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LA GRAN MADRE: LUCA

LA GRAN MADRE: LUCA
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domingo 23 de junio de 2019, 10:53h
A Goethe, el gran escritor alemán, le fascinaba más la naturaleza que la gente. O digamos, que era un tanto insensible para disfrutar de la naturaleza de la gente, pues por mucho que la cultura y las costumbres aprendidas la disfracen, queda siempre en nosotros un resto de condición natural; por debajo de la máscara moral, una raíz común que a todos y todas nos emparenta.
LA GRAN MADRE: LUCA
Goethe llamaba a la Naturaleza con prosopopeya subjetivista "La Gran Madre". Su casa en Weimar no sólo rebosaba obras de arte, también abundaban allí rocas, fósiles, herbolarios, cajas de insectos y minerales...
El padre del Fausto tentado por el diablo Mefistófeles diseñó un jardín para sus estudios científicos. Pudiendo habitar un palacio, su locus amoenus o lugar de preferencia era una casita de recreo sobre el río Ilm. Allí escribía a los amigos más íntimos rodeado de enredaderas y madreselvas, o paseaba por un largo sendero de malvarrosa, planta que amaba.
Goethe no sólo fue un extraordinario poeta y literato, sino también un apasionado y formidable científico fascinado por los fenómenos naturales y muy especialmente por la botánica.
En su obra La metamorfosis de las plantas defendía, en clave platónica, la existencia de una forma arquetípica genuina, base del mundo vegetal. Cada planta es una variante de esa Urform primordial. Trás la diversidad está la unidad, la hoja primordial. "Por delante y por detrás, la planta no es más que una hoja" -dejó escrito.
Como más tarde Lamarck o Darwin, Goethe era consciente de que animales y plantas se adaptaban al entorno mediante diferentes metamorfosis de aquella Urform o Idea primigenia. La amistad y conversación con Goethe fue esencial en la formación de Alexander con Humboldt, padre de la Ecología.
La hipótesis de una Forma Genuina congrúe con la idea hoy bien aceptada por la comunidad científica de un origen único para todos los seres y reinos vivos del planeta, sean bacterias, hongos, misomicetes, plantas, animales o personas. Todos procedemos de una primera macromolécula a la que se le ocurrió armarse de piel o corteza porosa, crecer asimilando parte del entorno y hasta reproducirse.
Y seguramente aciertan los sabios de hoy al pensar que se trató de un organismo elemental que vivió hace unos 4.000 millones de años junto a una chimenea hidrotermal. A está Urform los biólogos le llaman hoy LUCA (Last Ultimate Common Ancestor, o en español, el último antepasado común): el organismo del que descendemos todos los seres vivos de la Tierra.
Así que también era acertada la intuición del santo ecologista de Asís, fray Francisco, cuando en sus oraciones hablaba de la "hermana encina" o del "hermano lobo".
Puede que los vivientes no sólo compartamos una forma originaria, una misma madre, sino también un mismo impulso. Esta fue la idea de Johann Friedrich Blumenbach (españolizado, Juan Federico Arroyo de Flores), quien cuando Humboldt estudiaba en Gotinga publicó su influyente trabajo Über den Bildungstrieb. Llamó así, Bildungstrieb, al impulso formativo, la fuerza de formación de los cuerpos que todos los seres vivos comparten, ese instinto que a la vez nos aisla y nos comunica y fuerza a perseverar juntos en la aventura de la existencia.
José Biedma
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