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AL REVÉS. HUYSMANS E INTERNET, por José Biedma López

'Reflexión' de Odilón Redón
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"Reflexión" de Odilón Redón
 AL REVÉS. HUYSMANS E INTERNET, por José Biedma López

La cacharrería de consumo en que se está deshaciendo poco a poco el prodigioso impulso mecánico que infló la guerra, las tres grandes guerras, facilita el escape. La técnica se ha impuesto sobre el arte, pero cumple más o menos parecida función mental: el artificio nos sigue ofreciendo un paliativo del hastío. Es el mismo plan de evasión a paraísos perdidos que concibieron muchos artistas en el final del siglo anterior, incapaces de sufrir por más tiempo la chabacanería de la época, el pesado fardo de la conciencia vulgar, la objetivación material de todo lo real en un mundo sin magia. Parecida fuga hacia espacios virtuales y tiempos imaginarios, favorecida por la absenta y el opio, o por sus derivados farmacéuticos, los psicodélicos, o por el ciberespacio con sus videojuegos y comecocos.

 'Araña sonriente' de Odilón Redón (1840-1916)
"Araña sonriente" de Odilón Redón (1840-1916)

J.‑K. Huysmans perfiló a la perfección ese movimiento en su depravada y exquisita novela de 1884. En Al revés, Jean des Esseintes, el refinado, sifilítico y aristocrático libertino, impotente ya para disiparse entre vicios capitales reales, decide intelectualizar la voluptuosidad y refugiarse en excéntri­cas utopías y eternidades estéticas: en el hieratismo místico y sádico de Gustave Moreau, en las visiones simbolistas de Odilon Redon, en el reino sutil de las fragancias paganas, de las flores exóticas, flores del mal bodelerianas, y en la litera­tura religiosa de la Decadencia, como un gusano lúcido recogido en su crisálida y con la mirada vuelta hacia el sinuoso vuelo de la mariposa del alma, esa flor efímera que enraíza en las entretelas del corazón y que, según la neurología materialista, ni siquiera existe.

Con una conexión wifi a la Magna Malla Mundial (WWW) y una tableta o un celular a mano, aislarse y explorar los confines del cielo y del infierno le hubiera salido a Des Essein­tes menos costoso y bastante más cómodo. El mundo al revés se ofrece en la pura virtualidad etérea de las sombras, en el cósmico espejo infográfico. La Metafísica invisible de la Tecnología ha sustituido en el último "fin du siècle" a la gran Metafísica del Arte, a la cosmovisión romántica del idealismo de finales del XIX, como un vasto conjuro contra el "spleen", el hastío y el aburrimiento, que es falta de amor y atrofia de los deseos por consumación inmediata; una metafísica que va impregnándolo todo como una inmensa telaraña que cubre el mundo de hilos pegajosos y asépticos: autovías, caminos, veredas, links y otras trampas invisibles.

La misma estructura de nuestra conciencia resulta remodelada para consonar con la de los nuevos medios de telecomunicación, con la hipnosis masiva y el entretenimiento estereotipado, porque siempre acabamos convirtiéndonos un poco en lo que hemos creado. Acabamos soñando en manada parecidos sueños.

Los cambios en la tecnología de la comunicación producen tres tipos de efectos: modifican la estructura de los intereses (las cosas en las que se piensa), el carácter de los símbolos (las cosas con las que se piensa), y la naturaleza de la comuni­dad (la zona en que se desarrollan los pensamientos: grupos, plataformas, redes). La máquina es algo más que las ideas con que fue construida, las máquinas ganan guerras y, una vez en funcionamiento, descubrimos con sorpresa u horror que portan ideas propias, capaces de modificar nuestros hábitos y cambiar nuestra manera de ser. ¿Fue el capitalismo el que produjo el reloj o fue la máquina cronométrica la que aceleró y alimentó esa nueva economía que transforma el tiempo en oro y la duración en crédito bancario?

Abandonad toda esperanza; no hay retorno. Hace mucho tiempo que la Naturaleza, madrastra, dejó de ser nuestro nicho “natural”, de la selva saltamos a dos patas a la estepa donde tampoco fuimos bien recibidos y tuvimos que convertirnos en domadores del fuego, o sea en homo technikós. Somos un animal inadaptado al flujo temporal de los ríos y al devenir de las estaciones, por eso hemos construido nuestro propio medio, nuestro paraíso y nuestro infierno como una dermis técnica añadida a la atmósfera. Nuestras enfermedades epocales no son ya sólo ataques o estrategias defensivas del ecosistema, sino dentelladas del hábitat tecnológico en que bullimos incómodos. Son naufragios.

Hace tiempo, Ernesto Sábato escribía en Hombres y engrana­jes: "No es nada difícil que enfermedades modernas como el cáncer sean esencialmente debidas al desequilibrio que la técnica y la sociedad moderna han producido entre el hombre y su medio". Tampoco hay que entonar salmodias apocalípticas por ello; vivimos en general más y mejor y siempre hemos existido a pique de desaparecer, al borde mismo de la nada, al límite de la naturaleza y al margen de la Providencia y el Azar, no menos misteriosa la una que el otro. La enfermedad misma nos sirve de poderoso acicate, porque es el dolor fuente o raíz de la conciencia; la concien­cia, lucidez del dolor; mientras que la seguridad y el placer embotan los sentidos...

Sabemos bien que los nuevos medios admiten usos constructivos y útiles, distintos de este al que aquí se apunta con dardo crítico, sabemos que los medios masivos de comunicación pueden proveer deliciosas y legítimas satisfacciones. Pero también van a multiplicar de forma inaudita, e inédita hasta ayer mismo, la cantidad de nuevos fastidios producidos por el poder despiadado de las pequeñas contrariedades, que son incluso más desastrosas para los caracteres bien templados que los grandes desafíos.

Escribir en un ordenador es como hacer signos matemáticos en la arena o escribir en el aire. A través de las infovías telefónicas y telemáticas puedes conectar en la luz con todos, pero, para todos, tu entidad no es superior a la de una mota de polvo en un rayo de sol, ni siquiera tienes ya cuerpo, únicamente nombre de usuario y clave. ¡Ojo con tocar la tecla que no debes, o se te puede ir al diablo todo el trabajo y hasta tu identidad cibernética! El Maligno tiene por supuesto acceso a todos los circuitos, directorios y archivos, como Dios.

Es curioso que una red nacida para la telecomunicación de secretos oficiales y oficiosos acabe convertida también en pista de circo y salón de bellezas alquiladas, pero ese parece haber sido, sin solución, el porvenir de los códigos elitistas: extrin­fugarse y adocenarse. En las nuevas redes (“xarxas” que dicen los valencianos) se reproducen y multi­plican todos los géneros de pescados y todas las especies de basura, sin riesgos, sin carne, sin espinas, inodoros e insípidos, puros como imágenes cristalinas, irreales como espíritus luminosos o reflejos sombríos.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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