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El Descubrimiento de Europa: China y Japón, por Pedro cuesta Escudero

El Descubrimiento de Europa: China y Japón, por Pedro cuesta Escudero
viernes 30 de julio de 2021, 10:33h
El Descubrimiento de Europa: China y Japón, por Pedro cuesta Escudero
El Descubrimiento de Europa: China y Japón, por Pedro cuesta Escudero
Cuando pensamos en grandes exploradores, la imagen que tendemos a evocar es la de un hombre blanco atisbando el horizonte desde el castillo de popa. Esta visión parcial, masculina y unidireccional de la exploración, en que siempre somos los europeos los que descubrimos a ‘los otros’, obvia no solo la diversidad de los viajes de exploración, sino también que los europeos fuimos ‘descubiertos’ infinidad de veces por otras civilizaciones y culturas. El objetivo de este escrito es empezar a revertir esa mirada, explorando cómo Europa y sus gentes fueron descritas por viajeros y exploradores de países de otros continentes. Presentamos la descripción que hacen de Europa y los europeos tanto los chinos como los japoneses.
El Descubrimiento de Europa: China y Japón, por Pedro cuesta Escudero

Descripción del imperio romano por el chino Gan Ying

En el primer siglo de nuestra era Eurasia estaba dominada por dos grandes imperios, Roma en el oeste, y la China en el este. Ambos sabían vagamente de la existencia del otro, pero no habían tenido contacto directo. En el 97 d.C, el general chino Ban Chao decide que es hora de averiguar más y encomienda a un emisario llamado Gan Ying llegar hasta Roma, a la que conocían como Da Qin. Aunque desgraciadamente Gan Ying no consigue pasar del Golfo Pérsico, durante el viaje recaba suficiente información para redactar su informe:

“El Reino de Da Qin es conocido también como Lijian. Como se encuentra al oeste del mar, también es llamado Reino de Haixi, (al oeste del mar). Su territorio abarca varios miles de li (1 li 500m). Y tiene más de 400 ciudades amuralladas. Contiene varias decenas de reinos dependientes. Las murallas de las ciudades están hechas de piedra, con paredes enlucidas y encaladas. Han establecido estaciones de correos a intervalos regulares. Hay pinos y cipreses, así como árboles y plantas de todo tipo. La gente común son granjeros. Cultivan muchos cereales y moreras. Se afeitan la cabeza y su ropa está bordada”.

Pasa después Gan Ying a describir el sistema de gobierno en Da Qin:

Hay un departamento gubernamental de archivos. Tienen 36 líderes que se reúnen para deliberar sobre asuntos de Estado. Sus reyes no son permanentes. Seleccionan y nombran al hombre que más méritos tiene. Si hay calamidades inesperadas en el reino, como vientos o lluvias frecuentes y extraordinarias, se le destituye y sustituye sin ningún miramiento. El que ha sido destituido acepta sin rechistar su relegación y no se enfada”.

La descripción del Imperio Romano de Gan Ying dista obviamente mucho de ser exacta, pero no más que los relatos de viajes de sus equivalentes europeos sobre gente que tiene los pies por encima de la cabeza, hombres cíclopes de un solo ojo, hombres con la cara en el ombligo,… Además, detalles como la descripción del sistema de correos sugieren que, a pesar de no haber llegado a Roma, sus fuentes sí que tenían contacto directo con la capital del Imperio.

Las entrevistas del monje chino Rabban bar Sauma

Siglos más tarde, el que sí consiguió llegar no sólo a Roma, sino a entrevistarse con el mismísimo Papa, fue el monje Rabban bar Sauma. Tras años de viajes desde su Beijing natal (entonces Zhongdu), bar Sauma llega finalmente al Mediterráneo donde se encuentra una curiosa montaña de la que ‘sale humo todo el día’ y por la noche ‘tiene fuego en la cima’, a la que nadie se atreve a acercarse por las emanaciones de sulfuro. Es 1287 y Bar Sauma ha llegado a Nápoles en plena erupción del Vesubio.

Además de entrevistarse con el Papa Nicolás IV, Felipe IV de Francia y Eduardo I de Inglaterra, bar Sauma cuenta en sus diarios de viaje (redactados en persa y publicados a su regreso) que fue testigo de la batalla naval entre dos importantes reyes locales llamados Irîd Sharalo (Carlos II de Anjou) e Irîd Arkún (el rey de Aragón, Jaime II). Se trata de la llamada ‘Batalla de los Condes’, que tuvo lugar en la bahía de Sorrento el 23 de junio de 1287.

Descripción japonesa del fundador de la orden de los jesuitas

De vuelta en el oriente, y ya en 1549, un pequeño pueblo en Japón se preparaba para un día normal cuando de repente una extraña figura apareció en el camino:

Lo primero que uno notaba era cómo de larga era su nariz. Era como una caracola sin verrugas, pegada [a su cara] por succión. ¡Como de grandes eran sus ojos! Eran como un par de telescopios, pero con el iris amarillo. Su cabeza era pequeña; tenía zarpas largas en las manos y pies. Medía más de siete pies de altura y era de color negro. Sobre su cabeza tenía una zona afeitada en la coronilla, del tamaño de una taza de sake girada. Su hablar era incomprensible al oído; su voz recordaba al chillido de una lechuza. Todo el mundo huyó al verlo, atropellándose en las calles sin control. Consideraron este fantasma más terrible que el más feroz de los monstruos”.

El ‘monstruo’ en cuestión no era otro que el jesuita navarro Francisco Javier, recién llegado en misión evangelizadora, descrito en las Kirishitan Monogatari (Historias de Cristianos) de 1639.

Los europeos causan furor entre los japoneses

La llegada de los nanban-jin, o ‘bárbaros del sur’, como se llamó a los portugueses (y al resto de europeos por extensión), causó furor entre los artistas japoneses de la época, que dibujaron a estos tenjikujin (hombres de la India, de donde se consideraba erróneamente que procedían) en multitud de paneles, enfatizando sus cómicos ropajes y grandes narices. Parece ser que los modales de estos visitantes dejaban bastante que desear, según hace notar la crónica Yaita-Ki (s. XVII):

“Comen con sus dedos en vez de con palillos como hacemos nosotros. Muestran sus sentimientos sin ningún autocontrol. No alcanzan a comprender el significado de los caracteres escritos”.

A partir del siglo XVIII los chinos y los japoneses entran en contacto con la civilización occidental con regularidad

A partir del siglo XVIII, y sobre todo en el XIX, viajeros chinos y japoneses empiezan a visitar Europa regularmente y a publicar las crónicas de sus viajes. Uno de ellos fue Xie Qinggao (1765-1822), que en su Hai Lu (bitácora marinera) describe 95 países y regiones que conoció en persona o de oídas en sus 14 años de viaje. De España o Luzón, cuenta lo siguiente:

Sus gentes son feroces y astutos. La principal religión es el catolicismo. Producen oro, plata, cobre, hierro, vino, cristal, relojes y otras cosas. Los dólares de plata usados en China se fabrican en este país. (…) El rey del país se llama li-rei. Su hijo mayor se llama li-fan-tieh (el infante); sus otros hijos pi-lin-shipi (príncipes); sus hijas pi-lin-so-shih (princesas). El primer ministro se llama kan-tieh [conde]; y el comandante superior del ejército ma-la-qui-tsa (mariscal?)”

A resultas de estas crónicas, el público japonés empieza a interesarse por este extraño continente del oeste y se popularizan los textos ilustrados de historia y geografía europea y americana, tales como los trípticos de Utagawa Yoshitora’s de ciudades como París, Londres, San Petersburgo; o el Osanaetoki Bankokubanashi de 1861, una historia ilustrada de América que incluye entre otras maravillas una representación de Isabel la Católica y Colón, y otra de George Washington dándole un puñetazo a un tigre.

Estos ejemplos, aunque anecdóticos, esperamos que sirvan para demostrar que cualquier encuentro entre culturas supone siempre un descubrimiento de un “otro”, pero quién ejerce el papel de “descubridor” y quién el de “descubierto” depende de la perspectiva desde la que se analice la interacción. Es fundamental por tanto reconocer que Europa ha sido tantas veces descubierta como descubridores y que ignorar la mitad de la ecuación es empobrecer profundamente nuestra comprensión de la historia.

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