A menudo me quejo de la suciedad, del ruido y de los dueños de perros que ensucian nuestras ciudades cada vez que sacan de paseo a sus mascotas. Hoy, sin embargo, llego a casa con una sonrisilla inevitable gracias a A. y K., dos chiquillas preciosas que, con su cabello aún mojado por el último baño de la tarde y arregladitas con sus conjuntos veraniegos, caminaban a lo largo de una calle del lugar en el que veraneo con un perro la mar de curioso, una botella de agua con detergente y varias bolsas donde recoger las deposiciones de su compañero canino.
Nada que ver esta imagen con la de un adulto que hace unos días, cuando me ofrecí voluntaria para darle una bolsa que le permitiera recoger las porquerías de su perro, contestó que él no recogía nada porque nadie lo hacía, colaborando con ello a una siembra repugnante de cagallones en uno de los solares parcelados de este mismo pueblo en el que paso mis veranos desde que nací.
Hace casi diez años, en el colegio de las "Adoratrices de Cartagena", una niña de ocho años me contestó a una pregunta que hice sobre la utilidad de los libros, que los libros sirven para entretenerte cuando te aburres con los videojuegos. Aquella respuesta me inspiró un relato que fue publicado en la antología "Facer Españas" de la editorial "Orola" ( "Antares y el uso práctico de un libro") Hoy, cuando veo a tantos adultos mediocres asumiendo responsabilidades que les quedan grandes, vuelvo a recuperar la esperanza, como decía en aquel relato, cuando compruebo la sensatez y el ejemplo de estas magnificas niñas que ayer paseaban por las calles descuidadas de un pueblo entrañable.
Si (
No(
