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GEMIDOS DE MUERTE A LO LARGO DE UN LITORAL MALTRATADO, por Sonia María Saavedra de Santiago

GEMIDOS DE MUERTE A LO LARGO DE UN LITORAL MALTRATADO, por Sonia María Saavedra de Santiago
martes 17 de agosto de 2021, 12:42h
GEMIDOS DE MUERTE A LO LARGO DE UN LITORAL MALTRATADO, por Sonia María Saavedra de Santiago

Esta mañana hacía calor. Sobre las 10 he bajado a la playa. Un vecino me ha dicho en un inglés demasiado rápido para mis entendederas que en la orilla había muchos peces muertos. ¡Qué raro! -Me he dicho-. Algo no he entendido bien porque juraría que ha dicho small dead fish. Y no, no había entendido mal.

GEMIDOS DE MUERTE A LO LARGO DE UN LITORAL MALTRATADO, por Sonia María Saavedra de Santiago

A estas alturas del día estoy indignada, triste, abatida; me siento impotente y con complejo de San Juan Bautista por ser una especie de voz que clama en el desierto del egoísmo, la vanidad y el desprecio. Porque sí, porque no soy técnica de nada que tenga que ver con el mundo agrícola, pero tengo la certeza de que esos campos que otrora fueron lomas escalonadas aptas para el cultivo de secano hoy son extensiones de regadío que envenenan un paraíso creado para regocijo de niños, ancianos y adultos que anhelaban unas vacaciones serenas y un remedio de sal para el dolor, un dolor con el que convivo desde niña y para el que las aguas saladas y cálidas del Mar Menor siempre me sirvieron de alivio.

Sí, hoy me siento afligida porque he visto con mis propios ojos miles de alevines que agonizaban en la orilla de nuestra pequeña laguna salada; hoy he sentido la punzada dolorosa del olor a podredumbre, y no era sólo a la altura de un Club Náutico cuyo entorno agoniza, sino a lo largo de todo el margen de una orilla vestida de muerte: miles y miles de doradas, agujas y un sinfín de especies desconocidas para mí, que parecen no tener nombre para nadie.

Pero no sólo a la política agraria y de costas debemos semejante dislate. A lo largo de los últimos 40 años, he visto cómo la línea del horizonte que separaba este mar del “Mar Mayor” se convertía en una línea de hormigón tridimensional cuya única belleza resaltaba durante la noche, cuando miles de luces recortaban un pequeño mar de ensueño.

No me gusta maldecir; ni me gusta ni quiero hacerlo, pero maldita la hora en que cabezas llenas de serrín no pusieron coto a una urbanización desmedida, maldito el momento en que palas con dientes de metal hundieron sus fauces en un terreno sagrado. Maldigo cada minuto en que la toma de decisiones se ha dejado arrastrar por la codicia y los intereses de unos pocos. Teníamos un paraíso que podía ser la oportunidad de muchos y hoy, gracias a unos ineptos codiciosos, sea cual fuere su tendencia política o sean cuales sean o hayan sido sus competencias, el Mar Menor vuelve a gemir entre un reguero de muerte que a pocos con capacidad de decisión parece importar.

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