"Conversando con Susana", por Sonia Mª Saavedra de Santiago

Ahora tengo la incertidumbre de no saber que será de mi vida a partir de este momento, sin embargo, estoy tranquila, siento que Dios me acompaña en cada gesto de cariño que recibo de mi familia, de mis amistades (Susana, Esperanza, María José, Cuquen, Luis, Isabel, Rosa, Sara, Juan, Mª Teresa, Borja, Mª Dolores, Geli, María,) y tantos nombres que, poco a poco, se van quedando en mi memoria con agrado, como los de Carmen o Érika.

Confío en que todo quedará en un susto, que mi vida continuará con más mimo personal y con otra actitud. No quiero parecer egoísta; de hecho, lo que estoy pasando lo llevo con la alegría de pensar que tengo algo que ofrecer por los demás, y, si con estas letras, consigo una reconciliación, una sonrisa, un planteamiento distinto ante el modo de afrontar ese misterio gozoso que es la vida, doy todo por bien empleado. No le tengo miedo a la muerte, pero sí al dolor, por eso a Dios le pido que me ampare en este momento tan singular. Jesús en Ti confío, repito minuto tras minuto.

Mientras escribo estas palabras en mi cuaderno de notas, a mi correo llega una invitación para el Certamen Epistolar de Cartas de Amor de Calamocha. Creo que éste fue el primer certamen literario al que me presenté cuando hace unos años decidí dedicar parte de mi tiempo a escribir y del cual sólo he recibido gratitud y el puntual recordatorio de presentarme año tras año. Quizás en esta convocatoria la carta tenga que dirigirla a la dama de la muerte, que me ha estado invocando como una enamorada, pero con quien no quiero todavía partir. Pese a ello, pese a que mi voluntad no es la de partir, vivo cada segundo como un regalo, con gratitud e ilusión, con la alegría de quien se siente de la mano de ese Padre invisible que todo lo puede y que actuará no según nuestros planes, sino conforme a los suyos propios.

Ayer, Susana, te lo decía en nuestra conversación: Es tan bonito lo que siento, que me considero una privilegiada. Pensar en lo bien atendida que he estado durante los días de hospital; sentirme tan arropada por el equipo de la quinta planta, por los servicios de hematología, nefrología, diálisis y enfermería; o por de limpieza, auxiliares, celadoras, restauración, etc.

Ahora estar en casa me proporciona un confort y una felicidad inmensa. ¿Te imaginas tener un dolor de muelas y no tener ni un paracetamol a mano? ¿Y qué me dices que la situación en Turquía, Siria, Ucrania o tantos países del continente africano cuyos jóvenes, lejos de ese frívolo escaparate en que se ha convertido la vida de los pimpollos del Primer Mundo, ¿arriesgan todo por alcanzar nuestra orilla?

Susana, no se sabe mucho de mi enfermedad. Parece que puede deberse a una lesión de médula (creo que descartada en mi caso) a los efectos de alguna medicación, a un cáncer encubierto, a una infección o a causas psicosomáticas. Como te dije hace unos días, hace años que arrastro muchos problemas y muchos achaques. Desde que llegué de Colmenar en 2016, el ruido de un condensador de aire acondicionado mal instalado, la situación vecinal creada por ello y los problemas familiares ¿quién no los tiene?, me han ido perforando el espíritu como el agua y la cal en un paisaje cárstico de estalagmitas y estalactitas. Ha sido duro soportar el estrés por ruido, el dolor crónico, las roturas fibrilares que algunos medicamentos me han ocasionado y hasta la propia vida, pero, puede que, después de todo, y con todo lo que está ocurriendo, tenga que estar agradecida, pues he conseguido en estas semanas un estado de paz y felicidad que quizás logre de mí un nuevo y maravilloso paisaje.