QUERIDO LELO

- Para Lelo-, te dije un día mientras te hacía entrega de un detalle por el Día del Padre. -Yo debo ser Meridiano-, exclamó tu querido yerno, a la sazón mi padre, cuando recibió su presente. Recuerdo que ese 19 de marzo fue una de las pocas ocasiones en que ambos estuvisteis juntos para celebrar el día de San José, y parece que aún puedo sentir la gran sensación de fiesta que teníamos en casa. Yo tenía siete años y os regalé a cada uno una caja de cerillas forrada con una lámina de estaño previamente punteada.

Desde entonces ha llovido; tú cumplirías en mayo ciento trece años y mi padre ochenta y seis, y ahora que vuestro silencio se impone, ahora que ya no estáis, no puedo evitar rememorar vuestras vidas, unas vidas que otros juzgan sin haber experimentado lo que a vosotros os tocó en suerte.

Querido abuelo del alma. Hoy recuerdo tu pasado y siento la desesperación y el dolor que sufriste antes de enamorarte de la vida porque no puedo evitar pensar que tú, testigo de una angustia mayúscula, fuiste capaz de perdonar con la dignidad del hombre templado, sabio y bondadoso que eras. Precisamente porque estos días debemos permanecer en casa, me vienen a la cabeza los recuerdos que apenas contaste de un confinamiento en tiempos peores. Por eso, cuando la cuarentena haya pasado, espero con verdadero anhelo que regrese la bendita voluntad de quienes como tú hicieron de la sonrisa y la cordialidad su lema, porque tú evitaste siempre la discordia, el insulto gratuito y nunca le diste la espalda al menos común de todos nuestros sentidos.

Sonia Mª Saavedra de Santiago