajo la corriente, entre cañaverales y raíces de sauces llorones… Hasta que, en el lugar en que se inclinó para beber, hallaron un hermoso vegetal, cuyos tallos culminaban en flores aromosas que se inclinaban hacia el agua, como buscando la imagen de sí mismas. De esas flores durante siglos se hicieron guirnaldas con que coronar a los muertos, sin embargo se dice que vistas en sueños anuncian desventuras y desdichas.

Como todos los mitos, el de Narciso admite variantes. La mayoría de los mitógrafos hacen responsable de la muerte de Narciso a la maldición de Eco y luego condenan a la pobre ninfa a repetir lo que oye. En la psicología actual se llama narcisismo a una forma de autoerotismo, la del que se idolatra a sí mismo. En su Introducción al narcisismo, Freud lo definió como una polaridad del Eros que, en lugar de proyectar la libido hacia un objeto exterior se dirige hacia dentro… Allí donde asustados gemimos y exclamamos “¡Madre mía!”. Los narcisistas son muy madreros.

Muchos psico-sociólogos ven en el narcisismo una característica del carácter del urbanita posmoderno: un tipo desequilibrado que reclama continuamente derechos y atenciones, pero que resulta incapaz de ofrecerlas o de reconocer y cumplir con sus obligaciones. O sea, todo lo contrario de un “chico atento”. No peca por baja autoestima sino por sobre-autoestima. Se cree mejor que nadie.

Algunos críticos sociales han denunciado el narcisismo individualista como una peste de nuestra época, no sé si más o menos nefasta que la del Covid-19. A fin de cuentos, ¿qué es el móvil (celular), sino un espejo similar a aquel en el que se miraba la madrastra de Blancanieves? Todos nos miramos en el monitor esperando que el genio del espejo nos diga: me gustas. El selfi no es más que un retrato narcisista. Y los hay que mueren por hacérselo.

El narcisimo mata, porque el pobre narcisista que requiere con apremio el aplauso ajeno, acaba condenado a la soledad, ya que se parece mucho al tradicional quejica o llorica y nadie soporta a los quejicas. Su corazón transpira frustraciones provocadas por la distancia sideral que media entre el Paraíso perdido de los brazos de mamá y las exigencias de las relaciones maduras; o entre el imaginario ofrecido por el halago de la Internacional Publicitaria, y la sosa rutina cotidiana con sus apremios de producción y consumo, esa jaula de dependencias y alienaciones. El narcisista actual da por supuesto sin fundamento: 1) que hay “yo” sin “tú”; y 2) que se lo merece todo sin ganarse nada, o sea, que es posible ser amado sin ser amable.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
1 comentarios