nuevodiario.es

ODIADORES Y RENCOROSAS, por José Biedma López

ODIADORES Y RENCOROSAS, por José Biedma López
Ampliar
jueves 16 de abril de 2020, 10:48h

En un artículo de La Codorniz alababa Álvaro de la Iglesia que la caridad –hoy “solidaridad”- tendiera sus tentáculos amorosos en todas direcciones proporcionando muleta al cojo, sopa al hambriento y hueso al perro; lamentaba, sin embargo, que no hubiera una Sociedad Protectora de Estúpidos, quedando estos fuera de todo cuidado público o privado. Han pasado los años -¿qué digo años?: ¡lustros, décadas, medio siglo!- y los estúpidos en sus versiones posmodernas: odiadores cretináceos, iracundos vehementes, envidiosos despreciativos, blasfemos, dogmáticos, conspiranoicos maliciosos, etc., siguen más espectaculares que nunca, molestos, exuberantes… ¡Se han venido arriba!

ODIADORES Y RENCOROSAS, por José Biedma López

Ahora se llaman haters y se les consiente enruidar y ensuciar con bufidos e improperios todos los altavoces y las luces de pantallas y monitores. Sí, enruidan porque los haters “vozmitan” (sic, J. L. Coll), o sea, sacan la voz violentamente y de improviso, apabullando al contertulio. Hablan cuando no deben de lo que desconocen, cuentan chistes sin gracia, carecen de tacto y discreción, descubren la pólvora y el Mediterráneo diariamente y ríen más fuerte que los demás, gritan con mayúsculas en redes sociales y completan sus graznidos con emojis de gusto dudoso.

El hater, el odiador contemporáneo, no ama, o sea, padece anemia anímica, anemia porque el odio contrae y adelgaza el espíritu, al contrario que el amor, que lo dilata y ensancha. No es desde luego, este odiador nuestro de cada día, tan peligroso como el cretino diagnosticado, psicótico o sociópata, que es siniestra y rara avis, pero el hater común, también llamado zoológicamente Hater infectatorius boccanarium, ataca los nervios, ensucia los hilos comunicativos, y lo peor: apenas lee nada instructivo, pero es capaz de manejar software a nivel de usuario para mostrar con pésima ortografía: desagrado, aversión, desprecio o irritación, un movimiento verbal de alejamiento o aniquilación de casi todo lo humano. Dicha misantropía opinante del odiador regular asegura incluso que el planeta estaría mejor sin seres humanos, aunque el odiador misántropo (él o ella), tal vez animalista o vegana, no se cuenta a sí mismo/a entre los deseables exterminados de la estirpe humana, como si ella o él fuesen de otra raza.

Según Marina, este dinamismo aniquilador o agresivo lo comparten varias tribus de sentimientos: odio, ira, aburrimiento. Entre ellos hay curiosos cruces léxicos. “Aburrimiento” viene de aborrecer, que es un modo de odiar, porque se aburre esencialmente el que no ama. “Enojo” significa enfado (in odio esse). Por su parte, “enfado” significó primero aburrimiento, pero ahora está más cerca de significar ira. De la misma raíz indoeuropea que viene “odio” (od-) viene el adjetivo inglés “atol”, cruel. Y es que el odio nos vuelve crueles, hasta con nosotros mismos.

El odio supone deseo de hacer daño, como su pariente sentimental: el encono, que fue primero en castellano una herida corrompida, una llaga supurante. El odio suele nacer de la envidia y del rencor, emociones negras de las que crece la verde enredadera tóxica que asfixia y envenena las almas: su mala voluntad. El rencor está a la que salta y aprovecha cualquier desliz de su adversario político, laboral o familiar, para lanzarse al cuello y hacer pupa, al menos simbólicamente. Lo peor del odio es que activa la mala intención, que es lo peor de lo malo, en base a una aversión absoluta y por tanto injusta por principio. Injusta por principio –como vio Descartes- porque nadie ni nada hay tan odioso en el mundo que merezca un desprecio “absoluto”, nada ni nadie existe que no contenga algo amable y digno de respeto, incluso en el delincuente más abyecto, en el insecto más feo o en la pandemia más letal, siempre hay algo aprovechable.

Y ya que hablamos de contagios virales, reconozcamos que el odio también se pega, igual que su padre, esa enemistad antigua, esa ira envejecida: el rencor. Lo odios se heredan como una tara del alma, como una maldición, saltando de una generación a otra como una herida que supura y no cura. “Rencor” procede de “rancio” y es por eso un malestar anímico que se ha degradado y enmohecido. La llamamos también “tirria” del que se siente ofendido por la simple presencia del otro, porque el otro no piensa o no siente igual que él, o porque no actúa, siente y piensa para él. También le llamamos inquina, la del que se muestra incapaz de tolerar al otro y por ello practica el terrorismo íntimo, hasta que el matrimonio, la amistad, la relación sentimental o lo que sea, estallan.

Entre estos odiadores iracundos de derechas o de izquierdas, nacionalistas o internacionalistas, pues los hay envueltos y disfrazados de todas las banderas, en los que enraizó y fructifica el enojo en forma de tuits sangrantes y declaraciones despiadadas, entre estos que se sienten ofendidos y ultrajados por lo que sucedió hace un siglo, hace unas semanas, y por lo que sucede hoy o sucederá mañana, agravios llaman a agravios y lo único que puede cortar ese lazo infernal del reproche y la denuncia es la tolerancia y el perdón. Tal vez por eso Azaña incluyó el perdón y la piedad en su epitafio.

Aunque esté emparentado con él, no hay que confundir al llamado por los togados querulante con el hater auténtico. El querulante disfruta querellándose o difamando a diestro y siniestro, contra el vecino, el jefe, el profe de la hija, la compañía de teléfonos, la alcaldesa, pero por lo menos comparece… Lo peor del hater, en su subespecie reticular posmoderna, es que tampoco da la cara, engaña al servidor, no dice su edad, miente sobre su sexo, suelta sus pullas, escarnios, menosprecios y melonadas con seudónimo porque, además de bobo y torpe en trívium, es decir en dialéctica, retórica y gramática, y encima de estúpido, suele ser cobarde.

En fin, que apoyo la iniciativa de don Álvaro ampliándola: la de fundar una Sociedad Protectora de Estúpidos, Rencorosas y Haters, a fin de ir limitando las sandeces que uno ve y lee en los Mass Media y de corregir con benevolencia al estúpido leve, por muy ingrato que se muestre con la terapia o el terapeuta. Antes de sufragar cuidados a perros y gatos, ¿no parece más urgente y humanitario vacunar contra la carcajada ruidosa, el sarcasmo cruel, el desprecio sistemático, la desvergüenza grosera, la blasfemia cutre y el juicio temerario?

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios