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'Cataluña y el Príncipe de Viana', por Pedro Cuesta Escudero autor Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
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"Cataluña y el Príncipe de Viana", por Pedro Cuesta Escudero autor Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

miércoles 15 de febrero de 2023, 09:45h
'Cataluña y el Príncipe de Viana', por Pedro Cuesta Escudero autor Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
'Cataluña y el Príncipe de Viana', por Pedro Cuesta Escudero autor Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Si sostenemos que Fernando el Católico pretendió desvincular a Colom de la Casa de Trastámara, para que no trascendiera que era hijo del Príncipe de Viana, es porque quería curarse en salud y evitar otra sublevación de los catalanes, como la que sufrió su padre el rey Juan II a causa de su hermanastro D. Carlos, el Príncipe de Viana. Nos creemos, pues, en la obligación de esclarecer y dar una explicación de la estancia del Príncipe de Viana en Cataluña y del porqué de la sublevación de los catalanes contra su rey Juan II.

La biografía del Príncipe de Viana debe situarse entre Navarra y la Corona de Aragón, dos escenarios totalmente diferentes, pero coinciden a la hora de entender al personaje. Pero nos vamos de detener en el breve, pero intenso paso de D. Carlos por Cataluña durante el último año de su vida. El conocimiento de su estancia en tierras catalanas es indispensable para poder entender su vida, pero especialmente su muerte y la leyenda que surge acerca de su persona.

En marzo de 1460 llegó el Príncipe de Viana a Barcelona procedente de Mallorca. Era el viaje de regreso desde su salida del reino de Nápoles, a donde había ido en solicitud de ayuda a su tío y jefe de la casa de Trastamara el rey Alfonso V el Magnánimo, pues su padre Juan le había desheredado del reino de Navarra. Al poco muere el rey Alfonso V y deja como sucesor de la Corona de Aragón a su hermano Juan, como Príncipe heredero a D. Carlos y a su hijo bastardo Ferrán el reino de Nápoles. Como el rey Juan II de la Corona de Aragón no reconoce a su hijo primogénito como su heredero, D. Carlos marcha a Sicilia, donde es acogido con fervor y con la idea de que fuera su virrey y así tuviera un mayor grado de autonomía. Entonces Juan II, ya rey de la Corona de Aragón, temiendo que Sicilia se independice a través de su hijo, le ordena a éste que regrese a la península, pues está trabajando una entente cordial con él. Pero le pide que espere en Mallorca hasta que terminado de redactar el Convenio de Concordia entre ellos dos. Por medio de la llamada Concordia de Barcelona, firmada en enero de 1560, se pretende poner fin a las desavenencias entre padre e hijo. Aunque se trata de una aparente cordialidad, pues al príncipe Carlos se le prohíbe entrar en los reinos de Navarra y de Sicilia y sus derechos de primogenitura siguen sin ser reconocidos por su padre. Sin embargo las autoridades de Barcelona prepararon al Príncipe de Viana un recibimiento digno de un príncipe heredero. Se engalanaron las calles para que el príncipe las recorriera bajo palio. Esta entrada como legítimo primogénito indignó enormemente al rey.

El Príncipe de Viana se hace querer por los catalanes, peregrina a Montserrat y hace todo cuanto les agrada. A escondidas de su padre D. Carlos mantiene negociaciones de matrimonio con la infanta Isabel de Castilla, una niña que entonces contaba con nueve años. Y para disimular estas negociaciones que mantiene en secreto el príncipe obedece las órdenes de su padre manifestando cierto interés en un enlace matrimonial con la infanta Catalina de Portugal.

Don Carlos fue llamado por su padre el rey a la ciudad de Lérida, donde todo estaba preparado para la celebración de las cortes catalanas. Acudió con alegría creyendo que había llegado el momento de ser reconocido y jurado como primogénito de la Corona de Aragón y de Sicilia. En realidad el rey había llamado a su hijo porque se había enterado de las negociaciones secretas que llevaba con sus enemigos castellanos de organizar los esponsales con la infanta Isabel. El Príncipe de Viana es detenido y encarcelado por orden expresa de su padre. La detención del príncipe provocó la ira de los diputados de la Generalitat e intentan mantener un pulso con un rey al que no aprecian demasiado. Provocó un proceso de negociaciones con las autoridades catalanas. Acusan al rey de haber incumplido varias leyes y libertades del Principado, lo que no se podía tolerar. Hubo revueltas por toda Cataluña. Los diputados de la Generalitat acompañados de mil quinientos hombres armados y otras gentes que se unieron quisieron liberar al Príncipe de Viana, pero éste fue recluido en diversos castillos de Aragón, Zaragoza, Fraga, Morella.

Ante esta presión, acompañada de un levantamiento de los beamonteses navarros y del hostigamiento castellano en las fronteras de Aragón al monarca no le quedó más remedio que claudicar y el 25 de febrero puso en libertad a su hijo Carlos y firmar la Concordia de Villafranca del Penedés. El Príncipe de Viana llegó acompañado de su madrastra la reina Juana Enríquez (la madre de Fernando el Católico), a la que no permitieron que entrara en la Ciudad Condal. El acceso a Barcelona de D. Carlos fue victorioso, bajo palio y fue recibido y agasajado por los diputados, consejeros, prelados, barones, caballeros y una multitud de gentes. Fue recibido no como un hombre, sino como un símbolo. Los festejos duraron 8 días consecutivos. Y las autoridades catalanas y el rey Juan II acuerdan el 21 de junio de 1461 las Capitulaciones de Villafranca. Las máxima autoridad de Cataluña pasaba al primogénito- el Príncipe de Viana. O sea es nombrado Lugarteniente General, perpetuo e irrevocable. Quedaba así convertido en el Jefe del poder ejecutivo de Cataluña, aunque no podía convocar Cortes ni nombrar a los oficiales reales, potestad que aún conservaba el rey. Este tenía prohibida la entrada en Cataluña sin el consentimiento de sus instituciones.

Pero tres semanas después de su liberación, en septiembre, el Príncipe de Viana se puso enfermo con fiebre y fuertes dolores y el día 23 murió en el Palau Real de Barcelona. Se embalsamó el cadáver y en la sala mayor del Palau se montó la capilla ardiente y durante trece días fue visitado por las autoridades y todos aquellos ciudadanos que quisieron despedirse del heredero del Reino de Aragón. Es cuando comienza la leyenda del Príncipe de Viana y según las crónicas de la Diputación y del Consejo de Ciento el príncipe comenzó a hacer milagros y a curar a aquellos enfermos que se acercaban a la capilla ardiente. Los consejeros prepararon el solemne entierro y se trasladó el féretro a la catedral en solemne procesión por las calles principales de la ciudad. En la procesión con el cuerpo del príncipe iban primero una veintena de personas con cincuenta cirios cada una, seguidos de las cruces de la catedral, de las parroquias y de las órdenes religiosas, y después los capellanes de las parroquias, los capellanes de la catedral, los canónigos con el obispo de Vic y, finalmente, la gran multitud de hombres, mujeres y niños, quienes, según el Dietario de la Generalitat, habían sido curados por los milagros del príncipe. Después de toda esta comitiva iba el cuerpo del príncipe dentro de un ataúd de madera con una cubierta de terciopelo carmesí y decorada con plata dorada, llevado por los tres primeros consejeros de Barcelona, con otros barones, caballeros, gentilhombres y ciudadanos honrados. Después le seguía el hijo natural del finado, Felipe de Navarra y Aragón y otras personas de la Casa del Príncipe. Todos llorando y gimiendo, fuerte y dolorosamente. Finalmente, el resto de consejeros de Barcelona, el obispo de Huesca, el conde de Pallars, todos vestidos con gramallas negras. La figura del primogénito de Aragón y Príncipe de Viana se había convertido en San Carlos de Viana, un príncipe taumaturgo, venerado en toda Cataluña, aunque su fama de santidad apenas traspasó las fronteras del principado. Esta imagen de santidad formaba parte de la estrategia política de las instituciones catalanas en esos antecedentes de la guerra civil.

Lo que alteró la débil pacificación alcanzada en la Concordia de Villafranca fue que la Busca y los campesinos se rebelaron en 1462 contra la oligarquía barcelonesa y Juan II entró en Cataluña sin el permiso del Consejo y con el apoyo del rey de Francia, a quien tuvo que ceder EL Rosellón y la Cerdaña. La reina Juana Enríquez se convierte en regente de Cataluña en nombre de su hijo Fernando, todavía menor de edad. El Consejo de Ciento internacionalizó el conflicto ofreciendo el Principado de Cataluña a candidatos extranjeros como fueron el rey de Castilla, el rey de Portugal y Renato de Anjou, que por avatares del destino acabaron muriendo. Al final, después de una compleja trama de alianzas en las que hubo cambios de bandos, Juan II se alió con Castilla, casando a su hijo Fernando II con Isabel de Castilla (los conocidos Reyes Católicos)

La Capitulación de Villafranca estuvo vigente hasta 1472 en que es derogada por la capitulación de Pedralbes que puso fin a la Guerra Civil Catalana, que resucita la situación previa a la guerra civil y vuelve el gobierno de la monarquía de Juan II.

El Príncipe de Viana fue enterrado en la catedral de Barcelona en olor de multitud. Durante algún tiempo se le consideró un santo y se esperó su canonización. En 1472 su padre el rey Juan II decidió trasladar su cuerpo al monasterio de Poblet, panteón de los reyes de la Corona de Aragón. Pero su tumba como las del resto de las familias reales que allí se encontraban, fueron profanadas en el siglo XIX tras las desamortizaciones de Mendizábal.

Durante una visita realizada por Alfonso XIII al monasterio en 1926, viendo el estado de las tumbas ordenó que se hiciera un estudio y que se organizaran los restos que se guardaban en la catedral de Tarragona. El trabajo fue encargado al arqueólogo Eduard Toda. Este reconstruyó supuestamente el cuerpo del príncipe y Carlos fue enterrado de nuevo. Sin embargo, en 2008, la historiadora Mariona Ibars, junto al antropólogo José Antonio Lorente, como cabezas de una investigación conjunta de las Universidades Autónomas de Barcelona y Granada, abrieron la tumba con el propósito de determinar cuál había sido la causa de su muerte. La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que en esa tumba había restos de tres personas diferentes, una de ellas una mujer. Parece ser que Toda apañó una momia en la que la columna vertebral estaba cortada con una sierra para encajar adecuadamente y que contaba con ocho vértebras lumbares en vez de con cinco. Al comparar los restos de esta momia con los de Ana de Jagellón-Foix, tataranieta materna de Blanca I y sobrina en cuarto grado del príncipe, llegaron a la conclusión de que ni los restos atribuidos al príncipe, ni los de su madre eran los verdaderos.

Nos priva de hacer un análisis genético con los restos de Colom y los del Príncipe de Viana para saber si era o no su padre biológico.

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