nuevodiario.es
(Ilustración: Evarcha jucunda, Salticidae, araña saltarina clavando sus quelíceros en el cuello de una mosca)
(Ilustración: Evarcha jucunda, Salticidae, araña saltarina clavando sus quelíceros en el cuello de una mosca)

DE LA SEVICIA por José Biedma López

sábado 22 de febrero de 2020, 11:07h

El mallorquín Ramón Llull (c. 1232-1316), poeta y místico, filósofo y teólogo, fue el primero que concibió una máquina de razonar y un cálculo lógico universal (Ars Magna). Se le cita siempre como precursor en el diseño de computadoras y máquinas inteligentes. Creó su artefacto para conciliar las verdades lógicas con las teológicas. En el libro VIII de su Libro de las Maravillas desarrolla una antropología medieval. En su capítulo LXV trata de la caridad y la crueldad, definiendo a esta como el vicio contrario de aquella virtud principal. De la crueldad –dice- se sigue la enemistad entre Dios y el hombre. Félix, protagonista del Libro, se maravilla de lo mal que anda el mundo, en el cual, por un hombre (varón o mujer) que esté en vía de salvación por la caridad, hay mil que están en vía de condenación por la crueldad.

DE LA SEVICIA por José Biedma López

Las palabras “caridad” y “compasión” están muy gastadas por mal uso. Y sin embargo, fue la caridad, entendida como desprendido amor fraterno, la principal virtud teologal cristiana (ágape). La palabra “piedad”, por su parte, está perfectamente olvidada. Hoy preferimos hablar de solidaridad, que nos suena a excelencia laica, sin confesión. Piensa Llull que por culpa de la crueldad se ha olvidado la piedad, el perdón y la misericordia, multiplicándose la vileza por encima de la honradez y la falsedad por encima de la verdad, así como crecen los vicios. Nada nuevo. Amigos de la crueldad son los enemigos de la paciencia, la humildad y el amor fraterno (ágape).

Al contrario que las bestias, el libre albedrío permite a los humanos hacer el mal a sabiendas y por placer, incluso por aburrimiento. Ningún signo más claro de ello que este de nuestra predisposición natural a la crueldad. A su colmo se le llamó sevicia, especialmente cuando los malos tratos tenían por víctima a una persona sobre quien se ejerce potestad o autoridad. Es el caso del jefe que abusa de su dependiente y lo humilla, o de un marido que maltrata a la esposa o a sus hijos. En el derecho penal tradicional –no sé si ha cambiado mucho desde que lo estudié- la sevicia podía ser causa de divorcio y los tribunales podían también suspender la patria potestad en caso de sevicia.

Más que un sentimiento, la crueldad es un placer, si va unida a la venganza se dice que es un placer de dioses, bien por su intensidad, bien porque sólo les está reservado ese goce superior a la cruel venganza de ellos, a los inmortales. No hay que estar loco ni ser un dios para disfrutar del dulcísimo placer de la venganza. Y sólo hablaríamos de sadismo patológico si disfrutamos de la virtud jodida, de la inocencia torturada.

Crueldad es el deleite que siente el nene abusón –o la nena pendeja- haciendo temblar al gordito llamándole “sebón” o humillando a la miope de “cuatro ojos” en la escuela. Todas las formas del bullying son viejas y tienen por incentivo el placer de la crueldad: o sea, el deleite y satisfacción que nos procura hacer sufrir o ver sufrir a otros. Alguna vez he propuesto en clase la definición de hombre (mujer o varón) como animal cruel. Puede que una comadreja degüelle a un palomar entero. Lo he visto. Pero no lo hace por crueldad sino porque adora la sangre fresca. No es el terror o el sufrimiento de las palomas, ni su dolor, lo que satisface o complace a la comadreja. Buscando móviles psicológicos, encuentro que puede que contemplar la humillación o el dolor ajeno nos haga sentirnos superiores, nos alivie de las frustraciones, nos haga descargar las propias debilidades en los hombros del prójimo; puede que el ejercicio de la crueldad satisfaga nuestro deseo de poder o dominación. La “violencia de género” no es más que un triste atavismo y un perverso ejercicio de crueldad. Lo peor de todo, que la víctima ni siquiera se reconoce como tal hasta que es tarde.

Todos tenemos capacidad para la crueldad. No de otra forma se explica que tendamos a reír si se cae el profe en clase o fastidian al actor cómico en la peli. Nos encanta ver al malo sufrir cuando el bueno por fin le alcanza y da muerte. Cruel es la tortura, que uno puede incluso inferirse a sí mismo en ciertos tipos de amores y odios perversos o patológicos. “No te tortures, no tienes culpa de nada” –así consolamos al que sufre por el daño causado a otro a causa de un descuido involuntario o un accidente fortuito.

Ningún otro animal ha convertido la tortura y la crueldad en una técnica, un arte y un espectáculo. Ella es el principal elemento de ese “morbo” que como deleite le atribuimos al espectáculo de ver caer en el fango el buen nombre de un famoso o “ilustrosa” a los que pillaron trincando, desmoronado el lustre de su honra en una sola tarde. Cristo, que muere cruelmente torturado, manda que ni siquiera pequemos de crueles con el enemigo, con el que nos ha hecho injusto daño. Me pregunto si no será la crueldad la especie más innoble y despiadada de soberbia, el pecado capital por ruindad, nuestro vicio más destructivo de la humanidad y feo.

Más sobre lo mismo: http://diccionariosubjetivo.blogspot.com/2011/03/crueldad.html

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios