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"El Mascún", por Pedro Cuesta Escudero autor de Atrapado bajo los escombros

'El Mascún', por Pedro Cuesta Escudero autor de Atrapado bajo los escombros
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miércoles 20 de abril de 2022, 18:28h
'El Mascún', por Pedro Cuesta Escudero autor de Atrapado bajo los escombros
'El Mascún', por Pedro Cuesta Escudero autor de Atrapado bajo los escombros

Como veo que han vuelto a reponer el artículo que escribí al inicio de la pandemia recordando la interesante excursión que había hecho tiempo atrás El descenso del río Vero y que recojo en mi libro Atrapado bajo los escombros, me decido a continuar con el relato de aquel maravilloso viaje que hice a la Sierra de Guara. Hace un tiempo que las visitas a estos cañones se han masificado, pero cuando yo la hice aún era bastante desconocido este rincón de la provincia de Huesca. Y no llevábamos el equipo con el que actualmente se cuenta. Ahora abundan los hoteles, pensiones y camping donde pernoctar. Éramos los pioneros, con el plus de emoción que ello supone.

'El Mascún', por Pedro Cuesta Escudero autor de Atrapado bajo los escombros

Rodellar

Esa misma noche fuimos a dormir a una borda abandonada que habíamos visto desde la carretera. Varios murciélagos salieron espantados al entrar con nuestras linternas. No nos pareció muy confortable, porque se levantó un pernicioso polvillo al evolucionar para colocar los sacos de dormir. Y, además, las pulgas y otros parásitos molestos tendrían que abundar puesto que, según todos los indicios, más de una vez el ganado se habría refugiado allí.

Creímos más oportuno dormir fuera, en el rastrojo, teniendo el firmamento estrellado como techo. Cuando estás cansado y con sueño duermes donde sea, aunque te claves las piedras en los riñones y las ondulaciones de los surcos te obliguen a posiciones incómodas. Claro que no te hace mucha gracia que en la fuerza del primer sueño te despierten. Aunque era lógico que provocáramos sospechas a la Guardia Civil una cuadrilla de ocho durmiendo en un bancal cerca de la carretera. En un tono de perdonavidas nos dejaron continuar con nuestra faena de dar reposo al cuerpo.

Al día siguiente nos dirigimos a Rodellar para hacer el barranco del Mascún, uno de los más impresionantes y espectaculares de la Sierra de Guara. Allí en Rodellar nos disuadieron para no hacer el Mascún, al menos en su tramo superior, porque no estábamos ni debidamente preparados, ni lo suficientemente equipados para resistir el agua fría. Nos dijeron que había que realizar, para empezar, un rappel en medio de una impresionante cascada, “El saltador de las Lañas”, de treinta metros de caída. Y a continuación el rio se introduce por “las cascadas de Peña Guara”, de extraordinaria belleza, pero donde los resaltes exigen rappeles volados, y los rápidos y las grandes badinas hacen de este trayecto un tanto peligroso. Pero el obstáculo principal es el recorrido subterráneo denominado “Los oscuros de Otín”, donde el agua se desboca por un desfiladero tortuoso con cascadas y grietas profundas. Y que es demasiado largo para que se pueda aguantar si no se va protegido con traje completo de neopreno o combinación isotérmica. Los españoles, dijeron, más atrevidos y menos equipados, tienen que lamentar siete víctimas en el poco tiempo que visitan este cañón, mientras que los franceses, que llevan bastantes años cruzándolo, no contabilizan tantos muertos.

El Mascún Inferior

Nos convencieron y decidimos visitar solamente el Mascún Inferior que, aunque no es tan emocionante, pero su belleza es única. Conforme íbamos bajando al barranco, a veces por estrechas cornisas, nos maravillan las sorprendentes siluetas de los acantilados recortados en un intenso azul. Y, a través de un magnífico arco que la erosión ha perfilado, se ve ese cielo donde planean silenciosa y solemnemente los buitres leonados. No se presenta la oportunidad de contemplar el conjunto de la garganta anticipadamente, pero compensa el aspecto del colosal murallón, el cual se desmorona en ruinas grandiosas. Y por el cauce discurre el torrente, inocente y débil, arropado por la maleza.

Y cuando llagas abajo es cuando se te permite contemplar un museo singular. Ahora es cuando la naturaleza te descubre las maravillas que la erosión ha cincelado con las gubias del viento y del agua en la terca piedra, que desborda la imaginación del más atrevido artista. La primera impresión la recibes con la “Fuente del Mascún”, increíble manantial que resurge de una cueva y que, aunque no tengas sed, te invita a beber de sus aguas puras, diáfanas y transparentes. Y mientras bebes se contempla desde mejor perspectiva el colosal arco que se abre en el farallón de enfrente.

La Ciudadela y la Cuca de Bellosta

Y al girar el primer recodo siguiendo el curso del río aguas arriba se te aparece la impresionante arquitectura de lo que denominan “La Ciudadela”, un conjunto gótico con chapiteles, arbotantes, agujas y finos remates, como la más esbelta y majestuosa de las catedrales. Es un conjunto pétreo sobre franjas de color, cuyas tonalidades cambian con el curso del sol.

No das crédito a tus ojos y te los frotas, pero el grandioso espectáculo continúas teniéndolo enfrente. Es entonces cuando reparas que, un poco hacia la derecha, algo está rasgando el horizonte. Es un monolito que asciende como fina aguja. La erosión eólica, al arrancar los materiales más blandos, deja al descubierto ese tipo de relieve residual, como un descomunal falo. Alguien dice que ese monolito es lo que llaman “La Cuca de Bellosta”. Todos reímos lo acertado de ese nombre y preguntamos quien sería ese tal Bellosta. Observamos lo finamente cincelada que está “La Cuca de Bellosta”, sin ningún detalle que la desmerezca y justo en la medida de su esbeltez.

Otín y Letosa

Poco antes de llegar a la base de la Ciudadela nos desviamos a la izquierda por el antiguo camino de Otín, que adivinamos entre bojes y carrascas para alcanzar la meseta superior. Esta senda, invadida por la maleza, está sabiamente trazada, pues aprovechando las curvas de nivel, va ascendiendo poco a poco, sin fatiga. Y conforme subes puedes contemplar en óptima perspectiva esos dos monumentos pétreos dentro del encuadre colosal que les proporciona el barranco del Mascún.

Una vez salvado el desnivel, y ya en lo alto de la meseta, encontramos signos de un descuidado paisaje humanizado. En otros tiempos se le arrancaba el sustento a estas duras tierras, Ahora da pena y tristeza pasear por las calles de Otín y no ver a nadie. Pero en estas casas, hoy semiderruidas y cubiertas de ortigas y musgo, en otros tiempos cobijaron amores, ilusiones y proyectos, aunque también pobreza, incertidumbres e injusticias. En una palabra, vida. En un fugaz pensamiento, lo recuerdo, me vi como único habitante de esta soledad. Sería una premonición.

Por la escotadura, bordeada de álamos, que hay más allá de Otín, podíamos acortar para alcanzar “El Saltados de las Lañas”, pero como no teníamos intención de hacer el Mascún Superior nos dirigimos al pueblo de Letosa que, como el de Otín, hace años que murió del mismo modo. El campanario de la iglesia ya no tiene campanas para llamar a los fieles a la oración y a la sumisión. Ya no hay campanas para repiquetear las alegrías de una boda, de un bautizo o de la fiesta mayor; ni tampoco para tañer con monótono lamento la tristeza de un duelo. Las troncocónicas chimeneas ya no echan humo, porque no hay nadie que se acurruque a la lumbre del hogar. Ni tampoco hay nadie para fisgonear al forastero detrás de los visillos de las ventanas. Ya no hay nadie que, con esa hospitalidad del campesino pobre, te acoja en su casa con un trago de vino a cambio de alguna información de la lejana ciudad.

¡Es triste y da pena que el hombre, por alcanzar más comodidad y seguridades, deserte de esta tierra, dura y áspera, pero llena de seducción!

Nos asomamos al borde por donde se desciende al barranco del Mascún por su parte superior y nos dio envidia. Regresamos por donde habíamos ido, pero con la promesa de recorrerlo de arriba abajo, como también las otras gargantas, fascinantes y no menos arriesgadas de Balcés, de Formiga, de Gorges Negras, de Guatizalema y de cuantas maravillas encierra este mundo de construcciones titánicas con anfiteatros, quebradas, precipicios, desfiladeros, muros y fortalezas naturales.

Dos horas largas he estado recordando la excursión que hice a la sierra de Guara. Y siempre me ha pasado lo mismo, son tan atrayentes los recuerdos, y es tan espléndida la naturaleza, tan hermoso vivir al aire libre que me embeleso y me olvido de la triste situación en que me encuentro. Gracias a estos ejercicios que me impuse de recordar experiencias vividas en plena naturaleza, se me ha hecho mucho más llevadero este entierro. Mi cuerpo habrá estado aquí encerrado, pero al vagar mi pensamiento por lugares tan hermosos ha hecho sentirme libre y volver a disfrutar plenamente aquellas bellas vivencias.

Todo cambiará mañana. Mañana me liberaré de esta sepultura y tornaré a ser el de antes. Bueno, como el de antes ya no seré nunca, pues esta amarga experiencia me ha marcado de por vida. Aunque estos dos años de soledad me han enseñado lo valioso que es la vida para dejarla empañar con las triquiñuelas que surgen en el convivir diario con los demás.

Regresaré con nuevos bríos y renovada ilusión. Enseñaré a mis alumnos cuán importante es la vida y cuán importante es la Naturaleza. Les enseñaré a respetarla, a conservarla y, también, a disfrutarla. Y volveré a tantos y tantos hermosos parajes, para recordar vivencias pasadas o para adquirir otras nuevas. Es demasiada bella la vida para envejecer arrutinado.

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