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"ENTRE GRILLO Y MARIPOSA" por José Biedma López

'ENTRE GRILLO Y MARIPOSA' por José Biedma López
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miércoles 14 de agosto de 2019, 13:20h
'ENTRE GRILLO Y MARIPOSA' por José Biedma López
Cita Ramón y Cajal la máxima de Plutarco: “Oculta tu vida”. Pero cuatrocientos años antes de que el genial humanista de Queronea la dejase escrita, ya el refinado hedonista Epicuro recomendaba: “Vive oculto”. Parecida es la moraleja de Florián en su conseja del Grillo y la Mariposa…

Un humilde grillo contemplaba desde su cueva las elegantes cabriolas aéreas de una gentil y luminosa mariposa. Era tan bonita, tan encantador resultaba su vuelo, que las flores competían ofreciéndole muy abiertas su néctar meloso. Y el pobre grillo se lamentaba: “¿Quién soy yo, negro bichejo, al lado de esta maravilla que seduce con sus encantos a plena luz del día? ¿Por qué el Supremo Hacedor nos diseñó tan distintos, a ella tan linda y sublime, a mí tan feo? ¿Qué son mis exaltaciones nocturnas sino una recalcitrante queja que aburre y da sueño, al lado del espectáculo ofrecido por esta mariposa de excelencia incomparable?”.

Falto de autoestima, lloraba el grillo deprimido y los ojos le brillaban como azabaches. A todo esto, llegaron allí unos zagales que comenzaron a acosar a la princesa de alas polícromas, le lanzaban estacas, pañuelos y gorras, hasta que uno alcanzó a derribarla. Todos se lanzaron entonces por la presa, uno le arrancó las alas, otro las patas y el tercero le machacó la cabeza con una piedra.

El grillo, aterrorizado, quedó mudo de espanto ante tan cruel y atroz escena: “Jamás volveré a quejarme –se dijo-, ¡nunca abandonaré mi cueva!”.

No abandonar la llamada “zona de confort” puede ser una estrategia útil muchas veces. “¿Qué necesidad hay?” –nos preguntaba mi suegra, preocupada sobre todo por sus nietos, cada vez que emprendíamos una excursión a la montaña. La vida tiene sus riesgos; la aventura, más; la belleza, paga tarde o temprano sus alardes. Conviene no ser ni el primero ni el último, así en la guerra como en todo lo demás. El temerario, suele palmarla el primero; el último, pasa por cobarde.

Y vivir siempre oculto es muestra de cobardía y una norma moral egoísta más propia de salvajes que de hombres civilizados –como sentencia nuestro nobel-. No puede justificarse del todo la soledad voluntaria del eremita o del cartujo o –lo que hoy es mucho más frecuente- la actitud incívica del pasota, del propietario que no acude a las reuniones de la comunidad de vecinos, del “idiota” (en sentido etimológico) que dice pasar de política, e. d., de la vida civil, esa misma que le proporciona protección y alimento. Porque el hombre, o bien es un animal político, o mal es una peligrosa bestia.

La humanidad, tanto más si es selecta y educada, no puede ni debe ocultar su vida superior, sino trabajar públicamente para facilitar y ennoblecer la de los demás, aunque esto llevará aparejadas envidias, infamias, zancadillas y todas esas sucias maniobras con que son castigados injustamente Mérito y Notoriedad. Y por desgracia, la señora Excelencia suele estar mal vista en sociedades igualitarias (o igualitaristas). Caro es el arancel que pagan Hermosura e Inteligencia a Mediocridad, si ésta antes no destruye a aquéllas. Tal fue el caso del ostracismo (o exilio obligatorio) que se practicó en Atenas, a veces muy injustamente, contra el ciudadano que simplemente sobresalía por su talento, invención o iniciativa. A este respecto, me gustaría añadir que un sistema educativo que premie al mediocre –ya lo vio Séneca- fastidia irremediablemente al que por sus aptitudes o hábitos resulta óptimo.

Así, entre la táctica comodona del grillo y la maestría sutil de la mariposa, propongo un ten con ten. Huya usted, mientras pueda, del peligroso cielo de la fama, pero evite la fosca cueva de soledad medrosa. Y sobre todo, permita usted que la belleza libe libre las rosas de la vida. Si no puede imitarla, confórmese con su contemplación. Ya es bastante.

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