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ARGOS CIEN OJOS por José Biedma López

ARGOS CIEN OJOS por José Biedma López
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lunes 06 de enero de 2020, 16:03h

Tal vez la leyenda del gigante Argos descienda de la oriental de Indra, deidad de los arios que conquistaron la India, esclavizando a sus pueblos. Indra fue dios del firmamento y de las batallas, del rayo y de los mil ojos y preside la antigua mitología védica montado en Airavata, su elefante albino. ¿Por qué Indra posee mil ojos? No es muy estético ni cómodo eso de llevar un montón de luceros repartidos por el cuerpo y tampoco hay mucha gloria épica en este atributo del dios, pues resultó que Indra sedujo a la esposa del sabio Gautama, pero este se vengó consiguiendo que las potestades superiores obligaran a Indra a llevar sobre su cuerpo mil figuras de yoni, o sea del órgano sexual femenino. ¡Menos mal, que luego las flotantes vaginas epidérmicas se transformaron en ojos!

ARGOS CIEN OJOS por José Biedma López

La analogía entre ojos y sexo es común en culturas diversas. En el Siglo de Oro español era frecuente la expresión “ojo del culo”, incluso escrita en coplas provocantes a risa por eminentes plumas. J. E. Cirlot cree que Edipo se castra simbólicamente al sacarse los ojos cuando descubre su parricidio e incesto, que mató a su padre (sin saber que lo era) y que ha estado acostándose y teniendo hijos con su madre Yocasta (sin tenerla por tal).

El gigante Argos es mencionado por Homero tanto en la Ilíada como en la Odisea, con el mote o apellido de Panoptes (todo ojos). Argos panoptes representa el cielo nocturno en el que las estrellas también semejan ojos. La tradición atribuye a Platón un bellísimo epigrama en que se juega con esta idea:

Observa los astros, Estrella mía.

Cielo quisiera ser

para poderte mirar con muchos ojos.

Argos es proposopeya de la noche estrellada, esa que ha desaparecido de las grandes ciudades. Dotado de superpoderes como Hércules, Argos liquidó a algunos monstruos, entre ellos, abatió al temible Equidna. Como el gigante posee cien ojos, cierra unos mientras tiene otros abiertos y se puede decir que nunca duerme, ¡vigilante ideal! Por eso Hera, diosa madre, le eligió como servidor y le encargó como último trabajo el cuidado de una hermosa ternera blanca. Eso creyó Argos, que sólo tenía que ocuparse de una vaquilla albina atada al tronco de un venerable y viejísimo olivo. Pero en realidad, la ternera era un disfraz de la ninfa Ío, amada por Zeus, esposo infiel de Hera. Y Zeus, patriarca de los dioses, no se conformó con la venganza de su esposa Hera, de modo que mandó al dios Hermes a liberar a la ninfa, el Mercurio romano.

La estrategia de Hermes para vencer a Argos fue disfrazarse de pastor de cabras y contar hermosas historias animadas por la flauta de caña (albogue). Tan dulce fue el discurso del dios del comercio y de las telecomunicaciones que consiguió que todos los ojos de Argos se cerraran. Y ahora el pobre servidor de Hera descansa por fin, duerme profundamente como jamás hizo en toda su vida, como una noche sin estrellas, no como una urbe estrellada de leds. Sin demasiado esfuerzo, Hermes le corta entonces la cabeza. Con el tiempo, Hera recuperó la testa de su fiel siervo Argos, y con ella diseñó el pavo real, su cola redonda representa el cielo y el tiempo, y en su plumaje lucen los ojos de Argos.

Es posible que estos mitos preolímpicos y ancestrales de titanes y gigantes integren recuerdos cósmicos de gran profundidad, como explica Cirlot (El ojo en la mitología. Su simbolismo, Gerona, 2019), expresan misterios relativos a nuestra prehistoria, a la prehistoria del espíritu humano, la lucha entre la luz y las tinieblas, el instinto inconsciente y el alma consciente, entre el mal y el bien que suelen darse mezclados.

Pero también son un recurso didáctico. Gracián echa mano del gigante Argos en su Criticón cuando presenta a Artemia como maga más admirable que espantosa y que, al contrario que la hechicera Circe, en lugar de transformar a los hombres en bestias, humaniza a las bestias. Artemia es personificación de las artes y las técnicas que complementan y hermosean la naturaleza, de este modo Artemia convierte a los inútiles y títeres, “titibilicios y chisgarabises”, en personas útiles al común, así como “los ciegos del todo transformaba en Argos”.

Nada más comenzar la segunda parte de su Criticón, Gracián resucita un Argos moralizante “rebutido de ojos de pies a cabeza, y todos suyos y muy despiertos” (el Argos del jiennense Pérez de Moya tenía sus cien ojos a la redonda de la cabeza). Gracián reaviva al gigante porque estamos en tiempos en los que es menester abrir bien los ojos y ni siquiera basta andar con cien óculos: “nunca fueron menester más atenciones que cuando hay tantas intenciones”. Le preguntan a Argos si todavía guarda bellezas, aludiendo al episodio con la ninfa Ío transformada en ternera blanca. Responde Argos que tal cosa es ya imposible y que más bien él se guarda de las bellas.

El Argos de Gracián reparte sus ojos por todo el cuerpo y aún en el colodrillo para ver lo que pasó, y en los hombros que sirven para mirar la carga que uno se echa a cuestas, que quien no es Atlante no ha de meterse a sostener estrellas, y los de la espalda le sirven al gigante para mirar bien donde uno se arrima, pues a veces es preferible no depender de nadie y vivir “a lo filósofo”: solo y feliz.

Más raros todavía son los ojos en las rodillas, pero estos -contesta Argos- son los más “pláticos” (de “platicar”, hablar), ojos políticos porque permiten mirar bien ante quien se arrodilla uno: el numen o ídolo al que se adora. Son ojos, estos genuflexos que sirven para saber ante quién postrarse, muy útiles para brujulear quién y cuándo triunfa, quién se hace con el poder y por eso “en las Cortes se estiman harto”. ¡Cuánta agudeza crítica derrocha este Argos gracianesco!, pues, “para poder vivir es menester armarse un hombre de pie a cabeza, no de ojetes, sino de ojazos muy despiertos: ojos en las orejas, para descubrir tanta falsedad y mentira; ojos en las manos, para ver lo que da y mucho más lo que toma; ojos en los brazos, para no abarcar mucho y apretar poco; ojos en la misma lengua, para mirar muchas veces lo que ha de decir una; ojos en el pecho, para ver en qué lo ha de tener; ojos en el corazón, atendiendo a quien le tira y le hace tiro; ojos en los mismos ojos, para mirar cómo miran; ojos y más ojos y reojos, procurando ser Elmirante en un siglo tan adelantado”.

No ha perdido frescura y actualidad el texto de Gracián. Su gigante Argos concluye que no está dispuesto a ceder ningún ojo ni a Andrenio ni a Critilo, que todos los necesita, pero les aconseja que el mirar con ojos ajenos es gran ventaja, sin pasión y sin engaño, que es el mirar verdadero.

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