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PURIFICACIÓN DEL ALMA, por José Biedma López

PURIFICACIÓN DEL ALMA, por José Biedma López
PURIFICACIÓN DEL ALMA, por José Biedma López

La razón y la inteligencia no inventan sin el auxilio de la imaginación. No hay conocimiento que no se apoye en imágenes. Platón las llamó copias (iconos) de las Ideas, ideas a las que él consideraba Formas reales. Para el gran filósofo, las imágenes (ídolos) eran representaciones efímeras, móviles y sensibles, de las verdaderas entidades, las formas invisibles. Tomás de Aquino, que fue tan aristotélico como platónico, sabía que no hay pensamiento humano sin imágenes. Pero dichas presencias pueden distinguirse de las meras fantasías (fantasmata), de las simulaciones inventadas también por la imaginación humana y que ni siquiera llegan a ser copias de cosas reales. Es el caso del terraplanismo, las sirenas o los zombis.

Tales fantasías pueden ser un obstáculo para el conocimiento como dice Platón en su diálogo el Sofista. Para librarnos de ellas, el ateniense alude al método socrático, al arte de la separación diacrítica. Estos procedimientos críticos no son productivos y su función es negativa. Se trata del famoso elenchus socrático, es decir, de su interrogar insistente y refutatorio. Es un método catártico, porque se trata de purificar el pensar eliminando lo peor y reteniendo lo mejor.

La palabra katharsis sobrevive en el griego actual y es frecuente su uso internacional para referir a la depuración política mediante la expulsión de los corruptos (su exclusión del gobierno o del partido) que, a pesar de lo que piensan algunos, no suelen ser, gracias a Dios, mayoría. Un casi sinónimo de la palabra “catarsis” es purga, que admite tanto el significado político como el sanitario. Por prescripción del médico o del entrenador deportivo sometemos nuestro cuerpo físico a ejercicios, dietas o antibióticos.

Pues bien, el método socrático es entendido por su albacea Platón, como una catarsis o purga que expulsa lo malo del alma o de la mente (el término griego es psyché, de donde nuestra palabra psique). Sócrates se consideraba un “terapeuta de la psique”. Tanto la medicina como la gimnasia o el método socrático al que estamos refiriendo tienen una función negativa, de eliminación de la fealdad o de la enfermedad. Lo que enferma al alma son sus vicios, que según Sócrates proceden de la ignorancia. Así pues, la purificación del alma (katharsis psychés) no es la producción de la excelencia, de la virtud (areté), sino la eliminación del mal: sus miasmas, desechos, lastres... La maldad es una enfermedad anímica, una especie de guerra civil interna, una revolución o sedición en la mente: “una discusión mutua en todo: entre juicios y deseos, coraje y placeres, reflexión y penas”.

Recuerda F. M. Cornford que la descripción de la maldad en el diálogo el Sofísta recuerda pasajes de la República (Politeía), en los cuales el mal se analiza como conflicto íntimo y lucha política entre las tres partes del alma humana: razón, sentimientos y apetitos. Esta es lección platónica y no socrática, porque el vicio no se analiza en la República al modo intelectualista, como simple ignorancia, sino que se distingue de ella. O sea que, al contrario que Sócrates, Platón admite que se puede ser malvado a sabiendas y que el delincuente no es necesariamente un necio o un idiota.

Lo mismo que el médico purga al paciente por su enfermedad, la administración de justicia castiga vicios sociales. El castigo adquiere así un valor purificador, catártico. Una sociedad que no castiga a sus asesinos y delincuentes es una sociedad enferma. La ignorancia es la desviación de aquellos impulsos del alma que se dirigen a la verdad. Sócrates pensaba que siempre es involuntaria, por eso su remedio consiste en la educación, que puede ser técnica o instructiva, o moral (paideía). Esta última se concibe también en forma negativa como la liberación del alma de su presunción de saber, que la vuelve incapaz de conocer. No se trata de una ausencia total de conocimiento que se remedia obteniendo información (o comprándola), sino que se debe a la presencia real de la creencia falsa de que ya conocemos o entendemos. El aporte de Sócrates consistió precisamente en formular que la verdadera educación moral ha de comenzar por la eliminación de las creencias populares acerca de lo correcto y de lo incorrecto. Ni qué decir tiene que esta pretensión de un examen crítico de la opinión dominante le costó un proceso por “impiedad” y luego la vida.

Este modelo de educación es contrario al que ofrecen propagandistas y publicistas (los “sofistas” de nuestra actualidad). Debo hacer aquí una digresión. De no hacerla sería injusto con los sofistas. La palabra “sofista” ha adquirido una connotación negativa, en parte debido a la crítica que formuló el platonismo contra su figura. Acabó significando charlatán, demagogo, grandilocuente. Del viejo término griego vino al castellano el adjetivo “sofisticado”, a través del inglés. Pues bien, Platón respetaba a los grandes sofistas, a expertos y sabios como Pródico, Gorgias o Protágoras, aunque aremetió contra los arrogantes y “totólogos”, que presumían de saber de todo sin profundizar en nada, como muchos de nuestros “tertulianos”. Y, por no vilipendiarlos más de la cuenta, recordaremos, con el Extranjero del diálogo platónico que se llama precisamente Sofista, que el arte de la educación socrático-platónica (paideía) es una “sofística de noble linaje”. En sus diálogos más tardíos, Platón admite que el auténtico filósofo parece a veces investido del ropaje del sofista. Isócrates (que no hay que confundir con Sócrates), seguidor del gran orador siciliano Gorgias de Leontini (la Retórica nació en griego pero en Sicilia) fundó en Atenas una escuela que rivalizó durante años con la Academia de Platón y que proporcionaba una excelente educación humanística. En la escuela de Isócrates se alentaba esta confusión entre la conversación socrática y la controversia practicada por Eutidemo, eléatas y megáricos, entre la dialéctica de Platón y la erística de aquellos, escuelas que hicieron de la disputa verbal y la controversia pública una técnica “sofisticada”.

Sin embargo, el elenchus negativo de Sócrates, que pone en aprietos al interlocutor al ver este que sus creencias se contradicen, no tiene por finalidad el triunfo en el combate verbal ni la generación de una polémica (guerra verbal), sino la catarsis del alma, su liberación del engreimiento obstinado del que piensa que, sobre los decisivos y complejos asuntos que interesan a la mejora de las costumbres humanas, ya lo sabe todo. Sócrates acabó con el dogmatismo ético. En los “diálogos socráticos”, muchos de los problemas que se plantean, qué es la justicia, qué es la valentía, que es la amistad…, se examinan en profundidad, pero no se resuelven. Quedan abiertos; por eso se llaman “diálogos aporéticos”, una aporía es un problema sin escape. El descubrimiento de que nos contradecimos acerca del bien y del mal, de que nuestras creencias son incongruentes, gracias al pertinaz interrogar socrático, gracias a su ironía, puede hacer que nos enojemos con nosotros mismos, pero nos hace más tolerantes con los demás. Nos descarga de la soberbia de creer que sobre lo conveniente e inconveniente estamos absolutamente en lo cierto. La mente (psique) no extrae provecho de la información que recibe hasta que un hábil interrogatorio no reduzca al educando a un modesto sistema intelectual y haya eliminado la presunción que obstruía el aprendizaje para convencerlo de que “conoce sólo lo que conoce, y nada más”, que siempre es poco. Y este examen es “el método de purificación más alto y soberano” (Sofista), pues una vida que no esté sujeta a examen racional no es una vida digna de ser vivida (Apología de Sócrates).

El verdadero educador se parece al publicista, al ideólogo, como el perro al lobo, como el más dócil de los animales al más terrible (Sofista). Y precisamente lo que hace más peligrosos a los lobos es que forman jaurías, camarillas, sectas… En su diálogo el Político, Platón agregará al “arte de separar” diacrítico el de combinar “syncrítico”. Su análogo es la tejeduría, y el arte del político consiste en combinar armónicamente todos los elementos de la sociedad, hacerlos concertar, como hace el director de orquesta con los virtuosos y sus instrumentos.

Sobre la erística en general, como arte de la discusión, puede verse:

https://filosofayciudadana.blogspot.com/2020/06/eristica-arte-de-la-discusion.html

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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