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LA EXISTENCIA INAUTÉNTICA A LA QUE SOMOS DIRIGIDOS “LA ÚLTIMA VOLUNTAD”

LA EXISTENCIA INAUTÉNTICA A LA QUE SOMOS DIRIGIDOS  “LA ÚLTIMA VOLUNTAD”
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viernes 08 de julio de 2022, 20:50h
LA EXISTENCIA INAUTÉNTICA A LA QUE SOMOS DIRIGIDOS  “LA ÚLTIMA VOLUNTAD”

Muchos lectores me han señalado el relato “La última voluntad” como el que más les ha impactado o inquietado de la segunda edición del libro En la penumbra de la realidad, aunque sin poder definir exactamente el porqué. Estos han percibido de forma innata una certeza aterradora o una alerta latente en lo más profundo de su alma, pero sin poder definir conceptualmente el mensaje que subyace en el relato.

La temática de “La última voluntad” es el ser humano. El hombre se pregunta por el ser, aunque globalmente se trabaje para que los individuos sociales sean pensados y no pensantes, haciéndolos vivir en un estado interpretado permanente en el que se intenta que olvidemos nuestra naturaleza trascendente y contemplativa.

El protagonista del relato es el hombre al cual le preocupa el ser, se angustia por el ser y se pregunta por el ser. El hombre arrojado, eyectado, escupido al mundo es el “ser-ahí” de Heidegger y es en donde se formula la pregunta por el ser. No se parte de la interioridad del hombre para explicar la existencia como en las filosofías idealistas porque el hombre está arrojado hacia afuera, hacia lo externo, hacia el mundo. No se parte de una relación sujeto-sujeto. Se parte de una relación sujeto-mundo que es indisociable. El protagonista es ese ente privilegiado sin el cual no existiría la pregunta por el ser. Se angustia por la nada, por la inminencia de la muerte y, lo más terrible, es que el hombre no solo muere, sino que además sabe que va a morir. Es devorado por el mundo como el cuerpo del protagonista del relato es devorado por los gusanos. No hay una relación cognoscitiva de sujeto y objeto. El individuo es pura existencia. El ser humano es nada porque no hay en él como punto de partida una subjetividad constituyente y sí resulta que realmente hay cosas ahí afuera, fuera de la interioridad, hacia las que el hombre está arrojado.

El ser humano también está arrojado hacia sus posibles porque el hombre no es realidad, es posibilidad. Es el que establece las relaciones en el mundo. El mundo está lleno de objetos y los objetos cobran sentido, se relacionan entre ellos, porque hay un proyecto humano, como es el caso de la urna funeraria del relato. El proyecto humano es lo que da sentido al mundo.

El protagonista de “La última voluntad”, al inicio, corresponde al primer modo de ser de la filosofía de Heidegger, es decir, a lo que el filósofo llamó “ser en el mundo”. El protagonista está arrojado al mundo, pero ¿hacia dónde? Está arrojado hacia sus posibilidades. Nosotros somos infinitas posibilidades. Antes que realidad somos posibilidad. Nuestros posibles nos constituyen. Yo ahora mismo estoy escribiendo este artículo, pero, cuando termine, tengo infinitas opciones: me puedo ir a tomar un café, puedo ir a dar un paseo con mi perro, puedo irme de viaje, quedar con un amigo, fumar un puro mientras leo… Etcétera hasta el infinito. Ahora bien, dentro de esa infinitud de posibilidades siempre hay una inherente a todas ellas: la posibilidad de morir. Esta posibilidad en cada uno de mis posibles siempre está presente. Por eso el hombre es angustia y, como decía Kierkegaard, “el hombre es más profundamente hombre cuanto más se angustia”. Es decir, la angustia procede de la experiencia de la nada y la experiencia de la nada es la experiencia de la muerte. Si yo afronto la experiencia de que voy a morir, como hace el protagonista del relato, estoy afrontando la más difícil de todas mis posibilidades, la que no quiero afrontar, la que me da pánico y angustia porque la nada me revela mi finitud.

La figura de la cuñada del protagonista es fundamental en el relato. Heidegger afirmó que “el hombre se pasa la vida tratando de ocultarse y tratando de que le oculten que es un ser para la muerte”. Esta realidad es terrible y despierta una enorme angustia que revela la nada y la nada, a su vez, revela la muerte. El hombre quiere frenarla, negarla. Por eso el tanatorio del relato está oculto al mundo: “El oficinista sorteó una pacífica colina hasta descubrir el tanatorio, oculto al mundo para que la percepción cotidiana de la muerte no nublase el día a nadie”.

Para ocultar la muerte el hombre se entrega a lo que Heidegger llamó la “existencia inauténtica”. La existencia inauténtica consiste, ante todo, en negar que el hombre es un ser para la muerte. Así, el hombre inauténtico se entrega al mundo de la pasiva refleja: “se dice”, “se cuenta”, “se lleva” que hay que opinar de tal forma, vivir de tal manera, relacionarse de tal modo en sociedad, familia y pareja, ver tal película o tal serie que hoy son número uno en más vistos, comprar tal ropa… Lo que “se dice” está determinado desde fuera y el hombre inauténtico lo acepta, vive en el mundo de la pasividad. Hace lo que se dice, ve lo que se dice que hay que ver, habla lo que le hablan… Está inmerso en el mundo de lo anónimo. No es él, es lo anónimo, lo uno, la masa. El hombre desea unirse a ese uno anónimo para ser uno más y no pensar por sí mismo y no darse cuenta que la muerte inexorablemente va a ser una experiencia solo suya, que nadie va a morir por él. El hombre inauténtico, como la cuñada del protagonista, consagra su vida a negar la muerte. ¿Cómo? Creyendo que la muerte es algo que ocurre a los otros, que está fuera de sus posibles, que forma parte de lo uno anónimo. Esta es la esencia de la existencia inauténtica.

El protagonista es una persona que trasciende de una existencia inauténtica a una existencia auténtica. ¿Cuál es el fundamento de la existencia auténtica? Aceptar la finitud del hombre. Esta aceptación da densidad y autenticidad a su existencia para que no se disuelva en lo uno, en lo anónimo, en la masa. Esta existencia auténtica se separa del mundo del “se dice” porque ha aceptado su finitud. A partir de esta aceptación él es él. Elige por él mismo. Afronta la angustia que le produce el hecho de que nadie pueda morir por él. En cambio, la cuñada, el ser inauténtico, al no poder afrontar su finitud afronta la vida con una superficialidad que es la liviandad de lo auténtico, como cuando, canturreando, utiliza la urna funeraria como una bombonera. Con la superficialidad de aceptar todo lo que se diga para sofocar la angustia de morir. Ha renunciado a buscar su propia voz, a decir, aunque solo sea por una vez, una palabra que sea suya, lo que conlleva a afirmar que ha renunciado a su crítica y, por ende, a su libertad. Se niega a aceptar que la existencia tiene misterios y que el misterio fundamental de la existencia es la capacidad asombrosa, maravillosa, milagrosa del ser humano de saber que va a morir y, aun así, seguir viviendo.

Raúl Jiménez Sastre

Escritor y director de la editorial Firma RJS

SobreLa última voluntad”, relato incluido en la segunda edición de En la penumbra de la realidad

https://rauljimenezsastre.com/en-la-penumbra-de-la-realidad/

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