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MENSAJES EN UNA BOTELLA, por José Biedma López

Moscardón califórido sobre lantana
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Moscardón califórido sobre lantana
MENSAJES EN UNA BOTELLA, por José Biedma López

Andrés Ortiz Tafur nació en Linares en 1972 y se presenta a sí mismo como músico y “cuentista” en el buen sentido de la palabra. Define su poesía como áspera; áspero es sin duda el paisaje del Santo Reino en el que habita, por donde cortejó serranillas don Íñigo López de Mendoza. Andrés Neuman presenta los versos de Andrés como catarsis y confesión sin anestesia.

Cara de mosca
Cara de mosca

En el zafarrancho de los días, Andrés expresa con valentía su miedo a perder la figura amada: “qué necesidad tenía de venir, / con lo bien que vivía yo / presumiéndola allí, / a lo lejos, / en ese fundido en negro, / como suerte de futuro / que, cuando menos, / me quitaba este maldito miedo a perderla / que ahora tengo”. ¿Serán tantos los que prefieren amar imaginando a la amada ausente por temor a la provisionalidad de su presencia? Da que pensar esa afirmación de que nos importa más el tiempo que pasamos pensando “en ella” que el que trascurre “junto a ella”, o que nos importa más la vida que “contamos con vehemencia” (como hace Andrés) que la que realmente vivimos.

A los amantes del rock les gustará la recurrencia al “Paint it black” de los Rolling Stones: “Quiero verlo todo pintado de negro”. Uno no sabe bien por qué Mick Jagger y Keith Richards, que aparece también en el título de la segunda parte de este poemario, querían pintar todo de negro a pesar de las faldas floreadas de las jovencitas que se derretían de admiración y deseo en sus conciertos.

Ya llegará el luto mentiroso. Andrés confiesa con ingenio la paradoja: “La muerte solo necesita una verdad / para que parezca mentira”. Ruega a la amante que le haga sentir culpable. Hombros más anchos tienen varones para acarrear culpas. Busca un proverbio chino que vuelva menos hiriente el “ya no te quiero” del desamor. Dialoga el poeta con un corazón ausente, al que confiesa una tristeza rara y una pena vaga “que ni llora ni sangra”, como la de ese tiempo muerto en que los perros ladran sólo por conjurar su aburrimiento, o por no haber sabido conservar “el asilo de los pies” debajo de la sábana.

Mensajes en una botella que estoy acabando (2018) es el número cinco de la colección Juancaballos de poesía, editada bajo el patrocinio de la Fundación Huerta de San Antonio de Úbeda.

En su segunda parte, el poeta deja clara su quiebra de esperanza:

Dejar esta tristeza

implica tener la esperanza

de volver a encontrar una alegría

capaz de reducirse hasta la tragedia,

y ese número rara vez está en el bombo.

Es difícil mostrarse insensible a esa espina que no podemos sacar de la carne, que viaja por las médulas y persevera abriendo herida, hasta que somos todo herida: “un sabio en una estación de tren en mitad del campo, / la cruz en el monte del Calvario”. Resuena en esa “Espina” la aguda y dorada que anhelaba tener clavada en el corazón don Antonio Machado, con masoquista nostalgia.

Habría que remontarse hasta el Simbolismo para reconocer también este esplín de la carencia o ruina del deseo, su agotamiento que como picoteo se musita en “los tequieros”. Menesteroso, necesitado de afecto, ¿extraño o propio?, se muestra el poeta, que lamenta más el que no obtiene que el que no ofrece. Reniega de la costumbre, ese “preservativo de la locura” según el lúcido aforismo de mi amigo Emilio López Medina. Reniega de las nubes blancas de la rutina, anhelando nubarrones de tormenta, hasta lamentar que “nada explote”.

Por lo menos en su “Diario de unas vacaciones”, el robinsón anota, frente al mar, que en su horizonte infinito subyace un hito de esperanza. Su fundamento –si lo he entendido bien- es este: No entraña lógica alguna / que nadie se muestre dispuesto / a saltarse el arroz y la siesta. Ya se sigue del famoso teorema de Gödel: la mente humana tiene una cualidad que no puede ser imitada por los ordenadores: resuelve problemas plagados de contradicciones… Echar una buena siesta despeja cualquier incógnita y permite disfrutar luego, velando en la noche, del vuelo de la perseidas.

Algunos símiles de Andrés Ortiz Tafur impresionan: “la estación perpetua de tu espalda”; el futuro, “garrapata asida a la piel de nuestros padres” o “lombriz agazapada en la tierra”; la muerte, “boca abierta de una ballena en tierra firme”. Aunque también se revela el porvenir manso “como una leve ráfaga de aire” en “Ocaso”.

Cree el poeta que las moscas con las que juega, que colecciona y devora metafóricamente, anhelan morir cuando llegan los fríos, que por eso zumban en las ventanas, pero que las dejamos sufrir como castigo por el verano que nos han dado. Los fenicios creían que Baal Zeboub “dios de la morada” libraba de las moscas; el cristianismo identificará a este dios (Belcebú) con Satán, príncipe de los demonios, “Señor de las moscas”.

Muy original y senequista es el lamento de Andrés por la brevedad de la vida:

La vida es un minuto que se devalúa.

Empieza bien: mamando de la teta,

jugando a deshoras,

siempre con las rodillas sucias.

Luego, al pronto, despiertas en el segundo treinta y seis

tratando de mantener el equilibrio en la cabeza de una aguja…

El tiempo que nos precipita, cuyo sólo paso nos marea. Y es que “el paso del tiempo es un canalla / con barba de dos o tres días…, / la enfermedad venérea de los inmaculados”.

No es este un poemario de crítica social; no es Andrés un moralista, en este siglo de moralistas sin Dios. Aunque hallarás en el librillo alguna alusión a esos bobalicones que se atragantan con su verdad para no escuchar las ajenas, o sea “lo que ellos consideran nuestras mentiras”. Llama la atención que hable mal de los abstemios, pero conforma que denuncie a los odiadores (haters). Indudablemente, tiene razón cuando afirma que “hay gente que odia por encima de sus posibilidades”, y sin embargo no conocemos a nadie que ame por encima de sus posibilidades y es que los grandes amadores se afanan por saber lo que quiere el prójimo, incógnita infinita, y es que no saber lo que gusta de verdad a quienes queremos pica tanto como un orzuelo o un sabañón.

Destripadas sus botellas, las de los mensajes, ahora remataré sus cuentos. Seguro que dan para un comentario.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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