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COMPLEJIDAD, por José Biedma López

Tres especies de búhos del libro Ornithology de Willughby y John Ray.
Tres especies de búhos del libro Ornithology de Willughby y John Ray.
viernes 15 de julio de 2022, 08:36h
COMPLEJIDAD, por José Biedma López

“Las cosas son más complicadas de lo que la gente cree; la complejidad, como la simetría que la organiza, es un elemento de la belleza”. Estas palabras son de Marcel Proust (1871-1922), quien escribió una novela de cuatro mil páginas sobre “esa sustancia invisible del tiempo”, con el fin de sellar su vocación de escritor y salvar así las inútiles representaciones de su vida de señorito de “gran mundo” y enfermo crónico.

La vida misma es de una complejidad extrema que el gran artista Proust pretende imitar y sublimar poéticamente, como Mozart que al final de la sinfonía Júpiter combina cinco temas en contrapunto. Por el contrario, la música primitiva es simple, monótona, repetitiva, aburrida para una sensibilidad musical formada. Igualmente, se puede decir que las concepciones fideístas o “ideológicas” del mundo son primitivas, precisamente por su monda simpleza, recalcitrante como los juegos infantiles. La repetición obstinada conforta al niño porque le da la sensación de seguridad, como un cuento de nunca acabar, tal es también en la vejez la necesaria y económica función del hábito. Las costumbres fijas son para el anciano como la tierra firme para el náufrago. En la repetición ilusoria nos conservamos.

Hoy nos parece infantil la simplista visión que nuestros antepasados tenían del universo: arriba los dioses inmortales, abajo los infiernos con sus calderas de Pedro Botero. Nosortros en medio hechos a imagen y semejanza del Creador. Cuando John Ray, talentoso hijo de un humilde herrero, llegó a Cambridge en 1644 se pensaba que minerales, vegetales y animales habían sido diseñados por Dios para satisfacer las necesidades humanas. Los seres naturales se clasificaban de acuerdo con sus relaciones con el ser humano según una perspectiva antropocéntrica: hierbas medicinales o malas hierbas, granos, pastos, frutales…; los animales se dividían según fueran comestibles o no, mansos o salvajes, útiles o inútiles para el trabajo. Además, estaba el contenido simbólico, heredado de los bestiarios medievales y las fábulas de Esopo, según los cuales la serpiente representa el mal, el águila la nobleza y el zorro la astucia, etc.

John Ray, entusiasmado por la botánica, escribió un Catálogo de Plantas de Cambridge (1660) en el que describió 626 plantas diferentes en un territorio bien reducido. Complejidad y diversidad fueron los problemas a que se enfrentaron Ray y sus colegas naturalistas. A medida que observaban, dibujaban y describían las plantas con detalle encontraban que “el mundo de la creación” era más rico de lo que nadie hasta entonces hubiera imaginado. Además de las especies europeas, estaban las numerosas y formidables que los exploradores descubrían todos los días en otros continentes plagados de formas de vida desconocidas por la ciencia. Por si esto fuera poco, la invención del microscopio reveló un universo alucinante de diminutos organismos, invisible a simple vista.

El número de plantas creció desde unos pocos cientos en el siglo XVI a los miles registrados por John Ray en 1686. Los naturalistas buscaban un criterio objetivo para su clasificación y entonces recurrieron a las bases proporcionadas por la Academia antigua y su implementación aristotélica. Cuando Darwin leyó una traducción inglesa de Las partes de los animales de Aristóteles en el que el filósofo hablaba de la adaptación de los animales al medio, el padre de la teoría de la evolución comentó que los zoólogos de los tiempos recientes “no eran más que unos colegiales en comparación con el viejo Aristóteles”. Según la lógica del griego la clase que dividimos en cada nivel es el género y sus subdivisiones son las especies. Y estos “género” y “especie” siguen siendo los términos fundamentales que usa la biología para nombrar a un ser vivo: el género con mayúscula, la especie con minúscula, casi siempre con nombres tomados de raíces latinas o griegas. Por eso a la mariquita, un escarabajillo todavía frecuente en nuestros jardines y prados, se le llama Coccinella septempunctata, o sea Cochinilla de siete puntos.

Los seres vivos ya no se clasifican por su relación con el hombre, sino por la similitud de su estructura física, sus características formales intrínsecas y, más recientemente y con mayor precisión, por su código genético. Pues bien, a esta enorme e inabarcable complejidad de la vida, hemos de añadir en nuestro caso las diversidades de modos, sentires, pensares y comportares inventados por las culturas, más las particularidades e idiosincrasias que se derivan de los distintos niveles de educación de sus miembros en cada una de esas culturas.

Los humanos que hoy sobrepueblan el planeta pertenecen a una sola especie, a una misma raza podríamos decir, pero cada persona es única porque a su diverso temperamento más o menos innato se integra, mejor o peor, una doble naturaleza moral y mental que, al menos en parte, cada individuo elige a su arbitrio, como elije tatuarse, beber alcohol o hacerse fan de un club de fútbol, o de lectura. La diversidad resultante es tal, tan prodigiosa y fascinantemente diversa, que Unamuno afirmó que cada persona es en realidad “especie única”. Vista una gallina, vistas todas; pero cada individuo es una formalización diferente e inalienable de lo humano. Por eso la comparación entre personas será siempre de mal gusto. De ahí la enorme tragedia de cada óbito, porque esa interpretación de humanidad personificada por el difunto es única e irrepetible.

Las limitaciones de etiquetaje de la condición humana, incluso si la reducimos simplistamente al criterio de orientación sexual como sucede en una sociedad hipersexualizada como la nuestra, pone en evidencia sus pretensiones reductoras porque sacrifica la complejidad de lo humano; es miope o ciega para esta pluralidad, diversidad y complejidad real, de nuestra naturaleza moral. Por eso a los colectivos de gays y lesbianas se han tenido que ir sumando otros en la popular sigla LGTBI, y al final no ha quedado más remedio que añadir un signo de suma (+), donde en verdad y para no dejar a nadie fuera debiera aparecer una lemniscata (∞).

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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