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"El universo taíno y Fray Ramón Pané", por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

'El universo taíno y Fray Ramón Pané', por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
jueves 13 de enero de 2022, 09:11h
'El universo taíno y Fray Ramón Pané', por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
'El universo taíno y Fray Ramón Pané', por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

El conocimiento actual que tenemos sobre los taínos y su cultura se lo debemos, en gran parte, a la crónica de fray Ramón Pané, la más reveladora y completa de las escritas sobre las primeras sociedades con las que entraron en contacto Colom y sus hombres. Al regreso de su primer viaje a América, Colom fue recibido por los Reyes Católicos en el monasterio de Sant Jeromi de la Murtra, donde conoció a fray Ramón Pané, que le acompañó en su segundo viaje. Vivió en La Española y al aprender la lengua de los tainos se acercó a su cultura. Por encargo del almirante Cristóbal Colom, investigó y escribió el primer libro escrito por los españoles en América: Relación acerca de las antigüedades de los indios, respetuoso y único sobre las costumbres y creencias mitológicas de los tainos.

'El universo taíno y Fray Ramón Pané', por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

El universo taíno, y la realidad cotidiana de aquella época, nos son hoy accesibles gracias a ese humilde jerónimo, de cuya calidad humana e intelectual, queremos dejar constancia.

Las sorprendentes técnicas y realizaciones artísticas de estos primeros moradores de las Antillas, su escultura, su arquitectura, su cerámica y sus pinturas dejaron una huella que ha suscitado arduos estudios científicos, arqueológicos y antropológicos. Estas expresiones de la cultura de los antiguos pobladores prehispánicos nos hablan de su pensamiento, su interacción con el medio y sus creencias religiosas.

Los tainos no desaparecieron del todo: el caso del célebre cacique Enriquillo

Es cierto que pereció el 90% de la población autóctona, pero ese dato brutal escondió el hecho de que un 10% pudo sobrevivir. La isla tenía zonas montañosas de difícil acceso y los españoles controlaban tan solo las villas y sus entornos. Cuando el doctor Montaño afirmó, en 1548, que solo quedaban 500 naturales, hay que pensar que se refería solo a los que tenían controlados. Hay datos que confirman que sobrevivieron más, pues en los ingenios de azúcar trabajaba un buen número de ellos, aunque la mayoría fueran esclavos negros comprados fuera de la isla. Es posible que los dueños de esos ingenios mintiesen a la baja porque pretendían solicitar más licencias de esclavos negros, alegando precisamente la falta de naturales.

Lo que es seguro es que algunos se debieron ausentar de sus territorios, escondiéndose en zonas escarpadas, como hizo el célebre cacique Enriquillo. Su nombre indígena era Guarocuya, mientras que su nombre español era Enrique Bejo. Nació a orillas del lago Jaragua (hoy lago Enriquillo) y era parte de la familia real de Jaragua, su tía Anacaona fue reina de Jaragua y su padre Magiocatex fue príncipe heredero, que murió en el año 1504. Como ya se ha explicado las buenas relaciones entre Cristóbal Colón y los taínos nativos de La Española no duraron mucho, y muy pronto una parte de los indígenas se enfrentaron a la llegada cada vez mayor de españoles a sus tierras. En la primera mitad del siglo XVI ocurrieron varias revueltas y en una de ellas el padre de Enriquillo murió. El huérfano fue criado en un monasterio de Santo Domingo y después fue encomendado a don Francisco de Valenzuela. Enriquillo tuvo un buen trato por parte de su encomendero, un trato de noble a otro noble, aunque éste fuera nativo. Enriquillo poseía un corcel y sabía leer y escribir el castellano. Era conocedor de sus fueros o derechos como súbdito de la corona y aún era reconocido como cacique o nitaíno por los otros indígenas. Por ello, servía de capataz para el encomendero. Sin embargo, cuando falleció el viejo encomendero, su hijo, Andrés, consideró a Enriquillo como una mera posesión. Intentó amedrentarlo burlándose de él, maltrató a su esposa Doña Mencía, y le desposeyó de su corcel, que era el reconocimiento de su nobleza taína. Al tratar de recurrir a los tribunales locales y no recibir justicia, fue azotado frente a todos los otros taínos para dejar claro quién era el amo y quién era el esclavo. Recurrió a otro tribunal de más alto nivel, pero sus solicitudes fueron denegadas y hasta se le amenazó de muerte. Entonces Enriquillo se quitó la camisa, que representaba su vida en el mundo de los españoles y llevándose a su esposa Mencía y a otros, huyó a la sierra. Comenzó su alzamiento con un gran grupo de taínos en la sierra de Bahoruco y pudieron continuar con la rebelión gracias a su conocimiento de la región. Derrotó a todas las expediciones enviadas a subyugarlos.

Más tarde, en 1555, una expedición española descubrió en el interior de la isla cuatro poblados “llenos de indios” que nadie conocía. Es seguro que entre ellos habría de todo, es decir: indios procedentes de las deportaciones de las Antillas Menores; indios de Yucatán apresados por los conquistadores españoles y canjeados por ganado equino, tasajo de res y cazabe; mulatos, zambos y mestizos. Pero no se puede descartar que alguno de ellos descendiese directamente de los primitivos taínos de la isla.

Quince años después, exactamente en 1570, se pudo comprobar que había al menos dos poblados indígenas, aunque bien es cierto que apenas llegaban a 50 efectivos en cada uno de ellos. En 1578, nuevamente otra información desveló que seguía habiendo bastante amerindios en la isla. La mayoría eran oriundos de otras islas caribeñas, fruto de las armadas de rescate contra los Caribes, que se seguían practicando pese a que en teoría eran súbditos de la Corona de Castilla. Y tantos de ellos llegaron a haber en Santo Domingo, que el presidente de la Real Audiencia, el doctor Gregorio González de Cuenca, se planteó en 1578 erigirles un pueblo a seis leguas ‒unos 33 kilómetros‒ de la ciudad de Santo Domingo. El plan consistió en poblarlo con 200 de esos naturales, culturalizarlos por doce indios de los antiguos y evangelizarlos por un fraile. Se trataba de nuevo de una reducción, para facilitar su conversión y de paso protegerlos de los hispanos. Parece que la propuesta no llegó a ponerse en práctica pero el texto es indicativo de la presencia, en fechas muy avanzadas del siglo XVI, de varios cientos de ellos. También se citaron en ese mismo documento a unos indios llamados “de los antiguos”, que quizás tampoco eran tainos originarios de la isla, sino descendientes de otros amerindios foráneos, llegados varias décadas antes. Pero al margen de su presencia física, hay que tener en cuenta que su genética quedó incrustada entre la población mestiza, pues muchos españoles procrearon con las indígenas. Se perpetuó su genética a través del mestizo, y desde estos al actual hombre dominicano.

La herencia cultural

También se debe considerar la herencia cultural que legaron. A la par que se produjo una castellanización paulatina de los amerindios también se produjo el efecto contrario, es decir, la “indianización” del español. Se encuentran infinidad de elementos y rasgos de la cultura material y espiritual amerindia en la cultura de los conquistadores. Para empezar, habría que destacar el enorme aporte de vocablos indígenas que aparecieron en la lengua de los conquistadores, así como la conservación de los nombres propios para designar accidentes geográficos, ríos, etc. La lengua española se enriqueció con muchos vocablos tainos: bohío, cacique, canoa, caoba, ceiba (árbol de los países tropicales que mide de 15 a 30 metros de altura), iguana, hamaca, ají (pimientos), tiburón, mangle (arbusto de tres a cuatro metros de altura, propio de los países tropicales) maní (cacahuete), manigua (conjunto espeso de hierbas y arbustos tropicales), mico: (mono de cola larga) boniato (raíces tuberculosas de fécula azucarada), papaya ( fruto del papayo, de forma oblonga, hueco y que encierra las semillas en su concavidad; la parte mollar, es amarilla y dulce, y de ella se hace, cuando está verde, una confitura muy estimada) piragua, pita (planta con hojas de las que se saca buena hilaza), sabana (llanura, en especial si es muy dilatada, sin vegetación arbórea.) tuna (planta también llamada Higuera de Nopal o Higuera de Indias y cuyo fruto, del mismo nombre, es verde amarillento, elipsoidal, espinoso y de pulpa comestible)

También tardaron muy poco en aceptar su gastronomía, evidentemente debido a una cuestión práctica de mera supervivencia. Cuando llegaron los europeos se empeñaron infructuosamente en cultivar la trilogía mediterránea, con la intención de mantener su alimentación tradicional. Dado su fracaso, los españoles debieron transformar aceleradamente su dieta. Consumían productos de la tierra, sobre todo tortas de cazabe, maíz, ajes y, cuando podían, tomates, calabazas, pimientos y frutas tropicales. La dieta se completaba con carne de ternera o de cerdo que abundaba en las Indias. Y ello porque, pocos años después de la llegada de los hispanos, el ganado se escapaba y se crio salvaje, el cimarrón, y se reproducía sin control, tanto que la carne no adquiría precio y, en la mayor parte de los casos, se sacrificaban decenas de miles de cabezas de ganado vacuno sólo para extraerle el cuero con destino a la exportación. En cuanto al aceite de oliva, se vieron obligados a sustituirlo por la grasa animal ‒sebo‒ que, incluso, comercializaban en pipas. En un plazo verdaderamente pequeño, la gastronomía tradicional indígena, además de la carne de los animales traídos por los europeos, se convirtieron en la base del sustento de los hispanos. A falta de los alimentos propios de la dieta mediterránea, las huestes se dedicaron a robar la comida a los indígenas para llenar sus voraces estómagos.

También la canoa se convirtió en un medio no solo de transporte sino también de uso cotidiano en la defensa naval, pues eran más eficaces en aquellas aguas que los propios navíos europeos. Estas pequeñas embarcaciones fueron frecuentemente utilizadas por los castellanos tanto como medio de transporte como para acciones bélicas. Asimismo, las típicas hamacas indígenas fueron plenamente asimiladas por los conquistadores prolongándose su uso hasta nuestros días. Además de ser más prácticas para un clima caluroso como era el antillano, su aceptación estuvo directamente influida por su menor costo con respecto a las camas. Y la aceptación fue tal, que en la armada de Pedrarias, aprestada en 1513, se embarcaron hamacas fabricadas ya en España. Bien aceptado fue también el bohío o casa pajiza indígena

Pese a su desaparición como civilización, la genética taína permanece integrada en el hombre dominicano, que es el resultado de tres aportes: el amerindio, el africano y el europeo. Hubo muchísimos mestizos, mulatos, pero también zambos, hijos de negro e indio que en Santo Domingo se llamaban alcatraces.

La cultura dominicana es una simbiosis de aportes amerindios y europeos con otros africanos, lo que se manifiesta en la música, la danza, la religión, los hábitos alimenticios, los nombres topográficos, la cultura, etcétera.

Fray Ramón Pané

Era un ermitaño de la orden de San Jerónimo, vinculado al grupo de ermitaños autónomos, de vida independiente y sin tener que obedecer a ningún abad. Tenía libertad de movimiento. Por el testimonio de Bartolomé de Las Casas sabemos que Ramón Pané era lego, “de mucho celo y poca instrucción”, un “hombre simple y de buena intención”, un hombre sencillo que no hablaba bien el castellano “como fuera catalán de nación”. Al no ser sacerdote no podía consagrar.

En el segundo viaje de Colom, como sabemos, al frente de un grupo de sacerdotes que llevaban la misión de evangelizar las nuevas tierras iba el ermitaño de Monserrat fray Bernal Boil, con grandes poderes pontificios. Ramón Pané, al ir por libre, no regresó a España con Bernat Boil cuando éste se enemistó con el Almirante. Al contrario, se entregó de lleno a la misión evangelizadora ganándose la confianza de Cristóbal Colom y cumpliendo su cometido de manera ejemplar.

La labor de los misioneros en La Española no fue nada fácil. A los indígenas no les debía de resultar ni comprensible ni atractivo el mensaje evangélico y, al parecer, a la mayoría de los españoles que se embarcaron en el segundo viaje de Colom tampoco debían estar muy interesados por el cultivo de la vida espiritual. Por ese motivo Colom, que era un hombre profundamente religioso, en 1494 solicitó a los reyes el envío de más sacerdotes para ayudar a los que estaban allí y, de paso, para evangelizar a los indígenas. Dos legos franciscanos, Leudelle y Tisin acompañan a Fray Ramón. Pero la marcha a España del primer vicario apostólico de las Indias mosén Bernat Boil, junto con Pere Margarit y de tres clérigos de órdenes menores dejan solo en La Española a Pané con los dos clérigos franciscanos.

Ramón Pané fue el primer europeo que aprendió una lengua amerindia, el taíno; y nos ha legado el primer y más auténtico informe sobre la religión y el folclore de los extintos taínos. Fue el primer maestro de los indios, el primer catequista conocido, el primer misionero y el primer antropólogo y etnógrafo de América, así como el iniciador de la alfabetización del Nuevo Mundo

Fray Ramón Pané se encontraba con el problema del idioma. Por ello, solicitó al Almirante que permitiera que le acompañaran unos nativos locales como lenguas (traductores). Colom le autorizó a llevar a quien quisiera. Y le otorgó la compañía del mejor de los indígenas y que estaba más instruido en la sagrada fe católica, se llamaba Guatícaba. Fray Ramón lo bautiza y le impuso el nombre de Juan Mateo. El bautismo se celebró el día del evangelista san Mateo (21 de septiembre) de 1496, poco después de que se marchase Colom.

Pané estuvo un par de años en La Vega Real, el valle agrícola más rico de la isla, donde aprendió la lengua taina y se dedicó a difundir la fe católica entre 1496 y 1498. Fueron acogidos por Guarionex, “señor de la gran La Vega”. La vivienda de los misioneros en Guaricano fue, probablemente, un bohío o una pequeña capilla o “adoratorio” construido al estilo de los indígenas, con suelo de tierra, paredes de “palos gruesos” y cañas y techo “de paxa”. El sencillo ajuar de las viviendas taínas —hamacas, dúhos, tures, jigüeras, jabas— fue lo que usaron Pané y sus ayudantes en su estancia en Guaricano. Aquellos improvisados evangelizadores no disponían ni de una escudilla donde servirse la yuca cocida.

Al salir del territorio de Guarionex, Pané dejó en la iglesia una serie de imágenes bajo la supervisión de seis indígenas que continuaban profesando la fe cristiana. Dos días después de dejar Guarícano, Guarionex ordenó a seis de sus hombres confiscar y destruir los iconos cristianos que Pané había dejado en su capilla provisional. La capilla, al igual que el conuco o huerto, estaba vigilada por Juan Mateo y sus familiares —los mismos catecúmenos que habían llegado el año anterior desde Macorix con Pané—. Cuenta el relato que seis de los hombres de Guarionex tomaron las imágenes y orinaron sobre ellas diciendo “Ahora vuestros frutos serán buenos y abundantes”. Asesinaron a cuatro de los catecúmenos macorixes, incluyendo a Juan Mateo que intentaban proteger las imágenes cristianas, y también quemaron la capilla. Este es el primer caso registrado en el Nuevo Mundo de una “guerra” iconoclasta llevada a cabo por los nativos en contra de los iconos católicos. Alertado por uno de los catecúmenos que logró escapar, el Adelantado (Bartolomé Colom) mandó atrapar a los culpables que fueron quemados en público.

En 1499, los dos legos franciscanos, Leudelle y Tisin, regresaron a Castilla para reclutar a más hermanos de su orden. La última referencia cronológica que se tiene de fray Ramón Pané es del año 1502, pues en abril llegó Bartolomé de Las Casas a La Española y cuenta que lo conoció. A partir de ahí no se sabe qué fue de él. Se desconoce si regresó del Nuevo Mundo o se quedó y murió entre sus indios.

Ramón Pané es el primer etnógrafo del Nuevo Mundo

Fray Ramón Pané, como hombre que sabe la lengua de los nativos, estudia por mandato del Almirante sus costumbres y creencias.

Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandado del ilustre señor Almirante y virrey y gobernador de las Islas y de la Tierra Firme de las Indias, escribo lo que he podido saber y entender de las creencias e idolatrías de los indios, y de cómo veneran a sus dioses. De lo cual ahora trataré en la presente relación. Cada uno, al adorar los ídolos que tienen en casa, llamados por ellos cemíes, observa un particular modo y superstición. Creen que está en el cielo y es inmortal, y que nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio, y a éste llaman Yúcahu Bagua Maórocoti, y a su madre llaman Atabey, Yermao, Guacar, Apito y Zuimaco, que son cinco nombres. Éstos de los que escribo son de la isla Española; porque de las otras islas no sé cosa alguna por no haberlas visto nunca. Saben asimismo de qué parte vinieron, y de dónde tuvieron origen el sol y la luna, y cómo se hizo el mar y adónde van los muertos. Y creen que los muertos se les aparecen por los caminos cuando alguno va solo; porque, cuando van muchos juntos, no se les aparecen. Todo esto les han hecho creer sus antepasados; porque ellos no saben leer, ni contar sino hasta diez”.

Hacia 1498 terminó de escribir y entregó al almirante el original de su manuscrito, que tituló Relación acerca de las antigüedades de los indios. Esta relación fue el resultado de lo que iba viendo y sabiendo de las costumbres, ritos y creencias de los taínos, en una especie de observación participante. La obra de Pané consta de veintiséis capítulos, donde están registrados los nombres, atributos y funciones de la cultura taína, sobre el papel del behíque o chamán como intermediario entre los dioses y los hombres, las ceremonias de carácter mágico-religioso, los orígenes del Sol, la Luna, las aguas, los peces, el hombre, la mujer, la yuca, su alimento fundamental, los comportamientos y relaciones sociales, etc. Se conocen las biografías y las leyendas de doce cemíes gracias a fray Ramón Pané

Pané y Juan Mateo observaron con detenimiento todo lo que se refería a las creencias y prácticas religiosas de los indígenas de La Española, así como sus actitudes ante el cristianismo. Pané dedicó especial atención a los cemíes o ídolos domésticos del Caribe. Al venerarlos no se guiaban por ningún culto organizado. También Colom habla de esos ídolos domésticos en una carta que escribe en 1496: “Idolatría u otra secta no he podido averiguar en ellos, aunque todos sus reyes, que son muchos, tanto en La Española como en las demás islas, y en tierra firme, tienen una casa para cada uno, separada del pueblo, en la que no hay más que algunas imágenes de madera hechas en relieve, a las que llaman cemíes. En aquella casa no se trabaja para más efecto que para el servicio de los cemíes, con cierta ceremonia y oración que ellos hacen allí, como nosotros en las iglesias”

Fray Ramón observó las funciones y los atributos de los indios taínos, y de lo que los aborígenes creían que pasaba a las almas después de la muerte. Describió las ceremonias de los “behiques” y las curaciones que llevaban a cabo. Recogió los mitos que explicaban el origen del sol y de la luna, la creación del mar y de los peces, la aparición del hombre en las islas y de cómo se había domesticado y aprovechado la yuca. Incluso refiere la triste profecía realizada por un antiguo cacique, que indicaba que llegaría gente vestida que arrasaría sus tierras y mataría a sus desgraciados descendientes.

No todo le fue muy sencillo. En determinado momento, mientras escribía el mito sobre el origen de las mujeres, declaró: “Como escribía apresuradamente y no tenía suficiente papel, no podía escribir allí lo que había anotado en otros lugares por error”. Un problema muy conocido por todos los etnólogos que en algún momento se las tienen que arreglar con cuadernos, hojas sueltas de papel y el hecho de no tener cerca tiendas para comprar tinta o papel. Curiosamente, los historiadores caribeños han prestado muy poca atención al problema de la escasa disponibilidad del papel en La Española, y su impacto en lo que, al fin y al cabo, podría ser escrito o no. La tinta no pareció presentar tal problema ya que la savia del jagua (Genipa Americana) pudo servir de práctico substituto; pero el papel, al igual que todos los productos procedentes de Castilla, debió de ser un lujo muy escaso y exclusivo. Finalmente encontramos la cuestión de quiénes fueron los informantes de Pané. En cuestiones religiosas es importante saber si la información proviene de un teólogo (un behique o chamán), de la gente del pueblo como los naborías o plebeyos, o de los nitaínos políticamente concienciados o caciques. Afortunadamente, Pané también ofrece información a este respecto. Tratando de justificar su informe en lo relativo a los rituales curativos chamanísticos subrayaba: “De hecho, lo he visto con mis propios ojos, a pesar de que en otros temas solo he dicho lo que mucha gente me ha contado, particularmente los líderes, con los que tengo más contacto que con los demás; ellos creen en estas fábulas [mitos, milagros, magia] con mucha mayor certeza”.

El texto original de la relación del ermitaño fray Ramón Pané se ha perdido. Se conoce gracias a que fue incorporada a la historia del almirante escrita por Hernando Colón, formando parte del capítulo LXII. Es una fuente documental directa sobre los indígenas de las Antillas y de ella se beneficiaron los cronistas posteriores, como Pedro Mártir de Anglería, que la conoció gracias a su amistad con Cristóbal Colom y la incluyó en una epístola dirigida al cardenal Ludovico de Aragón, formando parte posteriormente de la Primera Década del Nuevo Mundo. Igualmente fue incluida por Las Casas en su historia de las Indias

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