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EL GUSTO DE LO JUSTO, por José Biedma López

EL GUSTO DE LO JUSTO, por José Biedma López
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jueves 09 de junio de 2022, 20:01h
EL GUSTO DE LO JUSTO, por José Biedma López

La propaganda y la publicidad transmiten su particular idea de la justicia. Por lo visto y oído, en los anuncios y eslóganes lo justo es que todo el mundo viva “igual”, tenga el mejor televisor, use la mejor crema facial que reduce el envejecimiento, juegue con la más potente consola y, por ende, tenga “derecho” a todo: educación, sanidad, internet…, y vacaciones en el caribe. De las obligaciones se habla menos, porque al público no le gusta que le den órdenes.

Intuimos que ni la ley ni la opinión pública están en lo justo y que los gustos de las gentes, nuestros deleites y fobias, nada tienen que ver con la justicia. Sin embargo, hoy hay muchos nenes y nenas desatendidos o malcriados que creen, infectados por la propaganda y la publicidad, que su gusto es el único criterio de lo justo, es decir que sólo deben hacer lo que les gusta y pueden evitar “justamente” lo que les disgusta. “No es justo que me obliguen a estudiar matemáticas, papá, ¡porque no me gustan!”.

Fuera de la concreción imperfecta de lo justo que son las leyes vigentes no hay más ley que la del más fuerte o la del más astuto. Allí donde no se cumplen las leyes manda el rico, el poderoso, o el avispado y manipulador. Esta es una razón definitiva para atenerse a la ley, aunque no nos guste ni la consideremos del todo justa. A fin de cuentas, una de las mejores prerrogativas de las sociedades democráticas avanzadas es que la iniciativa popular puede cambiar las leyes y mejorarlas.

Ni la selva ni la guerra tienen leyes, salvo las de la física, la química y la biología, que de morales o éticas no tienen nada. Lo que se da en la guerra como en la selva son relaciones de fuerza. La violencia está naturalmente por todas partes, así en lo pequeño como en lo grande; la araña es violenta como la tormenta. Pero resulta que el más fuerte puede y no puede tener razón. Su violencia, como la proporcional que usa o debe usar el policía, puede estar justificada. Pero la fuerza misma no es justificación, o sea: la fuerza de la razón es muy distinta de las razones de la fuerza.

No obstante, muchos de los juegos virtuales que absorben a nuestros jóvenes y el cine más popular siguen dándole la razón al fuerte, se llame Superman, Schwarzenegger o Van Damme. Es la figura del “justiciero”, del “vengador” o del “superhéroe”, que hacen justicia por su cuenta al margen muchas veces de la ley y del Estado, en un mundo donde la policía se muestra impotente o necesitada de ese auxiliar superior y maravilloso. Hay en la violencia misma, como en el sexo, algo que nos fascina, sobre todo si podemos justificarla moralmente, es decir, si podemos identificar al fuerte con el bueno.

“Dar a cada uno lo que le corresponde” es una venerable definición de la Justicia como ideal, un concepto que tiene casi tantos siglos como nuestra civilización. Pero ¿qué le corresponde a cada uno? La expresión “cada uno” introduce, al lado del principio de igualdad, pues cualquiera es cada uno y nadie es más que nadie, una diferencia, pues lo que corresponde a uno no es lo que corresponde a otro. Hay que contar con la singularidad de “cada uno”, pues cada uno es único, es alguien.

La justicia siempre involucra a más de una persona. Presupone una relación con esos otros que también son cada uno. Y el hecho es que cada uno merece o tiene derecho a un reconocimiento completamente particular. ¿Qué pensaríamos de un profesor que, por mor de la igualdad, da a todos sus alumnos la misma nota sin respetar la diferencia de talento y esfuerzo? Diríamos que es injusto. ¿Sería justo que obligáramos a todos los niños y niñas de la misma edad a llevar el mismo corte de pelo? Nada iguala más que el uni-forme.

Recuperemos la pregunta “qué le corresponde a cada uno”. Cada uno tiene derecho a vivir y a disponer de los medios que se lo permitan, alimentarse, protegerse de la intemperie, instruirse… Pero, ¿nacen esos derechos con uno? ¿Los otorga Dios o Mamá Natura? ¿O los ampara el Estado? Habrá quien piense todavía que el hombre fue creado aparte de las otras criaturas con una dignidad especial, “a su imagen y semejanza”, pero es evidente que la Naturaleza no otorga derechos. Sólo sobreviven la especie y el individuo que se adaptan al medio en conflicto con otras especies e individuos: the struggle for life, dicen los biólogos. La vida se sostiene en la lucha permanente. La naturaleza no sólo no te ha concedido el derecho a la vida, sino que más bien ha programado tu muerte si no te esfuerzas y despabilas.

Los derechos los concede y protege el Estado mediante sus instituciones: policía, jueces, universidades, hospitales… Son las que garantizan nuestras prerrogativas y otorgan dignidades, por eso llamamos a nuestro sistema “Estado de Derecho”, pero ¿a cambio de nada? La gratuidad y el automatismo de la carta de ciudadanía a quien nace en España puede hacer pensar que no hay deberes ni obligaciones detrás de los derechos. Pero derecho y deber son hermanos siameses, inseparables quirúrgicamente. Si los intentamos separar, mueren ambos y volvemos a la anarquía de la selva.

Nadie tendría derecho a ser educado gratuitamente en una escuela pública si los contribuyentes eludieran su obligación de pagar impuestos. Son ellos los que corren con el gasto. Así que los derechos se basan en un pacto de contribución. Sin ese contribuir por obligación, no sólo pagando impuestos sino respetando el conjunto de las leyes, ni habría derechos ni habría Estado. Por eso en las sociedades de “Estado fallido” no se respetan los derechos humanos y por eso donde no hay civismo, es decir compromiso cívico, faltará también la humanidad, pues son las leyes del Estado nuestro padre y nuestra madre –como dijo Sócrates en el Critón platónico-, son ellas las que nos constituyen como personas y sujetos de derechos, ¡y de obligaciones!

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