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TIEMPO AIRADO, por José Biedma López
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TIEMPO AIRADO, por José Biedma López

martes 07 de marzo de 2023, 08:31h
TIEMPO AIRADO, por José Biedma López
TIEMPO AIRADO, por José Biedma López

Como aves precursoras de primavera, el puente de Andalucía trae a las costas meridionales de nuestra reseca piel de toro, y supongo que también a las levantinas, enormes bandadas de nórdicos pensionados que anhelan climas más benignos para sus huesos gastados. Aquí, en la Costa del Sol, vuelan durante todo el año mariposas monarcas y una escuadra de dragones marinos, seguramente holandeses o vikingos, reponen a tiempo, con cascadas de arena que arrojan por sus fauces, las playas de los chiringuitos, las tierras que se comió el mar durante invernales danas. Fríos inusuales han afligido este año a los ficus y las buganvillas. ¿Se repondrán?

Todo aquí es ya global, cosmopolita. Miro un gandul en flor (Myoporum insulare) importado de Australia. Un punjaví (lo digo por el turbante) y un africano (lo digo por su buen color) hacen mejoras en la terraza de un restaurante tex-mex. Las adelfas de las aceras están crecidas y podadas como arbolillos. En el estanco, una asiática expende sobres y sellos (todavía me carteo). Si compras unos cigarritos, debes de saber que el amarillo significa vainilla y el verde menta porque el Gobierno, que ostenta el monopolio del tabaco, censura que se comercialice con sabores, o sea con letreros que indiquen sabores. Gran nodriza provista de ubérrimas mamelas, nuestro Estado nos advierte en la tapa que el “tabaco mata” (algo que no aparece en las tapas plásticas de los coches, que también matan). O sea, mata y enferma el veneno que nos vende y que sin piedad graba.

Dicen que Mallarmé fumaba incesantemente un cigarrillo para interponer una nube de humo entre la humanidad y él… Lo dejó escrito el sañudo Schopenhauer: “Toda superioridad de espíritu tiene la propiedad de aislar; se la huye, se la odia y se invoca como pretexto que el que la posee está lleno de defectos”.

¡Qué fácil resulta justificar un vicio!

Veo caca de perro en la playa restaurada. Todos los bancos del paseo marítimo se ocupan con teutones panzudos y venerables señoras de carnes sonrosadas. Una hay que conduce a su perro en un carrito. Se ve que mangonea y mima a su querida mascota. Los guiris visten claro; los nativos, obscuro. Los primeros, con pantalones cortos y sandalias. Los puestos de recuerdos están repletos de prensa extranjera. Una novia taconea en el paseo: “Pisa morena, pisa con garbo”...

Nos enteramos por Instagram de que en el pueblo está nevando, pero aquí el sol consuela. Se ven menos bastones de los que serían necesarios; se llevan ahora los palotes de senderista, será porque simulan menos estragos de artrosis y cierto deportivismo remoto. Todo el mundo juega al béisbol; lo digo por las gorras; y muchos tal vez cuiden vacas; lo digo por los pantalones vaqueros. ¡No, es cuestión de marketing!; vaqueros quedan pocos o calzan panas. Un aborigen con las piernas amputadas hace de mendigo sobre una silla ortopédica, aseado y cariacontecido.

Una mujer madura, morena y envuelta con cuero brillante y apretado, ofrece besos a distancia. Uno espera que acuda un niño, pero es un perro con un bozal que le cuelga de la boca. Ella habla español con un acento que no podemos identificar. El perro se tumba y la guapa (iba a escribir “jamona”, perdón) le grita cumplidos y le restriega los dedos por la barriga al animal.

Desde el chiringuito vemos una nube de gaviotas mientras un enjambre de comensales devora peces chicos y medianos. Entre las palmeras, las cotorras argentinas se entregan a sus discusiones. Están perdiendo la vergüenza como las tórtolas turcas y cada vez se acercan más a los bípedos implumes en cuyos jardines fijan y tejen sus comunas con diabólica destreza. En una de las piscinas de los hoteles circundantes, ayuna aún de bañistas, se desliza una pareja de ánades azulones como si patinaran con música. Patos oportunistas con los cuellos de dignidad bien erguidos, enfrente de esos tristes inmigrantes subsaharianos que miran al suelo y extienden sus bolsos de imitación y sus camisetas deportivas por las losas: enseres baratunos que nadie mira, que nadie necesita, que ya nadie puede desear.

Oímos en la radio las catástrofes que asolan las fronteras de nuestra amada Europa, nada escarmentada por sus pasados genocidios y desastres, y entonces la calma chicha del mar que verdeaba y el hilo musical del chiringuito se transforman en la figura del Tedio bajo la forma de una bruja vestida de negro que chuchotea un aire musical canalla sobre un piélago inquietante, porque uno se entera de que en el año 2023, contados desde el nacimiento probable de aquel profeta divino, su mesiazgo no lleva trazas de realizarse jamás, porque allí, tan cerca, en los márgenes de Europa, de nuestra querida Europa, perdura el frío, el hambre, la desolación, la guerra. Los horrores del odio, en vez de las obras de la fraternidad. Porque hay quien se atreve a declarar en los presupuestos de las naciones que la boca de los cañones es más sagrada que el seno de las madres y su ánima de acero más digna de cuidados que el alma tierna de los niños. Del letargo invernal al tiempo airado, los malos aires de la ira.

Aquí vivimos de ficciones, de representaciones seriales, nos peleamos por juegos de palabras, anestesiados por y prendados de Bienestar. Requebramos a esa señora como a una moza de partido, en lugar de cortejarla como a una Musa. Revolucionarios nos nacen en el Hotel de la Opulencia como dientes de león en jardín olvidado, díscolos porque se sienten incómodos o se aburren si no ordenan. Cansados de estar a gusto. Dadles el triunfo de sus ideas, regaladles poder, y se mostrarán conservadores en las ideas contrarias. A su sabor.

Mirando a los guiris nordiales calmos y satisfechos, recordamos aquellas hordas bárbaras que trajeron bajo las cinchas de sus trotones el principio de las comunas y la noción del derecho individual moderno, pero las máquinas que luego se ingeniaron resultan incapaces ahora de añadir nuevas armonías a la vida, mientras siguen vomitando destrucción y fuego. Y de nada ha servido la hazaña de haber pisado la Luna, el presi Atlante quiere seguir dominando y extendiendo imperio. Si perecen civiles, ¡qué importa! Daños colaterales.

Ojeamos desde un banco del paseo marítimo mientras cae la tarde. Al fondo una noria ferial se ilumina. Atisbo el crepúsculo a mis espaldas, al norte del norte, con un asomo de esperanza, porque el crepúsculo es bello, de que la muerte se haga hermosa al servir de pregón a nuevas vidas. La noria da vueltas y su público sube y baja, estremecido por una insólita emoción, como aquel poeta al que tildaron de luciferino, consciente de que lo mismo pasa al hombre que al árbol: cuanto más quiere subir a las alturas, más vigorosamente tiende sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo obscuro y profundo, hacia las flores del mal. Se ha empeñado como Faetón en controlar la nave del Sol y hay riesgo de que hiele la Tierra o la reseque, y arda.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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