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DON JUAN MANUEL Y LOS ALTRAMUCES por José Biedma López

DON JUAN MANUEL Y LOS ALTRAMUCES por José Biedma López
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Al noble don Juan Manuel (1282-1348?), caballero de pluma y espada, pocos se atrevían a toserle, ni siquiera los reyes, porque era sobrino de Alfonso X el Sabio y nieto de Fernando III el Santo, de cuyo hijo menor, Manuel de Castilla con Beatriz de Saboya, nació nuestro asombroso escritor. Su vida política fue un ir y venir a caballo de un confín a otro de Castilla, de una frontera a otra, un tejer de alianzas, traiciones, asedios, huidas, avenencias, pactos, rupturas, conspiraciones maquiavélicas, incluso se le acusó del saqueo de la casa en Roa de su tío Enrique, aprovechando que este se moría

DON JUAN MANUEL Y LOS ALTRAMUCES por José Biedma López

Don Juan Manuel tenía poder para movilizar a mil caballeros para cualquier empresa de conquista o militar, y a veces enfrentó a sus mesnadas con las del mismísimo rey Alfonso XI para que este le hiciera caso. Se casó tres veces, escogiendo a sus parejas siempre por motivos principalmente políticos, y consiguió dejar también a sus descendientes bien enlazados con la más alta nobleza de Castilla o Portugal. Una de las hijas de su segundo matrimonio, casó con don Enrique II de Trastámara, llamado en Úbeda “de las Mercedes” por su ayuda en la reconstrucción de la ciudad tras las guerras civiles con Pedro I el Cruel.

Don Juan Manuel acumuló títulos y señoríos, como el de Adelantado Mayor de Andalucía. Por principal hazaña bélica contaré que en 1326 derrotó a los granadinos de Ozmín en el Guadalhorce, donde se dice que murieron tres mil musulmanes.

Pero como no podía perder el tiempo viendo televisión, acumuló una importante biblioteca, leyó y aprendió mucho, lo mejor de lo que su tiempo le ofrecía, se carteó con papas, reyes y con los principales intelectuales de la época, conocía el latín pero perseveró en el uso del castellano como nueva lengua de cultura y civilización. Siguió así la estela de la Escuela de Traductores de Toledo. Sintió vivo interés por la cultura árabe, a través de la cual llegó a España la tradición del cuento indio. Y él usó los que pudo como ejemplos (exempla) morales, como una filosofía para la acción práctica.

Su genial obra El Conde Lucanor o Libro de Petronio es la primera gran muestra de literatura sapiencial en castellano. Su ejemplo XXXV: “De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava” es antecedente de La Fierecilla Domada de Shakespeare, con su rosario de versiones cinematográficas, una española protagonizada por Carmen Sevilla y otra anglosajona por Liz Taylor.

Las lecciones de don Juan Manuel son clásicas, esto quiere decir que ni están de moda, ni sirven a la moda ni pasan de moda. Sobre la ingratitud es maravilloso el ejemplo XI que cuenta lo que sucedió a un Deán ambicioso de Santiago con el maestro nigromante de Toledo: Don Yllán. Pero más corto es el argumento que ataca a los quejicas o querulantes, tan frecuentes en nuestras sociedades del bienestar.

Para que renuncie a angustiosas ambiciones de bienes o servicios, Petronio, el tutor sabio, cuenta al Conde Lucanor, en formación, la historia de un buen hombre que cayó en tal estado de pobreza que no dio más que con un plato de amargos altramuces. Hace unos años compré un bote de ellos sólo para que mis hijos supieran qué son y cómo nutrían nuestras tardes allá por los años sesenta del siglo pasado. En ciertos bares castizos de Sevilla aún es fácil que te los regalen con el vino. La necesidad obliga, y a buen hambre, ni pan duro ni altramuz amargo, así que el hombre fue pelando y comiendo los altramuces e iba dejando sus cortezas “pos de sí”. Y estando en este pesar, lamento y queja de su mala suerte, no cesaba de llorar y vio a un hombre que detrás de él iba cogiendo y comiendo las cortezas de los altramuces que él despreciaba. Preguntole que por qué hacía eso, a lo que le dijo que habiendo sido más rico que él, ahora era más pobre todavía y no tenía otra cosa que comer, sino las cáscaras que él despreciaba.

Dejó el primero de quejarse. Vio que le había conservado Dios salud, manos, brazos, piernas que le funcionaban estupendamente, así como todos los demás órganos imprescindibles. Aguzó la inteligencia y montó en aquella región una lencería de tallas grandes, advirtiendo que las señoras de allí usaban buenas cucharas y tampoco le hacían ascos a las pintas de cerveza. (Completo con esto el cuento medieval), pero ya nunca más se quejó de su suerte, ni siquiera si se torcía. Y es que nadie puede pretender tenerlo todo.

Y este no tenerlo todo, este hallarse siempre falto de algo es lo propio de la condición humana, dice don Juan Manuel que lo tiene Nuestro Señor Dios por bien. Así que ese eslogan tan frecuente en nuestra publicidad comercial de “¿Te lo vas a perder?” condena a la frustración, porque siempre será más lo que nos perdemos que lo que disfrutamos. Y es mucho saber conformarse, apreciar y agradecer lo que ya tenemos, pues nuestra atención y tiempo son limitados.

Todos aquellos nobles de la Edad Media fueron grandes carnívoros. Don Juan Manuel escribió un Libro de la Caça y era famoso como cetrero, o sea cazando con halcones. Disponían de tanta carne y grasa que era fácil que acabaran, como el emperador Carlos, padeciendo de gota. Cosa que no les hubiera ocurrido si hubieran recurrido más a las legumbres, y entre ellas el altramuz, chocho o lupino, hoy despreciado por las nuevas generaciones, pero que tiene formidables propiedades alimenticias, tantas proteínas como la soja, minerales y ácidos grasos de los buenos… Los antiguos egipcios comían tantos altramuces como garbanzos y lentejas.

En América es planta de altura, los incas la cultivaban por encima de los dos mil metros. Pero los altramuces de don Juan Manuel no pueden ser americanos, porque cuando el infante murió todavía faltaba siglo y medio para que Colón pusiera sus reales en América. ¿A qué altramuces se refiere, don Juan Manuel? Carlos Azcoytia, tras recordar la importancia que tuvo esta leguminosa en la nutrición de los pobres durante la posguerra, cita a Apuleyo (124-180), otro gran cuentista, que afirma que los campesinos de su tierra (Numidia africana, también patria de San Agustín) conocen con exactitud la hora del día por la orientación de su planta, aunque esté nublado. En la Geopónica de Casiano Baso, un texto del siglo III d. C. se aconseja sembrarlos en el equinoccio de otoño, las vacas ayudarán a mantener los plantones libres de malas hierbas, pues las comerán, pero respetarán los altramuces por su amargura.

Varios autores antiguos les atribuyen poderes vermicidas (eliminan parásitos internos y lombrices). Los naturistas actuales proponen su ingesta contra la flojera y la hipertensión. Y cosa extraordinaria, buen ejemplo para tirios y troyanos, en lugar de empobrecer la tierra en la que nacen, los altramuces nutren y fertilizan aquella en la que crecen porque no necesitan abono y fijan el nitrógeno. También se usan distintas especies en jardinería. La foto que ilustra este artículo es de una extensión salvaje de altramuces de prado y se ha usado como fondo de pantalla.

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