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"Hernán Cortés, el conquistador de México", por Pedro Cuesta Escudero, profesor jubilado de Historia

'Hernán Cortés, el conquistador de México', por Pedro Cuesta Escudero, profesor jubilado de Historia
viernes 21 de enero de 2022, 09:51h
'Hernán Cortés, el conquistador de México', por Pedro Cuesta Escudero, profesor jubilado de Historia
'Hernán Cortés, el conquistador de México', por Pedro Cuesta Escudero, profesor jubilado de Historia

Leyenda o mito, héroe o villano, la figura de Hernán Cortés sigue despertando un gran interés para la investigación. Hernán Cortés es el paradigma del conquistador: valiente, capaz, culto. Llevaba la aventura en la sangre. Pero pocos personajes históricos resultan tan controvertidos a ojos actuales como Hernán Cortés. Hijo de su tiempo, aclamado como héroe durante siglos, el juicio actual sobre la Conquista da a sus hazañas un tinte ambiguo que no debe hacer caer en el olvido la inigualable obra de este hombre singular. Su papel en la guerra de invasión a México (en la que participaron sus aliados tlaxcaltecas y otros grupos indígenas), fue clave para la caída del imperio azteca y la conquista del territorio, que pronto se adhirió a la Corona de España.

'Hernán Cortés, el conquistador de México', por Pedro Cuesta Escudero, profesor jubilado de Historia
'Hernán Cortés, el conquistador de México', por Pedro Cuesta Escudero, profesor jubilado de Historia

Cartas de Relación

De este período histórico dan cuenta las Cartas de Relación que Cortés escribió al emperador Carlos V. Hasta ahora se conocen cinco cartas. Cortés elige un género discursivo que le consiente plantear una relación interpersonal con el monarca, por una parte, y acepta las reglas históricas del género; pero, por otra parte, introduce elementos de creación personal y literaria, que le permiten dirigirse al grueso de los lectores proponiéndose como un héroe moderno en relación a los nuevos modelos de Humanismo de la época.

Las cartas de Cortés son un testimonio personal de la conquista y pueden tomarse como la construcción discursiva del origen mestizo de México. Las consideramos esenciales para comprender la historia de México, dado que narran el momento de la caída de las grandes civilizaciones indígenas y el surgimiento de una nueva civilización en la que convivieron por más de dos siglos indígenas y españoles, dando lugar al mestizaje. En este artículo estudiamos la eficacia del discurso histórico en la segunda Carta de Relación de Hernán Cortés, pues consideramos que de las cinco cartas, ésta es una de las más ricas, porque el autor la redactó en el momento de la invasión de México y mucho de lo que sabemos ahora de los pueblos prehispánicos que habitaban ese territorio está escrito en ella. En la segunda carta el autor narra su entrada a la gran ciudad de Tenochtitlan, los ritos y costumbres de los indígenas, describe los paisajes y edificios que hay en ésta y las guerras que sostienen los soldados españoles contra los mexicanos. Es un discurso histórico, pero también un discurso científico, propagandístico y literario.

La época a la que se refiere este artículo es de relevante interés porque es aquella en la que se pusieron en América los fundamentos creadores del Humanismo español sobre los ejes esenciales del cultivo de lo jurídico, ético y religioso y que dieron por resultado una cultura mestiza en el nuevo continente. Esta época es importante también porque implica la constitución del México moderno y la creación de su identidad cultural. Por otra parte, estudiamos a Cortés desde una perspectiva de la mexicanidad utilizando como fuentes de información bibliografía de historiadores mexicanos y españoles y como fuentes primarias documentos oficiales emitidos por españoles y por el propio Cortés.

Breve biografía

Hernán Cortés nació en 1485 en Medellín de la provincia de Badajoz, siendo el único hijo de una familia hidalga. Inició estudios universitarios en Salamanca, donde cursó latín, derecho e historia durante dos años, para después aprender el oficio de escribano en Valladolid. De espíritu aventurero no descuidó tampoco el ejercicio de las armas. Pronto sintió la llamada del recién descubierto Mundo Nuevo a donde decidió embarcar a buscar fortuna. Cortés tenía 19 años cuando llegó a Santo Domingo en 1504, donde encontró trabajo como escribano. Entabló relación con el gobernador, Diego Velázquez, a quien acompañó en la conquista de Cuba. Más tarde se convertiría en su secretario y ambos estrecharon aún más su relación al desposar Cortés en 1517 a Catalina Juárez, hermana de la amante del gobernador. Durante su estancia en Cuba se convirtió además en hacendado, consiguiendo una destacable fortuna y la posición social deseada. Sin embargo Cortés sentía que Cuba se le quedaba pequeña.

La expedición a Yucatán

Una de las características más relevantes del siglo XVI fue la del comienzo de la institucionalización por parte de la Corona para unificar y dar sentido de Estado a cuantas acciones individuales pudiesen ser emprendidas por sus súbditos castellanos. De este modo, la exploración, penetración y población de las Indias se realiza por medio del sistema de Capitulaciones, mientras que su anexión a la Corona de España fue posible gracias a las Bulas Alejandrinas. Las Capitulaciones constituyeron unas concesiones reales en las que se estipulaban ciertas “disposiciones legales” en las que el beneficiario de las mismas (el capitulante) adquiría una serie de obligaciones con la Corona. Si cumplía la empresa de explorar, penetrar y poblar el territorio descubierto, se hacía acreedor a una serie de beneficios materiales que también estaban especificados en la Capitulación. En este convenio la Corona no solía exponer nada, mientras que el capitulante aportaba sus propios bienes materiales y el esfuerzo de su persona para conseguir la empresa de penetración y población. Una vez cumplidos estos compromisos por el capitulante, la Corona ejercía pleno derecho sobre las Indias y las anexaba a su territorio. Fundamentalmente las Capitulaciones tuvieron tres objetivos: la exploración o descubrimiento, la penetración o pacificación y el asentamiento o población. Algunas Capitulaciones contenían estos tres aspectos, otras especificaban sólo uno o dos de éstos.

Las Capitulaciones son de interés para nuestra investigación, dado que Cortés tenía la intención de obtener una Capitulación de la Corona, lo que de hecho consiguió años después de que lograra la conquista de México. Sin embargo, mucho antes de convertirse en capitulante, él tuvo que someterse a las órdenes del adelantado de Cuba, Diego Velázquez, quien sí que era capitulante y tenía la autorización real para explorar y poblar Yucatán y Cozumel. Es nombrado Velázquez “nuestro capitán y adelantado de todas las dichas tierras e yslas que así por vuestra yndustria y a vuestra costa se an descubierto o descubrieren…por todos los días de vuestra vida”. Los nombramientos de capitán y adelantado son los únicos oficios que se conceden a Velázquez. El oficio de adelantado puede interpretarse como un cargo de máxima autoridad militar y gubernativa para dirigir la expedición de conquista y pacificación de la provincia de Yucatán y Cozumel.

En las Antillas y Panamá se tenían noticias de otros territorios situados al norte y que corresponden a Yucatán y México. El primero en intentar penetrar en ese territorio fue un soldado llamado Valdivia, quien junto con otros españoles fue sacrificado por los naturales. Hubo dos sobrevivientes: Gonzalo Guerrero, que se integró en la vida indígena y el otro fue Jerónimo de Aguilar, a quién Cortés encontró durante su penetración en México. Otro soldado español que intentó la penetración en Yucatán en 1517 y que falleció a causa de una batalla contra los indígenas fue Francisco Fernández de Córdoba.

Diego Velázquez había encomendado a Juan Grijalva en 1518 la exploración por el litoral del Golfo de México, desde la isla de Cozumel hasta la desembocadura del río Canoas. Como Grijalva y sus soldados no regresaban, Diego Velázquez envió a Cristóbal de Olid a buscarlos, pero como ninguno de los dos capitanes volvía, organiza una tercera flota en búsqueda de los dos primeros. Esta tarea le fue encomendada a Hernán Cortés, con quien sostenía una buena amistad. A diferencia de las expediciones anteriores, la de Cortés recibió del adelantado de Cuba dos instrucciones: una de carácter público y otra, de carácter privado. La primera especificaba que, además de encontrar a Grijalbo y a Olid, debía encargarse de que los pueblos que visitara fueran cristianizados, les obligara a rendir vasallaje al rey de España y a mandarle regalos, así como prohibir a las tropas españolas el saqueo y, en contra de las disposiciones de la Corona, los territorios conquistados no serían poblados por españoles En la instrucción privada le encarga la misión de obtener rescates de oro y plata de aquellos territorios, pues se tenía noticia de la abundancia de esos metales preciosos

A partir de ese momento, este militar de segundo rango inicia toda una odisea para convertirse en el conquistador de México y proporcionar a Carlos V territorios en las Indias Occidentales que podían contener varias veces todo el imperio que había heredado de sus mayores. Cortés aceptó estas disposiciones, pero con el paso de los días las relaciones con Velázquez se fueron tensando, ya que la cuidadosa planificación y el excesivo interés por parte de Cortés hicieron que el gobernador recelara de su lealtad y le recordaba constantemente que a pesar de ostentar el cargo de capitán y justicia, no era más que un subalterno suyo. Pero el extremeño había ganado para su causa a los capitanes más prestigiosos de la isla con promesas de ricas tierras como Pedro de Alvarado, Bernal Díaz del Castillo, Cristóbal del Olid y Alonso Hernández, entre otros. La situación empeoró cuando Cortés se enteró de que Velázquez suspendería la expedición, por lo que decidió salir antes de lo previsto y el 18 de febrero de 1519 zarpaba desde el cabo de San Antón al mando de 11 embarcaciones con un total de 700 hombres, 16 caballos y 14 cañones.

El problema principal al que se enfrentaban las tropas españolas era la división interna, pues mientras unos querían continuar con la empresa, los soldados leales a Velázquez querían regresar a Cuba. Cortés deseaba proseguir la búsqueda de las riquezas y los honores que tanto anhelaba, aunque ello implicase romper con Diego Velázquez. Bordeó la península del Yucatán hasta desembocar en Tabasco, donde tuvo un enfrentamiento con los nativos que acabó en victoria. Y para no ser acusado de insubordinación, utilizó un artilugio legal. Fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, cuyos “vecinos” –soldados de su ejército– formaron un Cabildo que en nombre del rey invistió a Cortés como “Justicia Mayor y Capitán General”, lo que lo desligó legalmente de Diego Velázquez. Para evitar que el gobernador de la isla de Cuba se pusiese en su contra, Cortés escribió su primera Carta de Relación (extraviada en la actualidad) para enterar al monarca de estas cuestiones. Además, debido a que desconfiaba de los soldados leales a Velázquez, tomó la decisión de hundir sus barcos para cortar todo contacto con Cuba y evitar que alguien pudiera regresar a la isla. Cortés pronto tuvo noticias de la existencia del rico Imperio Azteca y decidió avanzar hacia el interior de México.

El Imperio Azteca

El término “azteca” proviene de su remoto origen en el mítico territorio de Aztlan, si bien se llamaban a sí mismo “mexicas”. Los aztecas se establecieron en el siglo XIII en una isla en medio del lago Texcoco, donde fundaron en el año 1325 Tenochtitlan, ciudad que llegó a tener casi 300.000 habitantes, en una época en que la populosa de Sevilla no llegaba a 50.000. La enorme ciudad creció a expensas de las aguas que la circundaban y contaba con innumerables canales y puentes, zonas residenciales y, sobre todo, un grandioso centro monumental repleto de templos, plazas, edificios públicos y palacios. La gran riqueza intelectual y artística de los aztecas se complementaba con una floreciente economía, basada en la agricultura y en los tributos que exigía a los pueblos bajo su dominio.

Los aztecas libraban las llamadas “guerras floridas” con sus vecinos, que tenían como objetivo conseguir enemigos para sacrificar a los dioses. La religión regía todas las acciones de los aztecas, quienes se consideraban a sí mismos el “pueblo elegido”, con la misión de satisfacer a los dioses para evitar el fin del mundo, cosa que acontecería de no sacrificar víctimas humanas.

El primer huey tlatoani (emperador) azteca fue Acampichtli, elegido en el año 1367, el primero de una larga serie de dirigentes que eran nombrados por un Consejo entre los miembros de la dinastía reinante. Desde 1502 reinaba Moctezuma II, con quien el imperio llegó a su máximo esplendor. Era una época azarosa para los aztecas, pues los augurios anunciaban el fin del mundo al tiempo que llegaban noticias de los extranjeros blancos llegados a la costa: la guerra definitiva había llegado para los aztecas.

La toma de Tenochtitlán

El 16 de agosto Hernán Cortés emprendió el camino hacia la capital azteca, Tenochtitlan, contando con tan solo 400 hombres, 15 caballos y 6 piezas de artillería. De camino tuvo que vencer la oposición inicial de los toltecas y tlaxcaltecas, pero una vez sometidos, consiguió la lealtad de estos dos pueblos, enfrentados tradicionalmente a los aztecas. “Este valle y población se llama Caltanmí. Del señor y gente fui muy bien recibido y aposentado – leemos en su segunda carta donde Cortés dialoga para hacer aliados- Después de haberle hablado de parte de vuestra majestad y le haber dicho la causa de mi venida a estas partes, le pregunté si él era vasallo de Mutezuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba, me respondió diciendo que quién no era vasallo de Mutezuma, queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de vuestra majestad, y otros muy muchos y muy mayores señores, que no Mutezuma, eran vasallos de vuestra alteza, y aunque no lo tenían en pequeña merced, y que así lo había de ser Mutezuma y todos los naturales de estas tierras, y que así lo requería a él que lo fuese, porque siéndolo, sería muy honrado y favorecido, y por el contrario, no queriendo obedecer, sería punido.” La rápida alianza entre Cortés y los toltecas y tlaxcaltecas sorprendió a la cúpula azteca, ya de por si asombrada por la presencia de los extranjeros. Prosiguió su avance hacia la capital y al pasar por la ciudad sagrada de Cholula ordenó su conquista venciendo a 50.000 aztecas.

Finalmente, el 8 de noviembre Cortés llegó a Tenochtitlan, la gran capital imperial. Fue recibido por el emperador Moctezuma II quien, alertado por las noticias que le habían ido llegando durante la aproximación de Cortés, trató como huéspedes a los españoles, consciente de ese gran poder militar que les había permitido obtener victorias sorprendentes, además de estar desconcertado por la profecía que anunciaba la llegada desde el este del dios Quetzalcóatl, principal deidad azteca, con quien confundió a Cortés.

Cortés fue recibido en la capital azteca como huésped del emperador Moctezuma. En ese momento recibió la noticia de que el gobernador Diego Velázquez había enviado a Pánfilo de Narváez al mando de una expedición de 50.000 hombres parta deponerle y capturarle. Dejando en Tenochtitlán a su capitán Pedro de Alvarado al mando de los 120 hombres del destacamento, abandonó la ciudad para hacer frente a Narváez, a quien venció, consiguiendo de paso que muchos de los soldados de su enemigo pasaran a sus filas.

La Noche Triste

Durante la ausencia de Cortés la nobleza azteca solicitó permiso a Alvarado para celebrar una ceremonia religiosa tradicional, pero Alvarado, creyéndose en una encerrona, acometió violentamente contra los participantes, lo que ocasionó un furioso levantamiento de los aztecas, sitiando a los españoles en el palacio en el que se alojaban. Al regresar, Cortés ordenó a Moctezuma que calmase el ánimo de su pueblo, pero, durante su arenga, el emperador fue apedreado por sus propios súbditos, que acabaron con su vida. “…todos los indios de la ciudad venían de guerra – escribe Cortés en su Segunda Carta- y que tenían todas las puentes alzadas y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes, que ni las calles ni azoteas se parecían con la gente; la cual venía con los mayores alaridos y grita más espantable que en el mundo se puede pensar y eran tantas las piedras que nos echaban con hondas dentro de la fortaleza, que no parecía sino que el cielo las llovía y las flechas y tiraderas eran tantas, que todas las paredes y patios estaban llenos, que casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por la una parte un capitán salió con doscientos hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hirieron a él y a muchos de los otros; y por la parte que yo andaba, me hirieron a mí y a muchos de los españoles. Y nosotros matamos pocos de ellos, porque se nos acogían de la otra parte de las puentes y de las azoteas y terrados nos hacían daño con piedras, de las cuales azoteas ganamos algunas y quemamos. Pero eran tantas, tan fuertes, de tanta gente pobladas y tan bastecidas piedras y otros géneros de armas, que no bastábamos Para tomarlas todas, ni defender, que ellos no nos ofendiesen a su placer”.

Quedando en tan difícil situación Cortés ve como única solución una retirada táctica. Aprovechando que los aztecas acostumbraban a suspender la lucha tras la puesta de sol Cortés planea salir de la ciudad de noche y en sigilo, no sin antes repartirse el oro con el que se habían hecho hasta entonces. Tomaron camino de la calzada de Tacuba, por ser la más corta de las tres que unían la isla con tierra firme. Al principio lograron pasar inadvertidos, franqueando los diferentes canales gracias a los puentes portátiles de madera que habían construido para tal fin, pero la suerte quiso que una mujer los avistase a mitad de camino y diera la alarma. De repente se vieron rodeados de multitud de indígenas que trataban de cortarles el paso tanto a pie como desde las canoas. Bajo una lluvia de flechas y piedras los españoles a duras penas conseguían avanzar abriéndose camino con sus ballestas y arcabuces a costa de muchas bajas. Muchos tuvieron que dejas atrás el oro, sus cascos, espadas y demás pertenencias. Los presos eran inmediatamente llevados a los templos y sacrificados a los dioses. Cuenta la leyenda que Cortés lloró la pérdida de sus hombres, por lo que aquella fatídica jornada lleva el nombre de “la Noche Triste”.

Batalla de Otumba

El resultado de la batalla fue desastroso, pues Cortés perdió más de la mitad de sus hombres, miles de aliados, cuarenta y seis caballos, toda la artillería y una buena parte del tesoro de Moctezuma. El mismo Cortés perdió dos dedos de la mano izquierda. Tras salir de Tenochtitlan los mexicas los iban acosando dando gritos de guerra a lo lejos. Después de haber peleado varias escaramuzas en su trayectoria de escape hacia Tlaxcala, el sábado 7 de julio de 1520, un gran contingente de guerreros mexicas y tepanecas, así como otros aliados, les alcanzó en los llanos de Temalcatitlan, poco después de haber pasado Otumba. Aislados de posibles refuerzos y heridos, cabía la posibilidad de capitular, pero allí no sucedía como en Europa donde si uno se rendía perdía el honor pero salvaba la vida. Sabedores de que los mexicas siempre sacrificaban a sus prisioneros, los cerca de quinientos españoles sobrevivientes, varios mastines y sus aliados tlaxcaltecas, se decidieron a luchar a pesar de no disponer ya de artillería y haber perdido buena parte de sus caballos y arcabuces.

Los mexicas no sabían de la estrategia bélica ni de los planteamientos tácticos propios de los ejércitos europeos. La intención de los mexicas no era matar a los españoles sino capturarlos para luego sacrificarlos. Cuitlahuac vio que los españoles eran pocos, por lo que ordenó a sus hombres que los rodearan. Hernán Cortés pronto se percató de la intención de los aztecas y ordenó a la tropa española formar un círculo colocando a los piqueros en la parte exterior del mismo para ir repeliendo los ataques. La infantería española mantenía la posición cerrada, soportando las embestidas de los mexicas, utilizando sus picas, espadas y bien protegidos por sus corazas y rodelas. Por sus aliados tlaxcaltecas supo Cortés que matar al cihuacóatl (el jefe militar) y obtener su estandarte real decidía batallas entre los mesoamericanos, así que propuso realizar una carga de caballería para romper el cerco y llegar al cerro donde se encontraba el jefe militar de los mexicas.​ Tras romper el cerco, Diego de Ordás quedó al mando de los soldados de infantería y montados a caballo Cortés se hizo acompañar de Gonzalo Domínguez, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval y Juan de Salamanca para ejecutar la maniobra contra el cihuacóatl. Cortés lo derribó y Salamanca lo mató con su lanza y se apoderan del estandarte de guerra de los mexicas. Al no tener un mando que los dirija el ejército mexica rompe filas y comienza la retirada. De esta manera se consumó la victoria y los españoles y tlaxcaltecas pueden replegarse en dirección a Tlaxcala sin ser perseguidos más.

La victoria española se vio facilitada porque los aztecas siempre atacaban de frente sin estrategia alguna, agrupados en masas indisciplinadas de guerreros que formaban un frente amplio fácil de traspasar. Además su armamento no estaba diseñado para matar, sino para herir y capturar prisioneros para sacrificarlos. Y sus escudos eran de madera o de fibras trenzadas, que los hacían vulnerables a las armas de los españoles. Un factor destacado fueron los animales que acompañaron a los españoles: los caballos y los perros. Los aztecas los tenían por monstruos terribles ante los que no podían sino salir corriendo.

Conquista de Tenochtitlan

Hernán Cortés decide preparar a conciencia la conquista definitiva de Tenochtitlan: durante diez meses planea una estrategia en la que combinaría el ataque terrestre con el marítimo. Mandó construir trece bergantines en la orilla del lago Texcoco que rodeaba la capital, que lo convierte en su cuartel general. Desde allí dirigió a sus tropas en varios frentes con el objetivo de desgastar y aislar la capital antes del asalto definitivo. A su ofensiva contribuyó como aliado inesperado la viruela, enfermedad introducida en el continente por una de los hombres de Narváez, que diezmó ferozmente a los indígenas, indefensos ante esa nueva enfermedad. El propio Cuitlahuac, sucesor de Moctezuma, fue víctima de esta epidemia.

El 26 de mayo de 1521 Cortés da la orden de asalto. Primero destruye el acueducto que suministraba agua a la ciudad, lo que supuso un duro golpe al enemigo. Sin alimentos y agua potable y con la ciudad llena de cadáveres a causa de la viruela, la situación se volvía insostenible. Las naves se encargaban de los ataques provenientes de las canoas y embarcaciones aztecas, mientras los hombres de Cortés empiezan el asalto de la ciudad. Cuauhtemoc, el nuevo emperador, poco podía hacer ante el ímpetu y determinación de unas tropas mucho mejor dotadas y reforzadas con más de 80.000 tlaxcaltecas y con varios contingentes llegados desde Veracruz.

El asedio fue largo pues la resistencia era feroz: se combatía casa por casa y templo por templo, mientras la ciudad iba quedando arrasada. Finalmente tras casi dos meses de constantes combates, el 13 de agosto de 1521 cayó la capital y con ella el imperio, ya que cuando Cuauhtemoc trató de huir en canoa fue hecho prisionero y el resto de ciudades se rindieron a los españoles.

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