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"Movimiento de refugiados", por Pedro Cuesta Escudero autor de La Comisión Depuradora. Represión en la escuela

'Movimiento de refugiados', por Pedro Cuesta Escudero autor de La Comisión Depuradora. Represión en la escuela
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sábado 12 de marzo de 2022, 08:07h
'Movimiento de refugiados', por Pedro Cuesta Escudero autor de La Comisión Depuradora. Represión en la escuela
'Movimiento de refugiados', por Pedro Cuesta Escudero autor de La Comisión Depuradora. Represión en la escuela

La invasión de Ucrania, la guerra de Putin, que ha generado una oleada de miles y miles de gente despavorida que huye del horror y de la sinrazón nos ha hecho rememorar la catástrofe humanitaria que se generó con la guerra de Franco en España. Solo hemos tenido que copiar literalmente lo que ya teníamos escrito y publicado.

'Movimiento de refugiados', por Pedro Cuesta Escudero autor de La Comisión Depuradora. Represión en la escuela

“Uno de los movimientos de refugiados más dramáticos de la Historia de la Humanidad es el que se produce tras el desplome del frente de Cataluña. Entre el 26 de enero de 1939, en que cae Barcelona, y el 10 de febrero, que marca el final de la campaña de Cataluña, se origina una riada humana camino de los Pirineos para encontrar refugio en Francia, que constituye una de las mayores hecatombes de nuestra historia contemporánea. Entre esos que tan desesperadamente huyen iba mi padre que se encontraba en Barcelona como todos los derrotados en la batalla del Ebro.

Histérico movimiento de pánico

Con el aguanieve que caía las carreteras y caminos llenos de baches, estaban convertidos en un verdadero barrizal. Filas de soldados, los que habían combatido en el frente del Ebro, con su fusil al hombro y sus cantimploras, los pies calzados con botas gastadas o con alpargatas empapadas de barro o liados con trapos y familias enteras, a pie, en camiones, en coches particulares, en carros tirados por jamelgos, incluso carritos de tracción humana, por carreteras o caminos de montaña, hostigados por la aviación franquistas, huyen ateridos y espantados, del ejército vencedor camino de Francia. Llevan la tragedia en los rostros. Es un histérico movimiento de pánico. Los pueblos en el camino hacia la frontera francesa están llenos a rebosar de refugiados. Por la noche, las aceras quedan cubiertas de hambrientos y temblorosos seres humanos de todas las edades.

Se oyen pocas quejas, ¿para qué? Los niños llevan juguetes rotos: una cabeza de muñeca, una pelota deshinchada, como símbolo de una niñez feliz perdida. La noche la pasan o en los campos bajo el aguanieve o en zanjas enfangadas. Todas las carreteras catalanas que conducen a Francia se hallan congestionadas de fugitivos que arrostran el temporal de lluvia y nieve. Aunque agotados por el desastre caminan firmes, erguidos y dignos. Atrás va quedando un reguero de coches sin gasolina, de enseres, de maletas, bultos y equipajes abandonados. Entre la gente avanza una mujer joven con un niño en los brazos, otro de la manos como de seis años y encinta de seis o siete meses. Camina como un autómata, con la boca apretada, el gesto trágico, los ojos fijos y vidriosos, arrastrando al pequeñuelo que no cesa de llorar. Y una niña de unos nueve años corriendo por entre la gente como enloquecida llorando y sin parar de gritar ¡mamá! Debe haber perdido a su mamá. Toda Cataluña se halla sometida al caos total.

El largo camino del exilio

Mi padre iba con Ladislao, su compañero de viaje de hace algunos días y que lo conocía de la enfermería de cuando estuvieron en la batalla del Ebro. Se internan por entre los bancales embarrados que les dificulta extraordinariamente el avance. No llevan fusil, porque en el frente no llegaron a utilizar ninguna arma de fuego, ya que uno es médico y no le hacía falta, y mi padre, el maestro, aunque había sacado el grado de teniente, estaba siempre en la sección de cultura y alfabetización. Los zurrones los van llenando de algunos coles, unas cuantas manzanas silvestres y bellotas. Se dirigen a una cabaña que ven para no pasar la noche a la intemperie. Pero no acaban de entrar cuando salen despavoridos. Estaba infectada de pulgas. Solo les faltaban las pulgas con la cantidad de piojos que ya llevan encima. No se han alejado mucho cuando oyen el rumor del motor de una avioneta. ¡E inmediatamente se tiran a tierra! Cuando la avioneta pasa por encima de la cabaña la bombardea destruyéndola por completo. Mientras se reponen del susto el maestro se quita la guerrera y coloca encima de la nieve los piojos que encuentra en ella, los cuales desfilan disciplinadamente en varias hileras. Les echa paja encima y cuando iba a prenderles fuego con el mechero el médico se lo impide horrorizado, porque le trae a la memoria de cuando se veía obligado a quemar los cadáveres de los compañeros que morían en el frente. Era espantoso y desmoralizador, sobre todo si días anteriores se había confraternizado con algunos de ellos. Todos los días tenía que contemplar una hilera de cadáveres, tiesos bajo las mantas, con un hervor de moscas encima. Como no se daba abasto para enterrarlos se hacían socavones, se apilaban los cadáveres en ellos, los rociaban de gasolina y se echaba una cerilla encima. Los cuerpos ardían durante horas y, al estallar la grasa con el calor, se abrían los vientres y se desparramaban las tripas; los gases contenidos en las tripas se escapaban y ardían con un sonido de fuelle. Era como si suspiraran los muertos. El médico contaba que al principio vomitaba, pero después se acostumbra uno a la pestilencia de la carne quemada que se impregnaba por todas partes. ¡Una pesadilla!¡Una verdadera pesadilla!

Como todo lo que están viviendo, una verdadera pesadilla. El maestro se lamenta con lágrimas en los ojos. ¡Con lo feliz que era al lado de los suyos! Pero le obligaron a incorporarse al frente con la amenaza de fusilarlo al instante si se oponía. Y dejó mujer y un hijo pequeño. En Gandesa recibió la última carta de su mujer. Y ya no le pudo contestar por tener cortado el camino a casa. Y ahora menos, teniendo como tenían los fascistas pisándoles los talones. Pero lo prioritario ahora es salvar las vidas, por eso van a Francia, que es la patria de la libertad y de la solidaridad. Allí encontrarán la seguridad, la paz y la abundancia tanto tiempo ausente. Y el usurpador de Franco no durará mucho. Las naciones libres no tardarán en erradicar el fascismo. Y cuando Alemania e Italia caigan derrotadas, a Franco le darán garrote. Y podrán regresar tranquilos y en paz para reencontrarse con los suyos y rehacer sus vidas y el país, que lo están dejando hechos unos zorros. Es cuestión de aguantar y no desfallecer.

Desde lo alto de una loma advierten la subida de la marea humana en busca de la frontera. Hombres y mujeres arrastrados por el pánico. Pánico que nadie es capaz de atajar. Los fugitivos están agotados por el hambre y la fatiga. Y las ropas, caladas por la nieve y la lluvia. Por las calles de Banyoles encuentran escenas deprimentes. Los mutilados de guerra por los rincones y los enfermos tirados por los suelos; esperan algún transporte que los lleve a la frontera. También se ven sentados en un banco a Antonio Machado y su madre. Tan acabado está al poeta que su anciana madre le tiene que dar la comida en la boca. Están esperando a su hermano Manuel para que los lleve en coche a Francia.

Francia se resiste a recibir esa marea humana

En los puertos fronterizos de la Junquera y Port-Bou se van aglomerando miles y miles de refugiados, que se puede cifrar en torna a los 500.000, tanto de civiles como de combatientes. Al otro lado ondea la bandera francesa como una promesa de salvación. Ese gentío acampa por las laderas de las montañas, con fogatas encendidas para calentarse y preparar algo de comida y una manta atada entre los árboles para resguardarse del aguanieve. Se oyen gritos, injurias, lamentos. ¡Miseria humana!

Si el camino hacia la frontera, derrotados, a la desbandada, sin más horizonte que huir el horror, hostigados por la aviación franquista, mal nutridos, pesimamente equipados, sin medios materiales y en pleno invierno, fue un verdadero calvario en el que muchos han ido sucumbiendo, la llegada a Francia, que no esperaba una riada humana de tal magnitud, es terrible y decepcionante. La Francia de la libertad y la solidaridad los rechaza contundentemente con los gendarmes empleándose a fondo.

El espectáculo más miserable es cuando llega un convoy de camiones con más de mil quinientos heridos y enfermos del hospital de Camprodón: ciegos, inválidos, en camillas y con vendajes que presentan un pésimo aspecto, que son abandonados en un suelo fangoso y frío. Y para no caer en manos franquistas, tal es el pánico que se refleja en sus ojos, forcejean para cruzar la frontera, con los rostros desencajados por el dolor, la fiebre y el frío. También son rechazados por los gendarmes franceses y las tropas coloniales senegalesas y argelinas a culatazos. Provoca una indignada revuelta que obliga a los gendarmes a disparar a bocajarro para dispersar la masa amotinada. Es que el gobierno francés había caído en manos de la derecha más dura y considera a los refugiados rojos indeseables y muy peligrosos. El gobierno francés propone la creación de una zona neutral en esa parte de la frontera para los refugiados y serían mantenidos con ayuda extranjera. Pero Franco se niega a tomar en consideración ese y cualquier otro plan.

La situación se pone cada vez más fea. Hasta que el gobierno francés, en contra de su voluntad, permite que se abra la frontera, aunque solo para los heridos y el personal civil. Como los combatientes republicanos españoles no tienen ni medios ni intenciones para oponerse al avance de las tropas franquistas, porfían hasta conseguir que las autoridades francesas les dejen también traspasar la frontera, aunque a condición de entregar las armas. Los refugiados han de cruzar un cordón formado por senegaleses que con las manos forman una cadena, mientras que los gendarmes registran uno a uno; no solo requisan las armas sino también anillos, joyas y toda clase de documentación bancaria, como acciones y títulos de crédito.

El campo de concentración de Argeles-sur-Mer

Un vez desarmados se les da a elegir entre el internamiento en campos de concentración o ser enviados a la España nacional. Nadie pide ser entregado al ejército franquista. Por tanto, a los 10.000 heridos, 170.000 mujeres y niños y unos 80.000 hombres, la mayoría ancianos, que ya habían cruzado la frontera, se añaden entre el 5 y el 10 de febrero, unos 250.000 hombres del ejército republicano.

Los gendarmes a caballo conducen a los refugiados a los campos de concentración. Los soldados españoles mantienen en su mayoría la disciplina y cruzan la frontera en formación militar. Cada uno lleva sus mantas y lo que puede en grandes bolsas atadas a la espalda. Aunque la marcha no la componen solo los soldados, sino también civiles heridos y mutilados de guerra, madres con hijos en brazos y personas ancianas y enfermas. Los campesinos franceses los miran, algunos con lágrimas en los ojos y otros con insultos y desprecios “sales rouges”. Al cruzar por Boulou se pone al frente de los que se dirigen a Argeles-sur-Mer una banda de música de republicanos y antifranquistas españoles que enardece un tanto los decaídos ánimos. Al pasar por Colliure muchos vecinos, en un gesto de un profundo sentimiento humano más que compasivo, reparten café caliente de unos grandes calderos que tenían en una hoguera en medio de la calle. Y con paso fatigado y vacilante los exilados dejan atrás Colluire.

Pero al llegar a las playas no pueden contemplar panorama más deplorable y caótico. Sobre los espacios abiertos en las dunas, junto al mar, cercados con alambres espinosos, sin barracones donde cobijarse y expuestos al inclemente mistral encuentran a muchos de los civiles que poco antes habían entrado en Francia. Se amontonan como si fueran bestias en agujeros excavados en la arena para resguardarse del frío. Se ven a los heridos tirados sin ningún cuidado y sin ninguna atención médica. No hay asistencia sanitaria. Y la carencia de higiene es total, empezando por la calidad deficiente del agua. No hay ni letrinas, no cocina, ni enfermería, ni siquiera electricidad. Están sometidos, sin embargo, a un severo régimen disciplinario por las tropas coloniales de senegaleses y argelinos que los tratan con prepotencia y desprecio. Algunos se ven atados a postes en castigo por cualquier tontería. Ya son muchos los que han muerto de hambre, de la humedad, de frío y de enfermedades como la disentería y la sarna. O de tifus o de gangrena. La patria de la fraternidad, de la igualdad y de la libertad trata a los refugiados, no como a los defensores de la democracia y de la honradez frente al fascismo, ni siquiera como refugiados, sino como criminales de la peor especie. Una melodía llena de nostalgia y de dulzura, casi un himno, se eleva por encima del rumor del mar y en medio de un repentino silencio. Un prisionero toca con su armónica L´Emigrant. La nostalgia hace brotar lágrimas. Todos quedan pensativos con la mirada en el suelo. La Patria perdida, la causa perdida, la vida perdida. Los días están vacíos y delante solo hay mar y desesperación.

A pesar de las penurias se realizan actividades culturales

Con la ayuda de la Cruz Roja y otras organizaciones internacionales los propios reclusos construyen barracas de lona, así como improvisadas cocinas y letrinas. No hay barracas para todos y la mayoría vive en escondrijos como trogloditas, con las tiendas semienterradas hechas de miserables andrajos. Es lo que la prensa francesa bautizó como camping a la moda española. La vida transcurre esencialmente dentro de esas chozas, pues al no haber iluminación a las cinco de la tarde ya es de noche en invierno. Pero se organizan de tal manera que cada uno tiene un espacio de unos 80 cm a 1 metro, donde cada uno tiene sus pertenencias personales. Casi todos los días llegan camiones con pan y sacos de legumbres que se cocinan con el agua que se obtiene excavando en la arena. La ayuda de la Cruz Roja, aunque generosa, no es suficiente para el elevado número de prisioneros. La alimentación es inadecuada y nadie come lo suficiente. La dieta consiste básicamente en garbanzos, lentejas, bacalao frito, café aguado y pan. Además los guardas del campo, ante la impotencia de los españoles se quedan con lo que más les apetece de lo que la magnanimidad internacional envía.

Los que se habían jugado la piel para salvar las pinturas del Prado depositándolas en el palacio de las Sociedades de Naciones en Ginebra también son internados en este campo de Argelès, lo que significa que la comunidad internacional no tiene ni la más mínima consideración con los que habían perdido la guerra civil española. Alguien que había sido torturado en una checa del SIM reconoce en el campo a uno de sus dirigentes e hizo correr la voz. Varios lo saludaron con amabilidad y estuvieron durante un rato charlando con él de los viejos tiempos. Y paseando lo llevan a un punto del campo poco frecuentado. Llegaron a una profunda fosa excavada entre unos pinos y el dirigente del SIM se encontró con la amenazadora sonrisa de sus contertulios, que lo arrojan a la fosa y lo entierran vivo.

A pesar de las penurias los refugiados se organizan para realizar actividades culturales, llegándose a construir “barracas de la cultura”, donde se llevan a cabo las actividades que las circunstancias les permiten. Es muy celebrado el guiñol satírico La Tarumba que dirige Miguel Prieto Anguita con la mima ilusión de cuando lo hacía en las Misiones Pedagógicas con García Lorca. El objetivo de estas actividades culturales era levantar el estado anímico colectivo. Incluso se llega a publicar el pequeño folleto “El boletín de los Estudiantes”.

Las autoridades francesas, en su afán de resolver el problema que les ha devenido de la guerra civil española no paran en presionar para que los refugiados regresen a su país. El 14 de febrero el gobierno francés encarga al diplomático León Berard que entable negociaciones en Burgos, llegando el 18 a la firma de los llamados acuerdos Berard-Jordana que abrían el paso al reconocimiento del régimen franquista por Francia. Se nombra embajador al mariscal Petain con la voluntad de mitigar los lazos entre Hitler y el nuevo régimen español y evitar a Francia el cerco por potencias hostiles. En este contexto el destino de los exilados españoles se presenta bajo muy malos auspicios. Y a partir de ahora Francia presiona a los refugiados para que regresen a España. Pero tal es el horror que se tiene en caer en manos de los franquistas que, ni aún con la utilización de la fuerza bruta, se consigue convencerles. Aunque el día que a través de los altavoces se lee a los prisioneros el edicto publicado por Franco de que todos aquellos que no tuvieran las manos manchadas de sangre serían perdonados y podían regresar a sus hogares, hizo cambiar la determinación de muchos de no retornar mientras Franco estuviera en el poder. Y en el mes de mayo se repatrían unos 200.000 refugiados, entre ellos mi padre.

El hundimiento de la III República y la instauración del Estado francés bajo la jefatura de Petain, repercute directamente en la situación de los españoles que aún no habían sido entregados a la guardia civil franquista. Se convierten en gente sospechosa no solo de hecho, sino de derecho, junto con otros grupos como los judíos, los comunistas… Los campos de concentración pasan de ser provisionales a permanentes bajo la autoridad del ministerio del Interior y con finalidad represiva. Así los españoles figuran, junto a otros, entre las víctimas de deportación hacia los campos de exterminio alemanes. Muchos de los españoles que están hacinados en esos inmundos campos de concentración son entregados a millares a la GESTAPO nazi, la cual los internará en los campos de exterminio de Mauthusen o el de Buchemwald.

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