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'Rafael Altamira', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)

"Rafael Altamira", por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)

viernes 10 de marzo de 2023, 08:41h
'Rafael Altamira', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)
'Rafael Altamira', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)
La Institución Libre de Enseñanza por su propia naturaleza habría de ser necesariamente regeneracionista en los momentos apurados del Desastre del 98 Sin embargo, la Institución es anterior a la moda regeneracionista y también le sobrevive. La I.L.E. es mucho más, claro está. Pero los institucionistas se entusiasmaron con el regeneracionismo y, de hecho, los regeneracionistas, como estamos viendo, están vinculados de una manera u otra a la Institución. Ahora bien, hay un institucionista de pura cepa que adopta una postura netamente regeneracionista: Rafael Altamira y Crevea.
'Rafael Altamira', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)

Biografía

Rafael Altamira y Crevea (1866- 1951) nace en Alicante en el seno de una familia de funcionarios (su padre era Músico Mayor del Regimiento de Infantería del Rey) Simultanea sus estudios universitarios con los de piano. Hace Derecho en Valencia y recibe decisiva influencia de los krausistas Pérez Pujol y Eduardo Soler y Pérez. También traba gran amistad con Blasco Ibáñez. El doctorado lo hace en Madrid con la inapreciable ayuda de Giner de los Ríos, Azcarate y Salmerón. En 1889 Altamira es nombrado Secretario el Museo Pedagógico, donde se fortalece su vocación y su amor a la enseñanza bajo el benéfico influjo de Cossío. “Entre las cosas que debo a esta casa- escribe más adelante- , una de ellas, la fundamental es haber sentido la inquietud del problema pedagógico (…) empecé a sentir, repito, la convicción arraigada de que el único camino para obtener todas las cosas en que pensamos cuando dirigimos nuestros anhelos hacia una Humanidad mejor que la presente, está en la educación”.

En 1891 publica La enseñanza de la Historia que tuvo resonancias nacionales e internacionales e ingresa en la Real Academia de la Historia. En 1897 ocupa la cátedra de la Historia General del Derecho Español en la universidad de Oviedo, donde encaja perfectamente con los institucionistas allí instalados para organizar la extensión universitaria. Su discurso de apertura del curso 1898-99 La Universidad y el patriotismo es un verdadero modelo de regeneracionismo de la educación. En 1900 publica Psicología del pueblo español y seguidamente aparece el primer volumen de la Historia de España y de la civilización española, en 1906 sale el segundo y el tercero y en 1911 el cuarto. Esta obra es calificada la mejor de su género.

En 1909 la Universidad de Oviedo le pensiona para que viaje como embajador de cultura y hermandad por Iberoamérica (Argentina, Uruguay, Chile, Perú, Méjico, Estados Unidos y Cuba) siendo así el pionero de un largo intercambio cultural que después será emulado por Posadas, Menéndez Pidal, Rey Pastor, Ortega y Gasset. A su regreso en 1910 es nombrado Inspector General de Enseñanza, pasando a ocupar poco después el recién creado cargo de Director General de Primera Enseñanza. Tras una fructífera labor en 1913 se ve en la necesidad de dimitir acusado de ocupar ese cargo mucho tiempo. No estando vacante su antigua cátedra de Oviedo se le crea por decisión real la de Historia de las Instituciones Políticas y Civiles de América en la facultad de Derecho de la Universidad Central, siendo común esa cátedra a los doctorados de Derecho y de Filosofía y Letras. Anteriormente, en 1911 había ingresado en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con su discurso Problemas urgentes de Primera Enseñanza en España.

En 1921 es designado uno de los once Jueces del Tribunal Permanente de Justicia Internacional en La Haya. En 1922 toma posesión como Número de la Real Academia de la Historia con su discurso “Valor social del conocimiento histórico”. En 1923 será también miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos y es investido Doctor “Honoris causa” por la universidad de Burdeos. En 1924 es elegido miembro de la Real Sociedad Geográfica y dos años después es nombrado Presidente de Honor de la Sociedad de Instrucción San Claudio de La Habana. En 1928 es investido Doctor “Honoris Causa” por la universidad de Paris y también ocupa la cátedra de dicha universidad de Historia del Pensamiento Español del Instituto de Estudios Hispánicos. En 1931 es nombrado Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid. Otros honores: Miembro correspondiente a la Academia Checa de Ciencias, Literatura y Arte (1935), Miembro Extraordinario de la Sociedad de Literatura Neerlandesa de Leyden (1935) etc. Con la guerra civil se ha de exilar a Méjico. Y poco antes de morir, en 1951, es propuesto para el Premio Nobel de la Paz, como justo homenaje a la tarea pacifista y cultural a que consagró toda su vida.

Su visión de la decadencia de España

La visión de la decadencia de España que tiene Altamira le sirve de soporte a sus teorías educativas. Explica que la decadencia española no era debida ni a la ineptitud de la raza, ni a pereza congénita, ni a las fatalidades del medio físico, ni siquiera a la falta de protección oficial. Cree que hubo de interponerse una barrera que dispersara las fuerzas, pues de otra manera no se explicaría que un pueblo como el español, que había dado muestras de vida fructífera y poder civilizador, se convierte de modo repentino en un cuerpo social totalmente inepto. Altamira trata de vencer el pesimismo infecundo y, por otra parte, procura que se valore en su justa medida lo positivo de nuestro pasado, pero sin caer en la tentación de “la idolatría y melancólica contemplación de lo que ya no es”. Altamira hace un balance de las cualidades presentes, para ver cuál conviene conservar y cuales nos faltan o en que defectos o males hemos incurrido para corregirlo “Muéstrese sin reservas los defectos- escribe Altamira- descríbanse las llagas actuales, hágase mirar el mal frente a frente y sin disfraz, pero al propio tiempo, anímese al enfermo en el camino de la curación, devuélvase la confianza en sus propias fuerzas, convénzasele de que es capaz de vencer las dificultades”. Viene a decir que los pueblos, como los propios individuos, rigen su vida influenciados, más que por el juicio que sobre ellos formulen los demás, por la opinión que tienen forjada de sí mismo. “Pueblo que se considera a sí mismo- aclara- como degenerado, como inepto, como incapaz de esfuerzos regeneradores, ya sea por enfermedad del ánimo, ya por sugestión de voces extrañas repetidas una y mil veces y acogidas por todos o parte de elementos directores, es pueblo condenado al pesimismo, a la inacción y a la muerte segura y rápida”.

El pecado de pesimismo lo cometían por igual, decía Altamira, los progresistas y los conservadores. Los primeros por mostrar una total aversión a nuestro pasado histórico, al que veían como una falacia, como un mito odioso que había que sepultar. Y los segundos, por todo lo contrario, por vivir de las glorias pasadas y querer imponerlo como guía de toda andadura presente, desconociendo o falseando en muchas ocasiones la realidad científica de nuestra historia. Además, no se puede juzgar un estilo de vida pretérito desligándolo de su contexto, de su circunstancia, que siempre es diverso del actual. Pero tampoco es justo decir que nuestro pasado encierra el oscurantismo, la desgracia y la total incapacidad y, por ello, hay que sepultarlo. Frente a tales teorías Altamira concluye que en la España de hoy y en la España de ayer, en la Nueva España y en la España vieja hay de todo, bueno y malo. Altamira denuncia otro error craso, el de suponer que la España vieja y la España joven corresponden a territorios claramente definidos: la periferia septentrional y oriental encarnaría a la España nueva y el resto a la vieja. Eso es una vanidad insostenible que la investigación científica se encarga de desmentir. La nueva España se “siente” a lo largo y ancho de toda su geografía.

Altamira rechaza, por juzgarla enteramente equivocada, la solución de Macías Picavea de que hace falta un hombre providencial, un salvador que nos saque del marasmo en que vivimos. Tampoco acepta la propuesta de Joaquín Costa de sustituir el régimen parlamentario por presidencialista. Altamira propone que no han de ser ellos, ni el dictador de Macías ni el estadista de Costa, “no han de ser ellos, directamente, los autores de la regeneración, sino los que han de poner al pueblo en condiciones de que se regenere a sí mismo, limitándose a remover los obstáculos que se oponen a la aplicación de los medios regeneradores y aponer estos mismos al alcance de la masa”. Una masa abúlica y desorientada con respecto a sus intereses esenciales no puede alumbrar a un genio o a un dictador tutelar. Lo único que surge es un tirano. “Hay que volver, pues, los ojos a la masa – explica Altamira- , es decir, a todos los españoles para preguntarnos todos, no lo que debe hacer el vecino, sino lo que debemos, podemos o no sentirnos capaces de hacer, cada cual en su esfera, sin esperar a que aparezca el o los gobernantes”.

Es decir, la regeneración ha de partir del mismo pueblo, al cual hay que educar, hay que poner en condiciones de que se regenere a sí mismo. Y para educar hay que conocer sus carencias o defectos. Altamira constata que falta a los españoles un verdadero amor a la patria, auténtico y fecundo, capaz de crear un cuerpo social cada vez más solidario y por ello más fuerte. Opina que un estado federal que se constituya sobre la base de la separación sentimental de los distintos grupos de población, está abocado a la total disgregación, porque sus más acendrados defensores no hablan de las notas comunes que sirvan de aglutinante a las posibles diferencias, sino precisamente de lo específico y diferencial. Opina que lo realmente grave no es el separatismo político, de relativa solución mediante un adecuado federalismo, sino el separatismo espiritual que cultivan unos conscientemente y otros inconscientemente.

Sobre la falta de estimación de lo propio lo resume en esta frase, desgraciadamente muy habitual: “Y si habla mal de España es español”. Ese es otro de nuestros grandes defectos. “…nuestra tendencia a considerar malo todo lo propio –arguye Altamira-, o por lo menos, inferior a lo extraño, y eso, en todos los órdenes de la vida; manifestación de nuestro pesimismo y desconfianza de lo que hacemos hoy, en lo que podremos hacer mañana y aún en lo que hicimos antes de ahora”. El egoísmo es otra lacra colectiva de los españoles. Al Estado se le considera algo ajeno, al que hay que estafar siempre que se pueda, eludir el pago de los impuestos, al que todo se le exige y todo lo malo se le achaca. Ese egoísmo se traduce en individualismo, que significa falta de solidaridad hacia los intereses generales, y en separatismo suicida. Y, sin embargo, cuando la independencia nacional se ve amenazada como cuando la guerra contra el francés invasor, la solidaridad y la entrega es tan grande que se llegó a situaciones de gran heroísmo. “Nos mantiene la esperanza- dice Altamira- de que una adecuada dirección educativa en el sentido social puede hacer perder campo al egoísmo y sea ganada la batalla por el espíritu comunitario”.

Altamira nos descubre el desconocimiento del sentido exacto del concepto de independencia de los españoles. Frente a agresiones físicas si hay sentido de la independencia, pero no desde el punto de vista económico, ya que sectores industriales, mineros, comerciales, están, en gran medida, en manos extranjeras ante la pasividad e indiferencia de amplios sectores. Rafael Altamira en su análisis psicológico del pueblo español nos descubre otras virtudes y vicios: falta de fe acerca del valor de la enseñanza, sentido práctico de la vida, hospitalidad, originalidad…Para afianzar esas virtudes y erradicar esos vicios no encuentra Altamira más camino que la educación. Altamira recalca que el hombre actúa en la vida de acuerdo con la educación que ha recibido y de la influencia que aquélla ha ejercido sobre su espíritu. Altamira opta por un programa educativo integral, que satisfaga las necesidades fundamentales de la cultura y la educación del alumno, en cuanto que es hombre.

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