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MAGALLANES, por Pedro Cuesta Escudero, autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

MAGALLANES, por Pedro Cuesta Escudero, autor de  Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
viernes 22 de julio de 2022, 19:44h
MAGALLANES, por Pedro Cuesta Escudero, autor de  Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
Gaspar de Quesada
Gaspar de Quesada

Mucho se ha escrito sobre el carácter autoritario y despótico de Fernando de Magallanes. Los hay que lo pintan como un personaje cruel e intratable porque mandó ejecutar a Gaspar de Quesada, un capitán puesto por el mismo Emperador Carlos V y que fueran abandonados en la Patagonia el segundo de a bordo Juan de Cartagena y el sacerdote Sánchez Reyna. No se piensa que lo más punible y terrible que puede haber en una expedición es la rebelión, que hubiera dado al traste con el viaje de la primera vuelta al mundo de haber triunfado. Se hizo un juicio como si hubiera sido en Sevilla. Los reos pudieron hablar en su descargo. Y los jueces dictaron sentencia de muerte a 40 de los insurrectos. Solo fue decapitado el capitán Gaspar de Quesada porque se había manchado las manos de sangre acuchillando al maestre Elorriaga de la San Antonio, que al cabo de un tiempo murió como consecuencia de las heridas.

MAGALLANES, por Pedro Cuesta Escudero, autor de  Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
MAGALLANES, por Pedro Cuesta Escudero, autor de  Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

La búsqueda del paso al mar de Balboa, la travesía del Pacífico, el más imponente de cuantos hay –tres meses en altamar sin ver tierra-, en una época en que no había nada para conservar la escasa comida que quedaba después de la deserción de la nao mejor avituallada, la San Antonio, no hicieron un viaje agradable, no fue un camino de rosas. Todo lo contrario, el viaje de la primera vuelta al mundo fue el viaje más terrible de cuantos se han hecho. Si a esto le unimos la absurda rivalidad que se ha creado, de si la gloria corresponde a Magallanes o a del Cano, es fácil entender que para muchos el malo de la película sea el portugués.

Para ahondar en la humanidad y personalidad de Fernando de Magallanes hemos entrado en su intimidad como lo reflejamos en el libro, del que hacemos una copia literal.

Esa noche Magallanes se acuesta feliz. Pretende dormir y no lo consigue porque la satisfacción le produce un hormigueo placentero por todo el cuerpo. Y sueña despierto. Fuera se oyen voces y risotadas. Algunas canciones con más o menos entonación desafían el silencio de la noche.

Tendido de bruces en su camastro Magallanes recorre con su imaginación muchos lugares y situaciones. Al tiempo, la lamparilla de aceite, que delante de la Virgen se consume, tímidamente aventura su luz sobre la oscuridad.

“Mi misión está cumplida…, aunque no es terminar ahora, sino empezar. Hasta aquí toda mi vida ha sido un peregrinaje, un luchar contra hombres y elementos. Ha sido una lucha titánica, atroz, pero he vencido a pesar de todo ese camino sembrado de dificultades.

Mi vida desde que nací no ha sido fácil. A pulso he tenido que arrancar obstáculos a mi destino. ¡Soy uno de los pocos hombres que el Todopoderoso ha escogido para descubrir a los demás este sentido íntimo del mundo! No, yo no creo en la predestinación. Pienso que todos somos posibles elegidos. Sin embargo, yo me lo he ganado con mi tesón, con mi coraje.

¡El mundo estaba creado por Dios, pero yo soy el que lo está descubriendo a los demás. ¡Soy el elegido para revelar su obra!

Cuando niño soñaba con cabalgaduras de guerreros en quiméricas llanuras polvorientas, soñaba con navegaciones distantes por mares desconocidos y rosados. ¡Qué inocencia más feliz era aquella! ¿Y debo ser el mismo?... Sí, claro…, pero me parece otro. ¡Cómo cambiamos! Aquella vida me es dulce. No deberíamos crecer.

Veía reinos exóticos. Si…, eso es, mundos llenos de luz y dragones con boca de fuego que guardaban la entrada. Pero yo los iba aniquilando con mi espada. ¿Y fue verdad?... Yo creo que sí. ¿Y aquellos caballos alados que me transportaban por reinos de ensueño?...

¡Qué diferente es la realidad! ¡Qué felices eran aquellos años de mi infancia! Qué poco me imaginaba lo que era el mundo, la vida. Vivía dichoso en aquella aldea. Sí… aquella es: robles, castaños, que disipaban con su verde gris aquellos lejanos montes azules.

¿Y cuando salía con mis amigos al amanecer a cazar alondras?... ¿Qué será de aquellos camaradas de juego?... ¡Vaya, ya ni me acuerdo de sus nombres! ¿Y sus caras?... Desde luego la vida es un gran misterio.

Sabroza, mi aldea, estaba cerca de las aguas. En aquellas aguas ya hacía navegar mis pequeños barquitos de madera haciendo mías ls gestas náuticas que organizaba el infante D. Enrique. ¡Qué lejos queda todo aquello!

¿Y mis padres y hermanos?... ¡Con qué dulzura mi madre me secaba en aquel fuego que mantenía la olla familiar! ¿Por qué pensaría que aquellos perniles que colgaban de la chimenea para ahumarse eran demonios que perpetuamente se tenían que asar en el fuego?...

La casona era lúgubre de ecos. Mi madre con besas y abrazos me llevaba a la cama y aún me acordaría de todos los cuentos que me decía acariciándome. ¡Qué buena era mi madre! ¡Es triste no verla ya! ¡Cómo la echaba de menos cuando me llevaron a la Corte en calidad de paje! Añoraba su cariño. ¡Y ahora casi no me acuerdo de ella!

Mi padre siempre andaba preocupado por mi porvenir. No quería que enterrara mi vida entre los surcos del arado. Al fin y al cabo éramos de familia hidalga. Éramos pobres, pero hidalgos. ¡Qué distraído es este niño!... si, esa es la voz de mi padre repartiendo el pan en la mesa. ¡Cuánto ha llovido de aquel tiempo acá! Nunca imaginaría mi padre que yo hubiera de traspasar el mar tenebroso varias veces.

Yo era un simple marinero, uno más de tantos. Sin embargo, ahora yo soy el ordena estos descubrimientos. Ahora soy el que lleva las quillas por derroteros nunca imaginados por nadie.

Estamos ante mundos que la civilización ignoraba por completo. Martín de Behaim y los grandes cartógrafos no tenían ni idea de todo esto. Bien me consta que cuantos mapas confeccionaron acerca del mundo eran pura imaginación. Todo este océano Pacífica escapaba a sus cálculos. También escapaba a sus cálculos la travesía que le une al Atlántico. Imaginaban que debía existir. Y yo lo tomé al pie de la letra. ¡Inocente de mí! Pero me ha servido para forjar esta fantástica empresa. Todos hemos padecido y sufrido, pero hemos sido recompensados. Por lo que se aprecia, este archipiélago de San Lorenzo es bastante rico.

¿Dónde estarán las islas Malucco? De ser exactas las cartas no creo que las hayamos pasado de largo. En tal caso ya hubiéramos topado por tierras conocidas por mí. No cabe duda de que los cálculos que se tienen sobre las dimensiones terrestres son falsos. Faleiro, como todo el mundo, se quedó corto en sus mediciones. Y es natural, pues para conocer hay que ver y comprobar.

Son muchas las leguas que ya hemos recorrido. ¡Demasiadas! Pero no cejaré en llagar al Malucco por muy lejos que esté. Allí podré abrazar a Serraö. ¿Cómo te va en ese paraíso? No te vas a creer mi periplo. Sí, amigo, sí, por el camino del sol he llegado a ti. ¿Y sabes lo que significa? ¡He doblegado al mundo! ¡Sí, como lo oyes, he conseguido navegar por la espalda del mundo! ¿Qué te parece, hay hazaña más grandiosa?

Enrique también es copartícipe de esta gesta. ¡Qué poco se lo imaginaba el pobre! ¿Quién le iba a decir que viviendo en su inocente estado de salvaje, allá en las selvas de Sumatra, iba a dar la vuelta al mundo. ¡La vuelta al mundo! ¿Te das cuenta Serraö? ¿Quién nos iba a decir a nosotros cuando estábamos de pajes allá en Lisboa?

¿Te acuerdas de aquellos días en la Corte? ¿Te acuerdas cuando entrábamos en la cámara de Dª Leonor de Lancaster a servirle alguna pócima curativa? Aquella reina era poderosa en cuanto reina, pero desgraciada en cuento mujer. Todas las noches vaciaba las lágrimas de sus ojos recordando a su ajusticiado hermano, el duque de Visco. Y todo por el frío rigor absolutista de su severo esposo, el monarca D. Juan II. El único consuelo de esa mujer era su hijo, el heredero al trono. Mas cuando el fatal accidente acabó con la vida del infante, aquella mujer, aunque reina, era un alma descarnada que conservaba la apariencia humana. ¡Infeliz! ¡La vida es una miseria! No perdona ni a los grandes. Aunque, ¿qué tenía ella, ya fuera reina, para sufrir como cualquier mortal?

Lo importante es domarle el cuello a la vida, hacerse superior al dolor. Nosotros lo aprendimos, por ello nada nos asombra, nada puede con nosotros. Hay que luchar sin desánimo y vencer. Y si mueres en el intento no se pierde gran cosa.

Nosotros forjamos ambiciosos planes, ¿te acuerdas? Nos propusimos conquistar reinos, y he aquí que estamos realizando todas aquellas descabelladas ilusiones. Tu eres el príncipe de príncipes de un país envidiado por todo el mundo. Y yo… yo tengo ante mí otro reino no menos fabuloso. ¿Qué importa que esté en la otra parte del mundo? Aquí sentaré mis reales y traeré a mi esposa y a mis hijos.

¡Mis hijos!... Aún no conozco al segundo que tenía que nacer. ¿Será una niña o será otro mozote como mi Rodrigo? Diez meses tenía mi Rodrigo cuando emprendí el viaje. Ya estará hecho un mozo. Cuídalos, Beatriz. ¡Cuánto estarás sufriendo! Sé que se está haciendo muy larga esta separación, pero ten paciencia. Estoy cumpliendo lo que te prometí. Te dije que iba a conquistar un reino para ti y para nuestros hijos y lo estoy haciendo.

Todo te lo mereces, mi hermosa Beatriz. No creas que te tengo en el olvido. Continuamente estás en mi pensamiento. Tampoco es fácil para mí esta separación. Es la única pena que llevo conmigo en este viaje. Siempre que me acuesto busco tu calor, tu cariño. Siempre te he sido fiel.

Sé que tú también estás sufriendo. Pero no desesperes, ten paciencia. Que la dicha será enorme. Y ya no habrá más separación. ¡No sabes cómo te quiero y cómo te necesito! Si estuvieran ahora aquí, oh dulce Beatriz… Tu talle es fino, dulce tu piel, tus caricias, tus besos… Ahora estaríamos abrazándonos y entregándonos el mucho amor que nos profesamos. ¡Beatriz, te quiero… vida mía!...

El sueño va ganando en una especie de suave gozo. Sólo la lámpara de aceite chisporrotea aventurando su tenue luz por las sombras.

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