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ELOGIO DE LA LECTURA, por José Biedma López

apiro egipcio de Abu Simbel: Seth y Horus protegiendo a Ramsés.
apiro egipcio de Abu Simbel: Seth y Horus protegiendo a Ramsés.
jueves 21 de julio de 2022, 10:08h
ELOGIO DE LA LECTURA, por José Biedma López

La escritura –decía Balmes- es la palabra triunfando del espacio y del tiempo. Lo escrito, escrito queda, en piedra, papel, en la luz o en la nube telemática. Esas cagaditas de mosca dan consistencia a la palabra, la amplían, la precisan, la sirven y, a veces, la traicionan con sus lapsos linguae. Uno puede enamorarse recibiendo o escribiendo epístolas amistosas firmadas con carmín. La letra de la novia salvó al soldado de la desesperación en aquella batalla, real o simbólica. Esperaba su carta como agua de mayo en su mili. La escritura salva distancias entre corazones y mentes y, en el corredor de la muerte, consoló a Manlio Torcuato Severino Boecio, el último gran filósofo romano.

El escritor ensimismado en su rincón inventa un relato o una idea; muere desconocido, el viento esparce sus cenizas, y sin embargo la idea se replica en multitud de cerebros como un meme viral y vuela por toda la redondez del globo, intacta pero recreada y reinterpretada a través de los siglos a pesar de las revoluciones, sorteando catástrofes en que se hunden los palacios de los reyes y se derrumban los templos de los dioses.

Si has perdido el tiempo o lo has tirado como un anillo al agua, si han segado las sombras en silencio –según cantó el poeta Blas de Otero- nos queda la palabra. Mueren sin dejar memoria de sí los pueblos sin escritura, mientras que el pensamiento del anónimo mortal se conserva y aún forma parte de las crestomatías con que los maestros educan a los niños, en el uso inteligente de esas señales de vida consciente y de conciencia de vida que es la escritura.

Los pictogramas sumerios, los ideogramas cuneiformes de las tablillas acadias, los jeroglíficos egipcios, los pedazos de papiro se salvan y nos permiten reconstruir la economía de una cultura de hace seis milenios, o saber del gnosticismo de Juan, del mensaje de Jesús, de los versos de Homero, del misticismo de Magdalena, del pacifismo de Gandhi… Quiénes fueron y cómo fueron sus autores puede que se haya olvidado, mas nos queda para ilustración o recreo lo que destilaron sus espíritus, que sólo aspiran a la inmortalidad en el espejeo indefinido de sucesivas mentes lectoras, capaces y potentes para dialogar con los muertos en el verdadero Alto Astral o Parnaso de la Gran Literatura.

Tal vez el escritor pereció –como Camoëns- en la mayor de las miserias, o sus restos mortales fueron enterrados –como los de Leibniz- en la desolación; tal vez entregó su alma en un delirium tremens como Poe y su voz moribunda se exhalaba sin testigo que le consolase; quizá trazaba –como Miguel Hernández- su último lamento en una nana para el hijo añorado, a la escasa luz de un calabozo, famélico y enfermo. ¡Qué importa!: su espíritu domina la tierra y los tiempos, la voz que no quisieron oír sus verdugos la oirá la humanidad en tiempos futuros.

Esto hace la Escritura con sus signos de signos. ¡Cuán débiles somos! –exclamaba Balmes en su Metafísica elogiando la escritura-, ¡y cuán grandes en medio de nuestra debilidad! Platón refiere a la escritura como “fármaco” o remedio contra la debilidad de la memoria, pero también alude a sus limitaciones y a su silencio solemne, que es como el de las estatuas, que parecen vivas pero no lo están. A su juicio “esos monumentos” de los libros también pueden convertirse en un arma contra la memoria viva. “Para qué voy a recordar si tengo la Enciclopedia a mano”. Además, también critica Platón los libros porque el escritor está ausente y no puede resolver las dudas del lector ni responder a sus objeciones; además, la escritura está muerta y no revive sin lector que la interprete. Leer comprensivamente -los profes de instituto y de universidad lo saben- es faena tan complicada y rara, o más, que escribir correctamente. El esfuerzo hace ingrata y dificultosa la lectura cuando no se la domina. Sin embargo, la pericia lectora hace de ella un acerbo infinito de satisfacciones. La mente se nutre leyendo y goza de los saberes y olores con ese alimento.

Creo que la gente viajaría (huiría) menos, si supiera leer bien. No basta con dominar el alfabeto. Hoy se habla de “analfabetos funcionales”, gente que sabe leer pero no entiende lo que lee, como los loros que no comprenden lo que dicen, o no lee nada verdaderamente nutritivo. Toda escritura porta en su germen milenario un enigma, que sólo los sabios y los héroes fueron capaces de desvelar en la Antigüedad. Leer puede ser otra cosa que pasar el tiempo o divertirse. Hay que hacerse rey y héroe para interpretar lo que un buen escritor nos revela, pero también viajero del tiempo. Hay que estar dispuesto a lucir otras pieles y olvidarse del yo y sus inquietudes presenciales, pero ¿no es precisamente eso lo que esperamos de los viajes por placer?

Es cierto que no es lo mismo vivir que imaginar, que el verdadero amor no se cura sino con la presencia y la figura (Juan de la Cruz), pero la imaginación también es vida, con la ventaja de no dar en realidad paso alguno en falso que nos haga sentir culpables. No hay pecado en cargarse al malo de la novela y sentir la satisfacción imaginaria de la venganza cumplida. Catarsis (katharsis) llamaba Aristóteles a esta purificación de las emociones peligrosas que nos proporciona el Arte.

Uno aprende más leyendo a los clásicos sobre los sentimientos que puede inspirar la contemplación de una rosa, que mirándola. Y lo mejor es que uno aprende a mirar a las personas y a las rosas con otros ojos y descubre bellezas y misterios donde antes ni los presentía. Y todos abrigamos la necesidad de misterio que la realidad rutinaria niega o profana. Además, leer a los grandes nunca ha sido tan barato como hoy. Incluso puedes hacértelos leer con poco gasto si, como J. L. Borges, has sufrido la maldición de quedarte ciego siendo extraordinario lector. ¡Quiera Dios que el gran lector y escritor argentino disfrute en su paraíso: la Biblioteca Infinita!

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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