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LA VERRUCARIA Y EL RELOJ DE LAGUNA

LA VERRUCARIA Y EL RELOJ DE LAGUNA
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miércoles 15 de mayo de 2019, 18:02h

Puede que algunos consideren a la verrucaria (Heliotropium europaeum) una mala hierba en la huerta o el olivar. Cierto que huele mal esta boraginácea anual de pelos grisáceos, pero su uso medicinal es antiguo y por eso Carlomagno mandó su cultivo. “Helio-tropium”, o sea, que durante el día sigue al astro rey como el girasol de las pipas.

LA VERRUCARIA Y EL RELOJ DE LAGUNA

En su monumental libro sobre Las plantas medicinales (1981), el sobresaliente botánico aragonés Pío Font Quer recoge un bellísimo comentario de Andrés Laguna sobre la verrucaria:

“Admirable y digna de ser imitada es la naturaleza del heliotropio, que, conociendo los asiduos beneficios que recibe del Sol, y que su ser y acrecentamiento no le tiene de otro, se va olvidando de sí mismo tras él, declarando con sus tallos, con sus hojas y con sus flores una inclinación vulgar y un intensísimo amor lleno de notable agradecimiento; de suerte que a cualquier parte que inclina aquel relumbrante planeta [el sol], siempre hacia aquella se enderezan uniformemente sus ramas; las cuales de noche se encogen como viudas atribuladas. De donde podemos juzgar que no solo nos sirve de medicina salutar [que da salud] esta planta, empero también de un muy bien concertado reloj para el concierto y orden de nuestras vidas, pues, con su regular movimiento nos mide el día, y, dividiéndole por iguales porciones, distintamente nos señala las horas”.

A quienes niegan que en España hubo Renacimiento, hay que recordarles la existencia de eminencias internacionales como Andrés Laguna. De hecho, el Renacimiento español estuvo cuajado de médicos humanistas, muchos de ellos, como nuestro segoviano, de origen judeo-converso. Tal vez fuese en fidelidad a su origen hebreo que Andrés despreciara sus apellidos Fernández y Velázquez, para firmar con el muy natural nombre de “Laguna”, pues es sabido que muchos conversos del XVI adoptaban nombres de plantas y fenómenos naturales.

Andrés Laguna tuvo tiempo para muchísimo: fue médico del emperador Carlos y de los papas Paulo III y Julio III, nombrado doctor por la Universidad de Bolonia, amigo y huésped en Venecia del también humanista Diego Hurtado de Mendoza. Viajó por toda Europa como extraordinario médico, botánico y farmacólogo, y hasta logró de Felipe II la creación del Jardín Botánico de Aranjuez. Políglota y polímato, no le fue ajena la crítica literaria, la historia, la filosofía o política, pero su más célebre obra fue la traducción al castellano de la Materia médica de Dioscórides. Comprobó las prescripciones del griego y añadió sus originales observaciones, pensamientos y experiencias. La obra se publicó en Lyon (1554) con el título de Annotationes in Dioscoridem Anazarbeum y de ella se divulgaron más de veinte ediciones hasta el siglo XVIII.

Escéptico con respecto a la brujería y a la alquimia, Laguna no aceptaba más opiniones que las que podía confirmar empíricamente. Tradujo y comentó a Cicerón, a Luciano de Samosata, a Aristóteles y a Galeno, y fue uno de los primeros europeístas y pacifistas convencidos, amigo de la tolerancia y la secularización de los poderes públicos, y afecto a una moral social y personal bien representada por el humanismo cristiano europeo como opuesta a la violencia y la barbarie. Falleció en Guadalajara en 1559, siendo enterrado en la capilla de Santa Bárbara de la Iglesia de San Miguel de Segovia. Sus paisanos le erigieron un monumento y un instituto de Segovia lleva su nombre.

Volviendo a nuestro Heliotropium europaeum, ese que según Laguna marca el tiempo de día y se encoge de noche como una viuda entristecida, diré, siguiendo a Pio Font Quer, que la hierba verrucaria se usó para bajar la fiebre y como vulneraria para limpiar y favorecer la curación de úlceras y heridas. Aún en el siglo pasado se recomendaba su infusión como buena para el corazón y contra la gota. Sus semillas se usaron en emplasto para eliminar verrugas, de donde su nombre vulgar de verrucaria. Escribió Dioscórides que “majadas y aplicadas a la natura de la mujer, provocan el menstruo y el parto”.

Sí, somos como enanos subidos a las espaldas de los gigantes, vemos más que ellos, pero por estar sobre ellos, “porque nos eleva y nos transporta la gigantesca magnitud del pasado” (Bernardo de Chartres, siglo XII).

José Biedma López

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