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¿Cómo se dio la noticia del descubrimiento de Nuevo Mundo?, por Pedro Cuesta Escudero, autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

¿Cómo se dio la noticia del descubrimiento de Nuevo Mundo?, por Pedro Cuesta Escudero, autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

jueves 21 de abril de 2022, 08:59h
¿Cómo se dio la noticia del descubrimiento de Nuevo Mundo?, por Pedro Cuesta Escudero, autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

De los tres navíos, dos carabelas y una nao, que el 3 de agosto de 1492 partieron al mando de Cristóbal Colom, tan sólo las dos carabelas regresaron, y lo hicieron por separado. ¿Quién fue el primero en dar la noticia del descubrimiento?

¿Cómo se dio la noticia del descubrimiento de Nuevo Mundo?, por Pedro Cuesta Escudero, autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Como la nao Santa María había zozobrado el día de Navidad de 1492 en La Española, parte de su tripulación hubo de quedarse en tierra en el fuerte Navidad y Colom, Juan de la Cosa y otros embarcaron en la carabela La Niña. Aprovechando sus mejores condiciones marineras La Pinta se había desaparejado bordeando la isla Juana, en la zona laberíntica de islas arenosas cubiertas de vegetación tropical.

El accidentado regreso

Cuando la Niña decide regresar sola a España el Almirante recibe una buena noticia: La Pinta había sido vista al este por unos indios y el cacique Guacanagari se lo comunica a Colom. El cacique envía una canoa a investigar, embarcando también en ella Bartolomé Vives con una carta del Almirante instando a Martín Alonso Pinzón a que se reuniese con él. Pero no localizan la Pinta. Pinzón se entera también por los nativos del naufragio de la Santa María y decide navegar donde el Almirante. Mientras tanto Colom empieza los preparativos del viaje de regreso que ya urge. Y el 4 de enero de 1493 la Niña empieza la aventura del tornaviaje.

Navegando hacia el este por la costa norte de la isla La Española, en el punto más septentrional ven un promontorio unido a tierra por un istmo bajo. Y Colom no puede reprimir su impresión. Es el promontorio que le había revelado el náufrago que acogió en su casa de Porto Santo como señal que detrás están las minas oro. Pero por ser el viento fuerte no pueden llegar al Monte Cristo. Aunque Bartolomé Vives, el marinero que fue en la canoa de Guacanagari para saber de la Pinta, dice que vio un río por el que pueden pasar hasta naves de gran calado. Introducidos por dicho rio ven aparecer abundantes vetas de oro en una pared rocosa. Y observando que sin medios adecuados no pueden extraer el oro, es cuando se avista la nave desertora. Martín Alonso había oído de los indígenas la existencia de oro por esas latitudes. El encuentro de las dos carabelas es contradictorio. Los hermanos Pinzón se abrazan efusivamente, pero Colom no participa de esa emoción. El Almirante le echa en cara que la deserción se paga con la horca. Martín Alonso Pinzón se defiende diciendo que no desertó, que en el laberinto de islas e islotes que hay junto a la isla Juana (Cuba) había que estar muy pendiente de los arrecifes y no se percataron de las señales que se les hacía. Pensaban que en cuanto salieran de aquel laberinto se reencontrarían. Colom le dice que cogieron la derrota contraria a la acordada. Le replica el capitán de la Pinta que estuvieron esperando, pero al no verles decidieron descubrir por su cuenta y rescatar el oro que pudieran. Colom le echa en cara que le está vedado el rescate de oro, que la explotación de las riquezas de todas estas islas le corresponde a él porque los reyes se lo otorgaron. Martín Alonso le responde que el haber participado en la financiación de la empresa le da derecho de rescatar el oro que pueda. Y los indios le han dicho que por aquí hay abundancia de oro. Vicente Yáñez Pinzón comenta a su hermano que sin herramientas adecuadas no se pueden explotar estas minas y que debemos regresar a España ahora que tienen el tiempo favorable. Martín Alonso, obsesionado, dice que él prosigue con los descubrimientos. Colom le conmina a que obedezca y regresen a España, porque de no hacerlo ya no le sirve la coartada de haberse perdido. Y que la desobediencia al Almirante o la deserción se paga con la horca. Retornemos a casa, le ruega su hermano al obcecado, y que se olvide todo lo dicho y hecho.

Una vez guarnecidas las carabelas de agua y leña el miércoles 16 de enero se internan en altamar y dejan de lado las nuevas islas que se ven en lontananza. Ya las visitarán en otros viajes. Ahora hay prisa en llegar a España para dar al mundo la buena nueva de que han llegado a la otra orilla del Atlántico, de que han llegado a las puertas de la India. Y, una vez que cogen los vientos constantes del oeste, las carabelas maniobran decididamente y toman rumbo al este. Da gusto navegar con los constantes vientos alisios que soplan a popa. El clima es bondadoso y los días se suceden apacibles. Todo parece feliz. Los indios que llevan a bordo gritan con palabras medio castellanas a los ágiles delfines que hacen cabriolas alrededor de las naves. Los europeos han ido a las Indias a descubrir desconocidas tierras y ahora los indios van a ignorados países sin sospechar el salto cultural que han de hacer desde su vida neolítica.

Por las noches Cristóbal Colom suele salir a cubierta a caminar y oler el perfume del océano. Las estrellas que brillan como diamantes incrustados en el tapiz de los cielos proporcionan una borrosa claridad. Son noches claras y silenciosas. Pero esta noche Colom va pensativo y taciturno. Lleva una caja metálica bajo el brazo. Y la arroja a las profundas aguas del océano. Dentro va el cuaderno de bitácora, cartas de marear y cálculos de navegación de Alonso Sánchez de Huelva. Ya no le hace falta, pero no puede permitir que alguien vea esos papeles y ponga en entredicho el gran descubrimiento que ha hecho.

Y ahora que tiene tiempo y sosiego escribe sendas cartas a todos los que le apoyaron para darles a conocer el éxito del viaje. La primera carta va dirigida a Lluís de Santàngel.

Pero el 12 de febrero hay mar grande y el viento, y también la mar, obligan a que se trabaje duro. Hasta ese día, ni en el viaje de ida, ni costeando las islas, habían tenido un mal temporal. Pero ahora las carabelas habrán de pasar la prueba de fuego. No se sabe si resistirán un mal temporal. Ahora, por primera vez, empiezan a aparecer los viejos enemigos del marino: el rayo, el vendaval, las fuerzas brutas de la Naturaleza. La marinería mira con ojos de terror el horizonte del oeste y lo ve encendido en pálidos carbones de color violeta y el sudoeste aparece de color blanco cenizoso. Le hacen señales luminosas a la Pinta a la que se ve lejana, pequeña en la distancia. En la distancia, perdida casi por la visión y sin otro escorzo que el que le da la movilidad, se ve a la Pinta, que también insiste con las señales luminosas. Un violeta sucio se filtra a través de los nubarrones haciendo que la faz del mar presente una coloración purpúrea. En esos nubarrones de lontananza se ven asaetados por numerosos relámpagos y centellas y un sonar de lejanos truenos.

Y, repentinamente, se ilumina toda la bóveda y un estruendo seco y potente deja ciegos y sordos por un instante a todos los marineros. Y se desata un fuerte viento, la mar se convulsiona de manera alarmante y los cielos dejan caer una torrencial lluvia que azota las caras. Las olas zarandean a las carabelas como si fueran un trozo de corcho, elevándolas para contemplar un mar enfurecido o dejándolas caer vertiginosamente encajonadas entre dos masas de agua. Tan pronto se inclinan peligrosamente a babor, como después lo hacen a estribor. Los hombres de cubierta ligados a los mástiles no pueden hacer nada. Un golpe de mar arrastra a uno de los indios que desaparece en las abismales aguas. Todos están con el espanto en los ojos y se aferran hasta con las uñas adonde se han atado.

En la difusa distancia se sigue viendo zigzaguear, pero cada vez más borroso, más alejado, el farol de la Pinta, hasta que desaparece. “Entonçes començó a correr también la caravela Pinta en que yva Martín Alonso, y desapareçió, aunque toda la noche hizo faroles el Almirante y el otro le respondía, hasta que parez que no pudo más por la fuerça de la tormenta y porque se hallava muy fuera del camino del Almirante”.

La desaparición de la Pinta engendra en la tripulación de la Niña una sensación de orfandad, de desamparo.

Podríamos decir que fue la primera notificación del descubrimiento

El peligro de naufragio se hace inminente. El fragor de los elementos se hace cada vez más enloquecedor. La furia crece y crece. Colom y sus hombres pierden cualquier esperanza. Se sienten vivos porque aún sufren el aullar del viento y el azote sin piedad de la lluvia en la cara. Olas enormes, monstruosos muros de agua se forman sin cesar. Cada nueva embestida amenaza con destruir la frágil embarcación, pero de alguna manera la Niña logra emerger de una sola pieza, aunque pronto es lanzada contra el siguiente muro de agua. Llega un momento en que los enormes golpes que recibe la carabela acaban siendo para la tripulación, sino algo rutinario, si algo previsible. El mar tiene su propio y paciente ritmo de destrucción.

Colom piensa que no hay nada más doloroso que se hunda en estas negras aguas la noticia de haber conseguido llegar a las Indias, la empresa más importante de los siglos. Y piensa que debe hacer algo para que los reyes tengan noticia de este viaje, aunque ellos sucumban con esta tormenta. Y especula que podría poner a salvo uno de los escritos que hace unos días escribió dando da noticia de haber logrado llegar a las Indias atravesando el Atlántico. Y uno de los pergaminos lo envuelve con un paño y lo ata muy bien. Encera el envoltorio para impedir que el agua lo destruya y lo coloca dentro de un barril. Y sale a cubierta y lo arroja al mar. Los que lo ven piensan que debe ser una devoción, porque son muchos los que lanzan algo de su estima como exvoto para salvarse. Podríamos decir que esta fue la primera notificación del descubrimiento de las nuevas tierras. Pero el pergamino desapareció en las revueltas aguas del Atlántico y nadie dio fe de su existencia.

La Pinta llega a Bayona (Galicia) el 10 de marzo de 1493

La Pinta desde el 14 de febrero fue juguete de las embravecidas olas. Una de esas olas, descomunal, desproporcionada, barre toda la cubierta y se lleva el faro, el único elemento que permitía saber a los de la Niña que aún estaban vivos.

Y la Pinta corre a merced de los desencadenados elementos. Le da la popa al viento y se deja llevar donde la lleve. No hay otro remedio. Y eso que nadie tiene un momento de reposo. El día y la noche son iguales para el trabajo por la lucha constante con la muerte, que de mil modos amenaza.

Y la Pinta sigue dando bandazos, pero resiste. Los tripulantes sufren penalidades sin cuento, expuestos al rigor de los elementos. A las inclemencias del cielo se junta el temor que tienen de que la frágil embarcación zozobre al menor descuido. Extenuados de fatiga, mal alimentados y rendidos de cansancio avistan una costa en los primeros días de marzo. Rendidos y exánimes los tripulantes de la deshecha carabela avistan una costa cuando apenas pueden gobernar la deshecha carabela para aproximarse. Francisco Martín Pinzón grita con la misma dosis de alegría que antes de angustia que están en tierra de Galicia. Ha reconocido la atalaya de Monte Buey, que está en la entrada de la roda de Bayona del Miño. El 10 de marzo de 1493 los tripulantes de la carabela Pinta saludan con lágrimas de júbilo las moles de las islas Cíes. Y doblando en Monte Real en la entrada de la ría de Vigo y vigilados por una tribu de delfines ponen rumbo al puerto de Bayona por ser el más próximo, donde podrán descansar de tantas fatigas y para dar cuenta del prodigioso descubrimiento de las Indias. La arribada de la Pinta, destartalada, con los trapos hechos jirones y desarbolada la arboladura, es objeto de conversaciones de los moradores y de los marinos de las embarcaciones del puerto. Unas chalupas conducen a la Pinta al lugar más apropiado para fondear, al tiempo que gritan que vienen de las Indias, las cuales están al otro lado del Atlántico.

Apenas aferrado el ancla cuando el corregidor de la villa sube a bordo para entrevistarse con el capitán. Martín Alonso Pinzón, medio incorporado en su lecho, le entrega un mensaje para que lo hiciera llevar a los reyes donde notifica que habían arribado a Bayona después de descubrir las Indias.

Estando reparando las muchas averías de la Pinta de la accidentada navegación de regreso, entra a puerto un navío procedente de Flandes llevando a bordo muchos soldados de los tercios que regresan a sus hogares. Entre ellos está Hernán Pérez Mateos, piloto de Palos y amigo de los Pinzones. Y, enterado de la estancia en Bayona de sus amigos los Pinzones y de sus hazañas, decide visitarles a bordo de la Pinta. Martín y Francisco Pinzón acogen con cariño a su convecino y le muestran las pruebas de su gesta, como un indio guaraní, varios papagayos, la piel de una iguana y toscas joyas de oro.

La Niña llega a Cascaes (Portugal) el 4 de marzo de 1493

-¡Imploremos todos al Altísimo para que nos salve!- ordena el Almirante a la tripulación.

Y con voz ronca y descompensada todos rezan el Padrenuestro y el Credo y cantan la Salve marinera como súplica de que no se quiebre el mástil mayor. Y si se salvan prometen a la Virgen Santísima que irán descalzos como penitentes a la iglesia dedicada a la Madre de Dios en la primera tierra que desembarquen. Colom propone echar a suertes entre todos para que el que le toque vaya en peregrinación con un cirio de cinco libras de cera a los monasterios de Guadalupe y al de la Santa Casa que está en Italia. Y aprovechando una calma que permite la tormenta se meten en un bonete tantos garbanzos como marinos hay, sin contar a los indígenas. Y a uno de esos garbanzos se le señala con una cruz. En primer sorteo se pasa el bonete a cada uno y saca el garbanzo señalado el mismo Almirante, quien ha de peregrinar en nombre de todos al monasterio de Guadalupe. Y la segunda peregrinación a la Santa Casa le toca al marinero Pedro Villa del Puerto de Santa María. El dinero para las costas se lo daría el mismo Colom.

Tras días de insomnio, sin casi comer, desfallecidos de hambre y de cansancio, tullidos por estar tantas horas desabrigados al frío y al agua el lunes 16 de enero pueden anclar en una isla de las Azores. “…y supimos como era la isla de Santa María, una de las de Las Azores- reseña Colom en su diario- y nos enseñaron el puerto donde habíamos de poner la carabela y dijo la gente de la isla que jamás habían visto tanta tormenta como la que había hecho los 15 días pasados, y que se maravillaban como habíamos escapado…”

Sin armas, encamisados como procesionales penitentes, se dirige la mitad de la dotación a la humilde ermita dedicada a la Madre de Dios para cumplir el voto que se hizo durante la tormenta. Colom con los demás irá en el segundo turno. Y estando en oración en la ermita irrumpe un piquete de hombres armados para apresarlos por orden del gobernador. Y gente armada, con cota, arcabuz y espada aprovecha el bote de la Niña para abordar la carabela castellana. Al frente va el gobernador Castanheda, antiguo amigo de Colom, el de las ofrendas de gallinas y afectuosas palabras del día anterior. Y ahora le conmina a Cristóvaö Colom a que se entregue, que no es nada personal, sino orden directa de Su Majestad el rey Juan II de Portugal. Colom le responde que con las vituallas y la gente que aún tiene es suficiente para llegar a cualquier puerto de Castilla y regresar con una fuerte armada para arrasar la isla y no dejar a nadie con vida. Que tiene cartas de recomendación de los reyes de Castilla dirigidas a todos los príncipes y señores y hombres del mundo para que guarden a sus naves miramiento y hospitalidad. Y dicho esto ordena levar anclas y virar en redondo. Y tomando rumbo a la isla de San Miguel donde espera mejor acogida, El Almirante se da cuenta que no hay suficiente dotación para manejar la carabela. Pero Castanheda ya había tomado la decisión de zanjar la cuestión y devuelve a los apresados en la ermita.

Y restablecidos y cada uno en sus puestos ponen rumbo a España. Y van felices y contentos porque ya falta poco para llegar a casa. Pero una cosa es el deseo y otra la realidad. El día 28 de febrero amanece con brumas y vientos alternantes y contrarios. El 4 de marzo la turbonada arranca todo el velamen de la carabela. Y la nave es lanzada sin control de una ola contra otra aún más amenazante. “Anoche padecimos terrible tormenta – escribe el Almirante en su diario- (…) Nuestro Señor nos mostró tierra(…) conoxí la tierra, que era la Roca de Cintra, que junto con el río de Lisboa, adonde determiné entrar no pudiendo hacer otra cosa; tan terrible era la tormenta que hacía, en la villa de Cascaes que es a la entrada del río. Los del pueblo diz que estuvieron toda aquella mañana haciendo plegarias por nosotros, y después questuvo dentro venía la gente a vernos por maravilla de cómo habíamos escapado, y así a hora de tercia vinimos a pasar a Rastelo dentro del río de Lisboa, donde supimos de la gente de la mar que jamás hizo invierno de tantas tormentas(…)Luego escribí al rey de Portugal, questaba nueve leguas de allí, de cómo los reyes de Castilla me habían mandado que no dejase de entrar en los puertos de su alteza a pedir lo que hobiese menester por sus dineros”.

Mientras sus compañeros se entienden con los de Restelo, Colom envía tres escritos, uno a los Reyes, otro al tesorero Gabriel Sánchez y otro a su amigo y protector Lluís de Santàngel, antes de que pueda ser arrestado por el rey portugués.

El rey portugués, Juan II recibe a Colom con todos los honores

En aguas de Restelo recala la mayor nave de la armada del rey Juan II del que sale un batel al mando de Bartolomé Díaz para indagar con qué poderes navega la nave castellana en esas aguas. A lo que contesta Colom que es el Almirante de la mar Océano nombrado por los reyes de Castilla y Aragón y comisiona al maestre de la carabela para que le muestre el nombramiento. Al ser informado Álvaro de Dama, el capitán de la nao portuguesa, con mucha ceremonia, gran tropa de pajes y acompañamiento de música se dirige a la carabela castellana a presentar sus respetos al Almirante de la mar Océano, a lo que Colom le responde que requiere que lo lleven a presencia de su majestad Juan II para informarle que ha ido a las Indias con rumbo de occidente. “Hoy he recibido una carta del rey de Portugal – escribe Colom el viernes 8 de marzo- con D. Martín de Noroña, por la cual me rogaba que llegase a donde él estaba, pues el tiempo no es para partir con la carabela, y así lo hice por quitar sospecha, puesto que no quisiera ir, y fui a dormir a Sacanben: mandó el rey a sus hacedores que todo hubiese menester y mi gente y la carabela se me diese sin dineros, y e hiciese todo como yo quisiese”.

Tras su encuentro con los reyes de Portugal Colom manda levar anclas de la Niña el 13 de marzo y cuando empieza a alborear el 15 de marzo llega al puerto de Palos. Y mientras Colom está en La Rábida compartiendo con fray Juan Pérez, fray Antonio Marchena y demás frailes del éxito del viaje, aparece al atardecer la Pinta. Martín Alonso Pinzón, que viene en un estado físico muy deteriorado, manda echar la barca al mar y entrando en ella se hace conducir a una heredad que tiene en tierras de Moguer. Cristóbal Colom no va a visitar al capitán de la Pinta, sino que ordena levar anclas de la Niña para dirigirse a Moguer, donde en procesión y una vela en la mano, Colom y muchos marinos marchan al monasterio de Santa Clara en cumplimiento del voto que hicieron en momentos de apuro. El capitán de la Niña, Vicente Yáñez Pinzón, ha preferido quedarse con su hermano Martín. Los Pinzón, ante la hostilidad demostrada, no saben la reacción del Almirante, que puede llevar a juicio al capitán de la Pinta bajo la acusación de deserción. El 17 de marzo de 1493 muere Martín Alonso Pinzón.

El alcance de la noticia del descubrimiento del Nuevo Mundo

Una vez en Sevilla Colom vuelve a escribir a los reyes para comunicarles su entrevista con Juan II. Mientras, los monarcas, que ya tenían noticia del descubrimiento gracias a los mensajes enviados desde tierras gallegas por Martín Alonso Pinzón, estaban impacientes por conocer directamente lo que el protagonista del viaje de 1492 podía contarles. Por lo tanto, escribieron con presteza al Almirante para que acudiera a la Corte. Noticia indirecta de estos correos la vemos en la carta que los reyes enviaron al genovés con fecha 30 de marzo, desde Barcelona:

"El Rey y la Reina

Don Cristóbal Colón, nuestro Almirante del mar Océano e Visorrey y Gobernador de las islas que se han descubierto en las Indias; vimos vuestras letras y hobimos mucho placer en saber lo que por ella nos escribiste, y de hoberos dado Dios tan buen fin en vuestro trabajo, y encaminado bien en lo que comenzaste, en él que será mucho servido y nosotros asimesmo, y nuestros reinos recebir tanto provecho; placerá a Dios que, de más de lo que en esto le servis, por ello recibáis de Nos muchas mercedes, las cuales, creed se vos harán como vuestros servicios e trabajos lo merecieren, y porque queremos que lo que habéis comenzado con el ayuda de Dios se continúe y lleve adelante, y deseamos que vuestra venida fuese luego, por ende, por servicio nuestro, que dedes la mayor prisa que pudieredes en vuestra venida, porque con tiempo se provea todo lo que es menester, y porque como vedes el verano es entrado, y no se pase el tiempo para la ida allá, ved si algo se puede aderezar en Sevilla o en otras partes para vuestra tornada a la tierra que habéis hallado. Y escribidnos luego con ese correo que ha de venir presto, porque luego se provea como se haga, en tanto que acá vos venis y tornais; de manera que cuando volvieredes de acá este todo aparejado. De Barcelona a treinta de marzo de noventa y tres años. Yo el Rey. Yo la Reina. Por mandado del Rey y de la Reina, Fernando Alvarez."

Como podemos apreciar, los monarcas ya han decidido que se debe realizar un segundo viaje a las nuevas tierras incluso antes de mantener una entrevista con la persona que les podía informar directamente sobre lo descubierto. Eran conscientes del posible enfrentamiento con la corona portuguesa a causa de la indeterminación de la situación geográfica de los recientes descubrimientos, y, no olvidemos que aunque ellos no habían tenido aun ocasión de hablar directamente con el mallorquín, el monarca luso sí lo había hecho. Por todo ello, el mismo 30 de marzo, los Reyes Católicos expidieron una real provisión prohibiendo ir a las Indias sin su licencia. En esta ocasión iba dirigida “a todos los conçejos corregidores asistentes alcaldes alguasiles veynte e quatros regidores cavalleros escuderos oficiales e omes buenos de todas e quales quier çibdades e villas e logares de los nuestros reynos e señoríos e otras quales quier personas nuestros súbditos naturales e non naturales a quien lo de yuso en esta nuestra carta contenido atañe o atañer puede en cualquier manera e a cada uno e qualquier de vos, salud e gracia. Sepades que nos nuevamente avemos fecho descobrir algunas yslas e tierra firme en la parte del mar oçeano a la parte delas yndias; y porque podría ser que algunas personas quisiesen tentar de yr a las dichas indias a tratar en ellas e traer algunas mercaderías e cosas que allá ay, lo qual nos non queremos que se faga sin nuestra licençia e especial mandado para ello,… ”

La noticia del descubrimiento, aunque celebrada, fue de conocimiento restringido, ya que los datos concretos no rebasarían el entorno de la Corte por claros motivos de seguridad. No olvidemos la tensa situación que se vivía con la corona portuguesa. No obstante, se difundió rápidamente en ciertos círculos tanto peninsulares como europeos. Tal y como opina Washington Irving “Se extendieron dilatadísimamente las nuevas por medio de las embajadas, por la correspondencia de los sabios, por el tráfico de los comerciantes y por la voz de los viajeros”. El historiador nos informa de que, a través de las noticias de viajeros y cartas de comerciantes, ya en 1493 se recoge la noticia del descubrimiento en los Anales de Siena. También en 1493 se conoció la llegada de Colom en Génova, en esta ocasión gracias a los embajadores Francesco Marchezzi y Giovanni Antonio Grimaldi tal y como recoge Foglieta en su Historia de Génova. No hay ninguna referencia al Colombo genovés.

Sebastián Caboto se encontraba en Londres cuando allí se supo que Colom había descubierto unas nuevas islas, por lo que conocemos la gran sorpresa que produjo en el monarca Enrique VII y su entorno, hasta el punto en que se decía “que era cosa antes divina que humana”.

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