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TERESA VALLE, LA MONJA QUE ENGAÑÓ AL REY, por José Biedma López

Diego Velazquez. Felipe IV, detalle
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Diego Velazquez. Felipe IV, detalle
TERESA VALLE, LA MONJA QUE ENGAÑÓ AL REY, por José Biedma López

Le doy repaso a La Lámpara maravillosa de don Ramón del Valle-Inclán, por si de ella saliera esta vez su genio, pues no sólo contiene la poética del genial escritor gallego, sino también su ética y una metafísica gnóstica, emparentada lo mismo con el humanismo cristiano que con la mística de los magos persas y los yoguis del Indostán. Aroma a cáñamo indio, fumado en pipa. Son sus ejercicios espirituales, así que el artista musita humilde y sotto voce la confesión de sus pecados de juventud: “Caí en la tentación de practicar las ciencias esotéricas para llegar a desencarnar el alma y llevar el don de la aseidad a su mirada. Y esta quimera ha sido el asidero de mi estética, aun cuando no hallé en las artes mágicas el filtro con que hacerme invisible y volar en los aires, como aquella sor María del Valle y de la Cerda…”.

Alegoría de la vanidad. Supuesto retrato de La Calderona, actriz que enamoró al rey, monja y bandolera.
Alegoría de la vanidad. Supuesto retrato de La Calderona, actriz que enamoró al rey, monja y bandolera.

El concepto de “aseidad” es de veta escolástica: la cualidad de existir por sí mismo, esse per se. Para los escolásticos, sólo Dios posee esa cualidad de no depender de nada ni de nadie. Pero lo que a mí me intrigó de las palabras de Valle fue la alusión a esa monja invisible y volandera. Y es que creo que Ramón María del Valle-Inclán cita de memoria y equivoca el nombre. Pienso que refiere a Teresa Valle de la Cerda (también escrito Zerda). Así que, buscando a la monja, salto al oscuro reinado de Felipe IV, proclamado rey en 1621 con dieciséis años y casado con su prima: Isabel de Borbón. Corría por entonces la “mala vida” de desesperación y vehemente religiosidad. Cobraba auge la beatería supersticiosa, el miedo al Demonio y el tráfico de hechizos, pócimas y conjuros (el de influencias no ha cesado).

A Felipe IV, rey Planeta aunque nunca salió de España y reconocido “adicto al sexo”, se le cuentan cuarenta y tres hijos, trece legítimos y treinta bastardos. Lo mismo levantaba faldas seglares que conventuales. Es leyenda tenida por cierta que siendo Teresa Valle priora del convento madrileño de San Patricio, Gerónimo de Villanueva, vecino y patrono (tal vez antiguo novio y primo segundo de Teresa), supo de una novicia de extraordinaria belleza llamada Margarita y que, para congraciarse con el rey, hizo de alcahuete para ponérsela a tiro y en lecho de celda. Dijeron a Margarita que el rey iría a verla una noche y ella entro en choque (como se dice ahora en inglés) y, aterrorizada la tierna doncella, se lo participó a sor Teresa, su priora. Nadie se resistía a la voluntad del todopoderoso rey. Derecho de pernada. Así que cuando este acudió a la celda de la novicia, la encontró tendida en un féretro, aparentemente muerta y cubierta de flores. El soberano salió de allí frustrado, asustado, burlado y por piernas. Dicen que en desagravio a su delito en grado de intentona regaló al convento el Cristo de Velázquez que ahora está en el Prado y un reloj que tocaba a muerto.

Muchos creen que el rey Felipe IV sostenía ese desenfreno mujeriego gracias a los potentes afrodisíacos que le adobaba su cocinero mayor Juan Mesones, como el “cubial” (caviar) que el sevillano Pedro Tafur cató en la ribera del Caspio, la enjundia olorosa del gato de Algalia o las puntas tiernas de asta de venado espolvoreadas en potajes. No de otro modo se explica que estuviese toujour pret para sumergir la pica en blando. Aquella fue también una velazqueña corte de portentos y milagros.

La misma Teresa Valle de la Cerda que engañó al rey ejerció de adivina famosa y consejera aúlica. España perdió en 1632 la ciudad holandesa de Maastricht, reconquistada por Federico de Orange sin que las tropas españolas opusieran resistencia, que habrían podido. Se acusó al Conde-duque de Olivares, Privado de su majestad Felipe IV y por lo tanto el hombre más poderoso de las Españas, de haber dejado la decisión de abandonar Maastricht en manos de aquella médium que había profetizado que la plaza española no corría peligro, cosa que sor Teresa sabía por “revelación divina”. Años después, la religiosa milagrera fue procesada y condenada por brujería junto a la mayoría de sus religiosas.

A Felipe IV, sus aduladores le llamaban también el Grande, a lo que el mordaz Quevedo apostillaba: que era “grande” al estilo de los agujeros, que cuanta más tierra les quitas más grandes son, aludiendo con ello a su pérdida de territorios europeos. Un erudito del XVIII afirma que Felipe IV era dado a la galantería, los placeres y las musas, que por eso se preciaba de poeta y se empleó también en hacer comedias y representarlas. Compuso una titulada El conde de Essex, muy aplaudida por el adulador público cortesano. Parece ser que protegió a Juan Rana, comerciante con fama de “marión” (así se señalaba y estigmatizaba por entonces a los del “pecado nefando”) y que por eso el Rana se salvó de la quema, por pelos, valga la impropiedad.

El Valido del rey Olivares vivía rodeado de extraños personajes, como Jerónimo de Liébana con fama de hechicero, una tal Leonorilla, sanadora, que también ayudaba al médico de la reina, Andrés de León, un oscuro fraile mercedario condenado por el Santo Oficio. El confesor de Isabel de Borbón, Simón Rojas, estaba especializado en el exorcismo de espíritus malignos. Temeroso de perder el favor del rey, Olivares también consultaba a una bruja de San Martín de Valdeiglesias, famosa por su industria artesanal de brebajes, y trató con Miguel Cervellón, que presumía de negociar y conseguir los mejores pactos con el Diablo.

Todos estos asesores, financiados por el Estado, no le sirvieron de nada a Olivares. Hoy también se multiplican y no parecen mejorar mucho los servicios públicos, y es que unos oran y otros laboran. El privado cayó en desgracia. Entonces conoció Felipe IV a una monja soriana, sor María Jesús de Ágreda, la Dama de azul, que predijo su victoria en Lérida (1644), la reconquista de Barcelona, etc…, todo eso sin salir de las cuatro paredes de su convento. Se ganó con ello la confianza real en asuntos sobrenaturales, que sabido es que no por estar más allá de la naturaleza dejan de afectar a la historia y condición humana. El rey y la monja se intercambiaron nada más y nada menos que 618 cartas en veintidós años de correspondencia. La monja aseguró recibir mensajes de la reina fallecida, ¡desde el mismísimo purgatorio! Mensajes que sin duda afectaron a las decisiones del monarca.

Todas estas noticias debieran tenerse en cuenta cuando se menosprecia el papel de las mujeres en la historia. Cherchez la femme! -piden con motivo los historiadores franceses-, ¡que busquemos el protagonismo de la dama!, a la señora, a la sabia, a la curandera, a la meretriz, a la amiga, a la monja, a la bruja, a la madre, a la consejera…, que en la sombra, sí, casi invisible, juzga, toma decisiones o las sugiere por inspiración divina.

No extraña que el hijo de Felipe IV naciese y fuese llamado “El Hechizado”. Por cierto, y para dejar a la sagaz lectora buen sabor de boca, se sabe (Madripedia) que años más tarde de ser procesada, sor Teresa Valle y sus hermanas de fe fueron exculpadas por defectos de forma en su proceso inquisitorial (“hasta catorce agravios”). Debía tener la monja, doña Benedicta Theressa, entre 35 y cuarenta años. Después, su nombre se pierde en las brumas de la clausura y de la historia.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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